Duquesa de Alba y Marquesa de la Motilla, las consuegras más célebres de la aristocracia española

Su amistad comenzó cuando Cayetana estaba casada con Luis Martínez de Irujo. Así fue su relación tras el divorcio de sus hijos

Carlos Fitz-James Stuart y Matilde Solís se casaron el 18 de julio de 1988. En la imagen aparecen junto a sus padres tras la cremonia: a la izq. Cayetana de Alba junto a Jesús Aguirre y a la dcha. Fernando de Solís-Beaumont e Isabel Martínez Campos, marquese de la Motilla GTRES
Beatriz Cortázar

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El pasado fin de semana fallecía en Sevilla Isabel Martínez Campos , marquesa de la Motilla, una «mujer muy buena» , según han repetido todos sus allegados. Viuda de Fernando de Solís-Beaumont y Atienza desde hacía once años, en todo este tiempo la marquesa se volcó en su religión y en su numerosa familia, desapareciendo prácticamente de la vida social salvo para acudir a las bodas de sus nietos y otros actos íntimos.

Generosa, con una educación ejemplar e incapaz de criticar a nadie, la marquesa siempre tuvo un vínculo especial con su hija Matilde, quien no pudo reprimir su pena en la despedida de su madre. Para el recuerdo quedan muchos momentos inolvidables en Sevilla, como fue la boda de su hija con el actual duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo , en un enlace que aplaudió la aristocracia española y del que nacieron dos hijos , Fernando y Carlos .

Y es que aunque tuvieran personalidades de lo más diferentes, tanto la Cayetana de Alba como la marquesa de la Motilla entendieron perfectamente que la historia de amor de sus hijos podía tener un final feliz. «Cayetana e Isabel siempre se respetaron y entendieron , pero no fomentaron una estrecha amistad porque había muchas diferencias. Las dos nacieron en marzo del año 1926 pero su relación realmente comenzó durante el matrimonio de Cayetana con Luis Martínez de Irujo», cuentan una amiga de la familia. añade: «En ese tiempo era habitual que se vieran dos o tres veces al año en las cenas que daban en sus palacios y de ahí que se trataran también con los hijos una vez fueron creciendo. A la duquesa siempre le gustó Matilde. Era una joven encantadora y dulce y además sevillana. Cuando conoció a Carlos, Matilde se enamoró locamente. Las madres habían estado detrás de esas presentaciones pero fue una boda de amor al menos en lo que a Maty respecta».

Sin duda el enlace en la catedral de Sevilla del entonces duque de Huéscar con la hija de los marqueses de la Motilla fue el acontecimiento del año. Se unían dos casas de rancio abolengo con suficiente historia a sus espaldas como para llenar las bibliotecas de sus casas palacio. Como el Palacio de las Dueñas -con su patio de limoneros que recordó Machado-, y el Palacio de la calle Cuna, con el legendario bambú que trajeron sus antepasados y la mejor terraza de la capital hispalense para seguir las procesiones de Semana Santa. También estrechaban sus lazos la duquesa más simpática de los sevillanos y la marquesa más bondadosa que muchos recuerden. Todo hubiera sido perfecto de no ser por el final amargo del matrimonio, que no pudo superar el paso de los años y acabó con un divorcio precedido de un triste suceso por el que la entonces duquesa de Huéscar tuvo que ser hospitalizada tras atentar contra su salud .

Si para Cayetana resultó muy triste ver a su querida nuera en ese trance ni qué decir tiene lo que vivió una madre que, con once hijos, sabía que «Maty» tenía una situación más delicada. Siempre desde la discreción y sin querer acaparar ningún tipo de protagonismo, la marquesa se refugió en sus creencias religiosas, estaba vinculada al Opus Dei , y en velar porque Matilde saliera adelante. Incluso cuando Carlos y Matilde ya se habían divorciado, mantuvo el mismo trato cordial con Cayetana quien, fiel a su personalidad, nunca rompió lazos con su nuera y fue una de sus principales defensoras incluso de puertas para adentro.

Ese cariño, que era mutuo, se comprobó tras la muerte de Jesús Aguirre y la manera en la que Solís arropó a la abuela de sus nietos, acompañándola durante todo el velatorio y actos fúnebres. Esos recuerdos forman parte ya de la historia de una ciudad donde se sigue añorando la alegría y el desparpajo de Cayetana y ahora también la bondad de una marquesa que siempre tuvo una sonrisa y un gesto con todos cuantos la conocían.

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