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Cuarenta y cinco años del reinado de Margarita de Dinamarca

Artista y bohemia ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder de vista las tradiciones

CORRESPONSAL EN COPENHAGUE Actualizado: Guardar
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Se cumplen este sábado cuarenta y cinco años de la subida al trono de la Reina Margarita de Dinamarca, una fecha especial en la que, sin embargo, no hay previstos actos oficiales, según ha confirmado a ABC un portavoz de la Casa Real danesa. Nacida en 1940, se convirtió en monarca tras la muerte de su padre, el rey Federico IX, después de que una reforma en la Constitución permitiera que el trono pudiera ser heredado por una mujer.

Bohemia, artista, liberal, discreta, generosa son algunos de los calificativos que suelen describir a la reina de una de las monarquías más antiguas del mundo, cuyos orígenes se remontan al siglo X. La Reina Margarita goza de gran popularidad y del cariño de sus súbditos por esa manera de combinar tradición y modernidad, lujo y sencillez, cercanía en el trato y rigidez en las normas.

No tiene complejos a la hora de lucir las magníficas joyas de la corona o sus estolas o abrigos de piel cuando cree que la ocasión lo merece, pero también es capaz de disfrazarse de mendiga para interpretar un pequeño papel en el cine. Y es que el arte es otra de sus grandes pasiones, desde la pintura hasta las ilustraciones para libros, pasando por colaboraciones con el mundo del teatro y el ballet donde en numerosas ocasiones se ha encargado de diseñar la escenografía o el vestuario.

En su vida parece tener dos pasiones irrenunciables: el tabaco y el trono. Aunque hace años que no fuma en público, no se le pasa por la cabeza dejar los cigarrillos, según confesó en una reciente entrevista con la revista alemana Spiegel. Y, por lo que respecta a su reinado, la abdicación no parece formar parte de su vocabulario ya que, como dijo en una ocasión, seguirá reinando «hasta que se caiga de sus zapatillas».

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Cincuenta años de matrimonio con un príncipe inconformista

Si su manera de representar a la monarquía ha dejado pocos resquicios a las críticas, en lo que concierne a su matrimonio, los daneses han sido menos comprensivos ante las salidas de tono y los desprecios del Príncipe Enrique, un aristócrata francés, amante del arte, la literatura, el vino y los viajes, que no supo encontrar su lugar en la corte y se consideró humillado por no haber sido nombrado rey consorte y tener que conformarse con un título menor, como es el de príncipe. La reina siempre ha dado muestras de una gran tolerancia, respeto y complicidad con su marido y ha encontrado excusas para justificar las ausencias de este en actos oficiales, sobre todo en los últimos años. Como el célebre resfriado que le «obligó» a guardar cama y no asistir a las fiestas de celebración del setenta y cinco cumpleaños de Margarita, pero no le impidió viajar unos días después a Italia con un grupo de amigos. O sus escapadas al Château de Cayx, una propiedad vitivinícola de 21 hectáreas en el sur de Francia, donde disfruta con la elaboración de sus vinos de la variedad de uva Malbec.

Ahora que el Conde de Laborde de Monpezat lleva un año jubilado de sus obligaciones oficiales, parece encontrarse más relajado y la pareja se deja ver sonriente en reuniones familiares o vacaciones. Precisamente el próximo mes de junio se cumplirán cincuenta años desde que contrajeron matrimonio en la iglesia de Holmens en Copenhague, unas bodas de oro que, como anunció la Reina en su discurso de fin de año, celebrarán en la intimidad con su familia.

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Dos hijos, tres nueras plebeyas, un divorcio y ocho nietos

La naturalidad aparente con la que Margarita de Dinamarca aceptó las bodas de sus dos hijos con plebeyas, se debe, en opinión de algunos expertos, al hecho de que sus futuras nueras eran extranjeras. Primero fue el Príncipe Joaquín quien contrajo matrimonio en 1995 con la británica nacida en Hong Kong, Alexandra Manley. Los diez años de convivencia de la pareja acabaron en sonado divorcio, el primero en la monarquía danesa desde 1846, una separación por la que la reina mostró su profundo pesar aunque respetó la decisión de su hijo. El anuncio de la separación se produjo meses después de que el heredero de la corona, el Príncipe Federico, se casara con la australiana Mary Donaldson, una mujer jovial y familiar que, a lo largo de estos años, se ha adaptado perfectamente a la vida en palacio.

La segunda boda del príncipe Joaquín, esta vez con la francesa Marie Cavallier parece que, por fin, ha hecho sentar la cabeza al joven, para tranquilidad de la reina, y ha obligado a que Mary y Marie, que, además de compartir nombre tienen un gran parecido físico, se repartan el protagonismo en algunos actos oficiales. La rivalidad entre ellas es bastante evidente pero la reina no da muestras de favoritismos y disfruta con la compañía de sus nueras y sus dos hijos en sus apariciones públicas.

Fruto de estas tres bodas son ocho nietos, cinco varones y tres niñas, que han forzado a la corona a explicar que, una vez alcancen la mayoría de edad, no dispondrán de una asignación oficial, con la excepción del Príncipe Christian, segundo en la línea de sucesión al trono tras su padre, el Príncipe Federico. Quitar la paga a los nietos, al menos la que sale de los bolsillos de los daneses, es una concesión que Margarita de Dinamarca está dispuesta a hacer para que la monarquía siga contando con la simpatía de su pueblo, quien sabe durante cuántos años más.

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