Chaplin: visita a la última morada del genio

Manoir de Ban, en la pequeña localidad suiza de Corsier Sur Vevey, se levanta frente al espejo del lago Leman y la muralla de los Alpes. Más que la casa del legendario Charlot, este fue el hogar de los Chaplin, una de esas familias que, al igual que los Kennedy o los Grimaldi, han fascinado desde el escaparate de revistas como «Paris Match» o «Jours de France». Rodeados de sus ocho hijos, aparentemente libres y bastante bohemios, Charles Chaplin y Oona O’Neill, su cuarta mujer (ya estuvo casado con Mildred Harris, Lita Grey y Paulette Goddard) residieron durante 25 años en este rincón alpino, hasta la muerte del cineasta. Es el lugar donde fueron más felices.

Hoy, tras quince años de negociaciones y gracias al empeño del arquitecto suizo Philippe Meylan y del museólogo canadiense Yves Durand, el santuario familiar de Charlot ya es accesible a todos.

Para ello ha sido determinante la colaboración de dos de los hijos de la pareja, Michael y Eugene, así como la firma relojera Jaeger Le Coultre, por cuyas piezas el actor tenía especial predilección. Abierto desde el pasado mes de abril, se espera recibir hasta 300.00 visitantes al año.

Joseph McCarthy

En 1952, Chaplin y su familia se habían embarcaron en el Queen Elisabeth rumbo a Inglaterra para recoger un premio. A su regreso, el senador Joseph McCarthy les prohibió la entrada a Estados Unidos, vertiendo contra el actor y director la acusación de comunista y pederasta. Los Chaplin buscaron refugio en Suiza y pusieron a la venta su residencia de Beverly Hills. En aquella época, Oona estaba embarazada de su quinto hijo.

Chaplin acomodó a su prole en el hotel Beau Rivage de Ginebra y se dispuso a buscar una casa. Durante un paseo por los alrededores del hotel, el chófer acercó al matrimonio hasta una antigua granja abandonada en medio de un parque impresionante. Fue un flechazo: nada más verla, Chaplin y Oona decidieron comprarla.

Construida en 1840, con tres plantas y en torno a una magnífica escalera, los Chaplin iniciaron un concienzudo proceso de rehabilitación: agrandaron las cocinas, acondicionaron los dormitorios de los niños y los invitados, ampliaron los cuartos de baño, construyeron una pista de tenis, ampliaron la terraza y en el sótano instalaron un sistema de aclimatación para conservar las películas en celuloide que atesoraba el actor. Decoraron la casa con los muebles y el ajuar de su residencia americana y, con el tiempo, añadieron piezas adquiridas en anticuarios y subastas. Además, se acondicionó una segunda vivienda anexa a la principal para el servicio, que estaba compuesto de chófer, secretaria, mayordomo, niñeras, doncellas, cocinera, pinche y un equipo de jardineros.

Pronto, la familia instauró su rutina. Aunque Chaplin y su esposa viajaban con frecuencia, en casa la hora de la cena era sagrada: a las seis y cuarto de la tarde. Los domingos, además, había barbacoa en la terraza a cargo del propio actor y a la que se invitaban a amigos de la familia. Según Michael, si alguno de los presentes no hablaba inglés, su padre se hacía entender a base de gestos cómicos.

Hoy, la casa, los garajes y la antigua granja conforman el Chaplin’s World, un museo interactivo que acerca esta leyenda del séptimo arte a las nuevas generaciones. Sus salones, el comedor, el despacho, la sala de estar, las habitaciones, los baños y la sala de cine están abiertos al público, con los recuerdos e imágenes de una familia que encontró la felicidad en el dolor del exilio.