El obstáculo histórico por el que Alemania no se convirtió en Estado hasta siglos después que España

Si bien España inició con los Reyes Católicos su primer proyecto de estado moderno, que aún tardaría siglos en eclosionar del todo; Alemania fue incapaz de hacerlo hasta que se deshizo el Sacro Imperio Germánico, un sistema político tan denostado como resistente y efectivo

Carlos V a caballo en la batalla de Mühlberg por Tiziano. Museo del Prado
César Cervera

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«Las ciudades de Alemania, teniendo un territorio muy reducido, gozan de mucha libertad, y solo obedecen al Emperador cuando les acomoda, sin temor de que este ni otro vecino poderoso; porque todas ellas tienen buenas murallas, grandes fosos, artillería y municiones para un año». De esta forma tan atinada esbozó Nicolás Maquiavelo en «El Príncipe» la situación política del Sacro Imperio Germánico.

La historiografía tradicional ha considerado a esta estructura política como una rara anomalía, un obstáculo feudal , un anclaje desfasado, para el desarrollo de un estado unitario y moderno que aglutinara a todas las naciones germánicas. Algo que finalmente no ocurriría, con el imperio ya extinto, hasta finales del siglo XIX bajo la batuta del Rey de Prusia. Los nacionalistas alemanes, por su parte, han balanceado su opinión sobre el Sacro Imperio Germánico entre el orgullo de considerarse un pueblo por inclinación legal más «libre» que otros y la aversión hacia una estructura política que permitió por su debilidad la intromisión de potencias extranjeras, véase España, Francia, Suecia, Rusia o el Papa de Roma, en cuestiones que afectaban, en su opinión, exclusivamente a los alemanes.

Ambas posturas tienen parte de razón, pero lo que muchos tienden a olvidar es que el apaño funcionó en un territorio fuertemente fragmentado y donde cada señor se sentía poderoso en su ciudad. Y además lo hizo durante casi ocho siglos. La historiadora alemana Barbara Stolleberg-Rilinger acaba de publicar en castellano con la «Esfera de los libros» un estudio sobre esta entidad política que dominó Alemania en la Edad Media y en gran parte de la Edad Moderna.

Una historia concisa

«El Sacro Imperio Romano-Germánico: Una historia concisa» desgrana el funcionamiento y el ordenamiento legal de este imperio donde convivían ciudades libres, pequeños estados y dominios que, en la práctica, pertenecían a reyes extranjeros aunque tuvieran voz y voto en el Reichstag. Sentar al enemigo en el parlamento no era el mejor plan de concordia...

Lo primero que llamaba la atención sobre este imperio es la naturaleza electivo del título de Emperador. Los tres arzobispos renanos de Maguncia, Colonia y Tréveris, el Rey de Bohemia, el Conde del Palatinado, el Duque de Sajonia y el Marqués de Brandenburgo se encargaban de escoger al Emperador tras el fallecimiento del anterior titular o, si este seguía vivo, al Rey de Roma (nombre que recibía el sucesor). Ni siquiera hoy está claro por qué ellos y no otros señores feudales lograron este privilegio, aunque su ascenso se debió enmarcar en un contexto de equilibrio de poderes medievales. A esta exclusiva lista de príncipes electores, considerados «los pilares del Imperio» , se sumaría años después el Duque de Baviera y se apartaría, aunque fuera de forma temporal, al Conde del Palatinado por su condición calvinista y su desafío a los Habsburgo.

Portada del libro de Stollerg-Rilinger

Durante siglos la dignidad imperial se repartió entre distintas dinastías que hoy suenan por lo menos al periodo cretácico, como la Wittelsbach, la Hohenstaufen, la Sajona o la Salia . A mediados del siglo XV, con la proclamación de Federico III, los Habsburgo empezaron a monopolizar el título gracias a la pujanza austriaca, su alianza con Castilla y a que, desde Fernando I, asumieron el título de Rey de Bohemia , lo que les garantizaba un puesto como electores.

