El cine de verano

Los Lumière, Charlot, el NO-DO y Manolo La Nuit

Cine de verano de Grey Goose, en Barcelona
María Luísa Funes

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El comienzo del cine a menudo se fecha en el estreno de 10 cortos de los hermanos Lumière en París en 1895. Pero no fue hasta los años 20 cuando los cines de verano comenzaron a proliferar en España, convirtiéndose en máxima atracción de pequeñas ciudades y pueblos.

Todo giraba alrededor de aquellos espacios vallados , solares vacíos o plazas con algún muro liso, que habitualmente olían a jazmín o dama de noche, a higuera o a eucalipto. Hasta los años 50, la mayoría de los cines de verano se llenaba de sillas de menea a menudo traídas por los asistentes. El NO-DO señalaba el comienzo de la sesión, ante un público principalmente formado por mujeres y niños deseosos de ver a Gardel, Charlot o Imperio Argentina.

En los años 70 y 80, los cines de verano fueron desapareciendo quedando solo los más simbólicos. De mi época en Sevilla, durante los años 90, recuerdo bien el cine de Triana en la calle Pagés del Corro. Solíamos acudir un poco antes de la hora de comienzo para reservar alguna de las mesas situadas tras las numerosas filas de bancas de hierro. Eran el sitio ideal para disfrutar de las maravillosas tapas del bar de la entrada. Las «papas aliñás», el tomate con ajo, y la tortilla de patatas estaban tan buenos que a veces tras acabar de cenar nos íbamos del cine, ya que las películas eran prescindibles (de Rocky III a Manolo La Nuit). Aún existen escasos cines de verano en pueblos costeros, un invento que habría que reeditar.

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