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Carlos y Diana en 1981, saliendo para su viaje de novios tras su enlace - EFE

Lady Di quiso cortarse las muñecas tras su luna de miel con Carlos

Divulgan las grabaciones de la princesa contando su terrible matrimonio

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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Diana de Gales se casó con Carlos de Inglaterra con una gran aprensión y sufriendo fuertes crisis de bulimia desde días antes de la boda. En la luna de miel, la joven princesa de 20 años notó enseguida que no conectaba con un marido intelectual, que le hablaba muy poco y se dedicaba a leerle al filósofo Van der Post y al psicoanalista Carl Jung. Sus obras, incomprensibles para la muchacha, eran el tema de conversación de las comidas. Extenuada tras su luna de miel en el palacio escocés de Balmoral, Lady Di intentó contarse las muñecas con unas cuchillas. Todas esas dramáticas intimidades se están conociendo estos días en la voz de la propia princesa, que se lo relató en 1991 al periodista inglés Andrew Morton, en unas grabaciones que ahora ven la luz.

El desdichado matrimonio del príncipe Carlos y Lady Diana, celebrado el 29 de junio de 1991 y que acabó en un aparatoso divorcio en 1996, sigue siendo fuente de cotilleos y negocio. El próximo agosto se cumplen 20 años de la trágica muerte de la princesa en un túnel de París, junto a su novio, el rico playboy egipcio Dodi Al-Fayed. Lucrándose con la efeméride, el periodista Andrew Morton reedita su libro de hace dos décadas, «Diana, su verdadera historia». Fue la obra que destripó las intimidades del fallido matrimonio. La fuente era Diana, quien se tomaba así su venganza por el adulterio de su marido con Camilla Parker, con la que Carlos acabó casándose en 2005, tras una larguísima historia de amor contra viento y marea. La princesa puso como condición a Morton que no revelase que ella era la garganta profunda, aunque resultaba obvio. Ahora el biógrafo reedita el libro incluyendo las palabras de Diana en las grabaciones.

La boda se celebró un miércoles, en la catedral de San Pablo de Londres. El lunes, Diana acudió al templo para el ensayo final y se derrumbó: «Al ver cómo iba a ser la boda me eché a llorar. Colapsé por todo tipo de cosas. Camilla estaba en mi cabeza a largo de todo el compromiso. Yo trataba desesperadamente de ser madura sobre la situación, pero no tenía cimientos para eso y no podía hablar con nadie del tema».

De familia aristocrática, Diana trabajaba como profesora en una guardería antes de casarse y era una muchacha más bien sencilla, de gustos nada intelectuales, que se topó con un mundo rebuscado y complejo, el de la altísima realeza, para el que no estaba preparada. No entendía siquiera su esquinado sentido del humor. En las grabaciones evoca que se casó queriendo a Carlos: «Recuerdo que estaba tan enamorada de mi marido que no podía retirar los ojos de él. Pensaba que era la chica más afortunada del mundo, que él me iba a cuidar. Me equivoqué al esperarlo».

En vísperas de la boda, Carlos no parece ser el ogro que ella pinta en otros pasajes. El día antes del enlace, le envió a Clarence House un imponente anillo y una nota que rezaba así: «Estoy tan orgulloso de ti. Estaré mañana en el altar a tu lado. Tú simplemente míralos a los ojos y déjalos muertos».

Pero Diana ya estaba muy destemplada por la sombra de la relación de su inminente marido con Camilla: «La noche anterior a la boda tenía una fuerte crisis de bulimia. Comí todo lo que encontré, lo cual divertía a mi hermana [Jane], que estaba conmigo en Clarence House» (la residencia real en el Mall de Londres donde hoy viven Carlos y Camilla).

El día de la boda se levantó a las cinco de la mañana, casi sin dormir, «pero estaba muy calmada, como el cordero que va al matadero». Cuenta que recorrió el pasillo de San Pablo rumbo al altar «mirando a ver si veía a Camilla, sabía que estaba allí, por supuesto». Y en efecto, la observó sentada junto a su hijo. «Lo recuerdo en mi memoria hasta este día, estaba completamente obsesionada con ella».

En la comida de boda los recién casados no se hablaron, según Diana. La luna de miel, al frío estilo clásico de la realeza inglesa, resultó terrible para una chica de gustos más bien livianos y frívolos. Primero estuvieron en Broadlans, la posesión del preceptor de Carlos, Lord Mountbatten, al que más tarde asesinaría el IRA. Carlos recibió allí «siete libros» del filósofo y aventurero sudafricano Laurens van der Post. Dedicaba el día a su lectura y a leerle a ella algunos pasajes, que eran el tema de debate de las comidas.

De allí pasaron al yate «Britannia», sin intimidad alguna (21 oficiales y 256 tripulantes). La bulimia se disparó: «Comía todo lo que encontraba y lo vomitaba a los tres minutos. Estaba muy cansada. Cada vez más delgada y enferma». Balmoral, el palacio real en Escocia, escala final de la luna de miel, todavía empeoró la situación. Ella se sentía menospreciada por la familia real y la idea de diversión de Carlos consistía en dar largas caminatas y leerle a Carl Jung en lo alto de una colina con vistas panorámicas.

Tras Balmoral, Diana cuenta que «estaba tan deprimida que traté de cortarme las muñecas con unas cuchillas». Ya de regreso en Londres comenzó a recibir atención médica con ansiolíticos, que suspendió al quedarse embarazada en octubre de 1981 del futuro Príncipe Guillermo, para no dañar al feto.

Diana tuvo un embarazo muy difícil, con náuseas constantes, durante el que continuó con sus desórdenes alimenticios. Para poner fin a sus padecimientos se acordó un parto inducido, cuya fecha, según su relato, hubo de adaptarse a los compromisos de polo del padre del bebé. La verdad es que Diana no perdona detalle a los Windsor. Cuenta que tras el nacimiento de William en el hospital St. Mary’s de Londres, donde también han nacido los príncipes George y Charlotte, Isabel II fue a visitar a su nieto y comentó ante la incubadora: «Gracias a Dios que no tiene las orejas como su padre».

El culebrón continuará, secuenciado por entregas en el tabloide «Daily Mail». El mito trágico de Diana sigue vivo veinte años después. Sus hijos tratan de reivindicar su memoria con un documental y un nuevo monumento memorial en el parque de Kensington. Un matrimonio equivocado por ambas partes convirtió en una leyenda a una mujer probablemente muy sobrevalorada, cuya trágica muerte acabó con el mito del carácter inglés flemático y dio pie a un luto enormemente emocional, que hasta puso en jaque a la fría y siempre correcta reina Isabel.