El papel del Emperador era más nominal que efectivo. Un árbitro colocado en el centro de una red de juramentos que unían a las personas en lealtad. Un señor que basaba su poder en la tradición y no en una legislación autoritaria. Sin capacidad de poder coactivo eficaz, estaba obligado a negociar tropas y fondos con cada príncipe alemán, de manera que el verdadero poder de los emperadores dependía directamente de su patrimonio familiar. De ahí que Carlos V de la familia Habsburgo , aupado por el oro y la fuerza militar castellana, se elevara como una gran amenaza para los príncipes electores, que, en parte por eso, apoyaron a líderes reformistas como Lutero con el objetivo de erosionar el poder del Emperador. La lucha por la confesionalidad hizo tambalear al imperio y obligó a sus instituciones a adaptarse de forma brutal a los nuevos tiempos.

Austria contra Prusia, el imperio en medio

Como explica Stolleberg-Rilinger en «El Sacro Imperio Romano-Germánico: Una historia concisa» , esta entidad política sobrevivió, a duras penas, a las guerras religiosas; a la Guerra de los 30 años, que dividió a los distintos príncipes electores; a las ambiciones francesas y suecas, que no dejaron de mordisquear su territorio en la periferia aprovechándose de la debilidad estructural; e incluso a la inoperancia de sus instituciones de control. A lo que finalmente no pudo sobrevivir el Sacro Imperio Romano-Germánico es al uso por parte de los distintos príncipes y hasta del Emperador de los mecanismos imperiales para sus intereses particulares. Las partes estiraron y estiraron hasta que el todo se rompió.

«El propio Emperador fue quien de manera más persistente socavó la dignidad imperial»

Tras la Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años , los siguientes Emperadores Habsburgo trabajaron en el engrandecimiento de su propio imperio, lo que se llamaría el Imperio austrohúngaro, al mismo tiempo que los distintos ducados y condados alemanes ganaban poder y se transformaban en coronas. Sajonia, Baviera y, sobre todo, Brandeburgo-Prusia se fueron comiendo en su beneficio a los peces más pequeños del tablero imperial hasta convertirse en potencias de primer orden de Europa. ¿Y qué hicieron los Emperadores Habsburgo para remediarlo? Pues lo mismo. Como explica Stolleberg-Rilinger, el Emperador José II violó varias veces el Derecho Imperial en beneficio de la expansión de Austria sin tener en cuenta que él era el supremo guardián de este ordenamiento, «y que su autoridad y legitimidad se basaban precisamente en él. El propio Emperador fue quien de manera más persistente socavó la dignidad imperial».

El Reino de Prusia aprovechó que los territorios del imperio eran en su mayoría protestantes para atraerlos a su esfera de poder y presentarse como contrapeso al poder católico del Emperador , que desde el sur, desde Austria, extendía su influencia sobre todo en la zona católica. En una serie de guerras entre Austria y Prusia los distintos miembros del imperio se implicaron en uno u otro bando y, con la alianza prusiana con Inglaterra y la austriaca con Francia, el conflicto se elevó como una guerra global.

La corte del Rey Federico II junto a Voltaire.

Prusianos y austriacos intentaron que el imperio como tal también tomara parte en el conflicto, lo cual solo sirvió para evidenciar su debilidad estructural como unidad política y militar. Solo con mucho esfuerzo los Habsburgo lograron que el Reichstag, donde también estaba representado Prusia, realizaran una declaración a favor de que el Sacro Imperio Germánico le hiciera la guerra a Prusia. La declaración apenas fue efectiva y más adelante las fuerzas protestantes consiguieron revertir la posición del Imperio hacia la neutralidad. Las idas y venidas castigaron el crédito del Emperador.

Conforme los austriacos se apartaban de la política imperial y se concentraba en su poder familiar, más se socavó la dignidad imperial y más oportunidades tuvo el Rey de Prusia de presentarse él como guardián del ordenamiento imperial y protector de los estados más débiles frente a un poder extranjero (o, desde luego, menos germano) como el representado por los Habsburgo. Federico II, el artífice de esta política anti-austriaca, no tenía el menor interés en salvar el imperio, al contrario, pero sí quería usar las leyes que le pudieran ser beneficiosas en su guerra contra Austria.

