Familias de acogida, padres de otra forma

Los acogedores pueden ser personas individuales o parejas de cualquier sexo, siempre que cumplan requisitos como la falta de antecedentes y la disponibilidad de un hogar adecuado

Miguel Muñiz

S. F.

Algo más de medio millar de niños viven en Mallorca con familias de acogida, la mayoría con parientes que les han tomado a su cargo después de que sus padres perdieran la custodia y casi una cuarta parte en hogares ajenos comprometidos por pura generosidad en darles un futuro mejor. «Somos padres de otra forma» , asegura Mónica, una de las cinco madres acogedoras reunidas para Efe por el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) para dar a conocer una labor básica para el bienestar de los niños y adolescentes que la institución tiene a su cargo.

Existen dos programas de acogimiento: el de familias «canguro», para niños de hasta 6 años cuyos padres biológicos están privados de la custodia, de una duración máxima de dos años y que en muchos casos concluye con la entrega en adopción de los pequeños; y el de familias «nido», con vocación de estabilidad.

En ambas modalidades hay una línea con parientes del niño, que es la opción preferente por ley, y otra con personas ajenas a la familia biológica. En los dos casos los acogedores pueden ser personas individuales o parejas de cualquier sexo , siempre que cumplan requisitos como la falta de antecedentes y la disponibilidad de un hogar adecuado.

Azu es madre acogedora desde hace 13 años, cuando se hizo cargo de la niña que su hermana había adoptado en China, hoy una adolescente revoltosa. «Nos ha salido flamenca», afirma con ironía. Recuerda que la integración de la niña acogida con la menor de sus dos hijas biológicas tuvo sus dificultades: «La quiere con locura, pero la quiere como prima, no como hermana».

María José, madre carnal de dos niños, que ya suma su tercer acogimiento, tiene una experiencia diferente sobre las relaciones entre hijos propios y acogidos. «Ellos responden bien, sacan algo bueno, y nosotros también nos llevamos mucho; mis hijos me dan lecciones de vida ».

También hay disputas, «como se pelean los hermanos», apunta. «Estamos obsesionados con la perfección, y a veces a las familias de acogida nos pasa eso, tenemos adaptabilidad, capacidad para ir resolviendo sobre la marcha», reflexiona.

Como hermanos de sangre se comportan igualmente, respondiendo airados a quienes dudan de ello por su aspecto, la niña nigeriana que tiene en acogida permanente y el niño propio, rubio y de ojos claros de Maria, una veterana del acogimiento que ha tenido antes a cinco en la modalidad canguro y cuida de forma estable de otro con necesidades especiales.

Ella, como María José, ha vivido la experiencia de entregar a un niño acogido a una familia adoptiva. Ambas reconocen el dolor de esa separación, pero para las dos fueron vivencias enriquecedoras. Maria asistió recientemente a la comunión del niño y la sentaron junto a la madre de adopción porque era «la segunda madre», cuenta con «la piel de gallina».

El jefe de la sección de acogimientos familiares del IMAS, Joan Escandell, aclara que los programas de adopción y acogimiento están completamente separados, lo que evita tanto que quienes acogen pasen por delante de familias en lista de espera para adoptar como que los padres biológicos piensen que las familias que acogen temporalmente a sus hijos tratan de arrebatárselos.

La institución, indica, informa a quienes tienen voluntad de acoger de las diferentes modalidades, les ofrece una detallada formación de ocho sesiones y pone a su disposición un equipo técnico de educadores y psicólogos a su disposición cuando los necesitan.

Una de las líneas con más dificultad para encontrar familias, apunta, es la de acogida permanente de adolescentes. Yolanda y su pareja se han lanzado a esa aventura porque la veía como su única opción de cumplir el anhelo de ser madre

«Ha sido bastante duro. Venía de otra acogida, no funcionó y tenía miedo de que le pasara lo mismo», cuenta sobre su hijo de acogida, que llegó a su casa «herido» y sufre un «conflicto de lealtades» entre su familia biológica y la que le educa y cuida.

Problemas burocráticos

A los problemas propios de la crianza se suman los que genera la incomprensión de personas cercanas o extrañas, fuente de anécdotas que comparten entre risas. Mónica, con un acogimiento temporal y otro estable, cuenta que en su pueblo de la península, un paisano le dijo: «No sabía que tenías un niño de estos», a lo que ella replicó: «No sabía que había de otros».

Pero coinciden todas, y con más razones las que acogen niños cuyos padres biológicos son extranjeros, que peor que la incomprensión son los problemas burocráticos. «Para mí es la barrera más grande», subraya María José.

Escandell confirma que, «aunque la ley es clara», la burocracia pone trampas en procedimientos como la concesión de bajas por maternidad, la adjudicación de plazas escolares y la tramitación de documentos identificativos («si no tienes un DNI no eres nadie») imprescindibles para desde sacar unos billetes de avión hasta inscribir a los pequeños en una federación deportiva.

Pero nada de eso supera una experiencia que cambia la vida de estas mujeres generosas . Mónica lo expone rotunda: « El mundo es diferente desde que haces un acogimiento. Conoces unas realidades de las que vives de espaldas por mucho que te creas que lees los periódicos. Tu posición en el mundo es otra».

«Tienes la posibilidad -sostiene emocionada- de vivir con unos niños que son héroes. Poca gente he conocido como adulta que sean personas con una valía como la que tienen estos niños (...). Tienen una capacidad de aprendizaje, una generosidad de querernos a nosotros, que somos unos desconocidos (...). Lo que engancha son los niños».

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