«El dualismo austro-prusiano arrastró a toda la constitución imperial; todas las instituciones habían caído en el remolino de aquel enfrentamiento político [...] Los monarcas poderosos, que hacía mucho que no derivaban su rango y estatus de la alianza imperial, ya no tenían interés en el Imperio como tal; tan solo lo invocaban cuando les resultaba útil», explica Stollerberg-Rillerger en las páginas de «El Sacro Imperio Romano-Germánico: Una historia concisa» .

Y llega Napoleón...

La muerte completa del Sacro Imperio Romano-Germánico ya era una cuestión de un golpe de viento y, al final, vino de la mano de un huracán, del ángel exterminador por antonomasia del Antiguo Régimen. Las guerras alemanas contra la República francesa, de la que terminó asumiendo las riendas Napoleón Bonaparte , volvieron a poner de manifiesto la enorme polarización existente en el imperio. Frente a la alianza inicial de Prusia y Austria contra Francia, el Gran Corso apostó por una política de reforzamiento de la «Tercera Alemania», formada por potencias medianas hartas del imperio y de Prusia y Austria.

Con la zona norte de Alemania bajo control prusiano y la sur incrustada en Francia o bajo su esfera, los Habsburgo tenían poco que decir respecto a Alemania

Cuando Napoleón venció tanto a Austria como a Prusia, juntas y por separado, muchas potencias medianas se beneficiaron del reparto orquestado por Francia que, obviamente, no respetó lo más mínimo el Derecho Imperial. Algunos príncipes amigos de Francia, como Baviera, Baden o Württemberg , obtuvieron entre seis y nueve veces más posesiones territoriales de las que disponían anteriormente. 110 miembros del Imperio dejaron de existir con el reparte, sin contar los que pasaron a formar parte directamente de Francia.

El Emperador Francisco II proclamó en 1804 un imperio austriaco hereditario, lo que suponía, de forma implícita, que colocaba la dignidad dinástica por encima de la imperial. Con la zona norte de Alemania bajo control prusiano y la sur incrustada en Francia o bajo su esfera, los Habsburgo tenían poco que decir respecto a Alemania. La llamada «Tercera Alemania» se organizó en Confederación Germánica bajo instrucciones de Napoleón y se apartó definitivamente del imperio. El 6 de agosto de 1806, Francisco II depuso la corona imperial, declaró disuelto el Imperio y a todos sus miembros libres de sus lazos.

Guillermo I de Prusia proclama el Imperio alemán en el Palacio de Versalles, 1871 - Museen Nord

El Sacro Imperio Romano-Germánico sirvió a muchos propósitos políticos: permitió a sus habitantes limitar de forma tenue tanto el poder del Emperador como el de sus príncipes gobernante, fomentó el intercambio comercial, garantizó cierta paz en un territorio muy extenso, impuso un marco común basado en vículos recíprocos de lealtady hasta permitió, de forma puntual, la creación de un ejército imperial para teóricamente defenderse de las amenazas exteriores. Sin embargo, fracasó en su propósito, si es que alguna vez lo fue realemente, de unificar todos los territorios bajo un mismo estado germano. Sería finalmente Prusia quien hacia 1871 encabezó un proyecto unificador alemán con la creación del Imperio alemán.

Pero una cosa fue la creación del Estado, que originalmente fue un mero contenedor de reinos alemanes con sus propios soberanos y sus propios ejércitos, y otra el desarrollo de un Estado-nación alemán como tal. Bien se puede decir que Prusia hizo Alemania y Alemania liquidó a Prusia. El beligerante nacionalismo alemán, encarnado en última instancia por el Partido Nazi, devoró desde dentro al reino de hierro. En 1933, el Landtag prusiano (último símbolo de la independencia prusiana dentro de Alemania) fue disuelto después de que los nazis fueran incapaces de obtener una mayoría absoluta en esta cámara.

La Ley de Reorganización del Reich de 1934 puso a los gobiernos regionales bajo la autorización directa del Ministerio del Interior del Reich y los ministerios prusianos fueron disueltos. Aunque Prusia fue el único estado alemán que no fue absorbido formalmente por el Tercer Reich, dejó de existir como Estado a partir de 1933. Apenas mantuvo entonces el nombre y la delimitación en el mapa (existieron planes sin materializar para la partición de sus territorios).

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