La ex bailarina portuguesa que rehizo su vida en Valencia

María Edite Santos Raposo, madre del «nuevo» hijo de Julio Iglesias, tiene 65 años y llevaba más de 40 intentando que se reconociese la paternidad del cantante

Corresponsal en Lisboa Actualizado: Guardar
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«Abrázame», «Baila morena», «Ni te tengo ni te olvido». Los títulos de estas canciones de Julio Iglesias le van como anillo al dedo a la relación de 10 días que mantuvo con la ex bailarina portuguesa María Edite Santos Raposo, madre de Javier Sánchez Santos, el «nuevo» hijo del cantante después de que un tribunal así lo reconociese.

Aquella pasión se plasmó en una criatura que ella siempre ha luchado por reivindicar en público, sin pelos en la lengua para pasearse por los platós con el fin de proclamar a los cuatro vientos que el romance fue una realidad y que tenía todo el derecho del mundo a reclamar esa paternidad.

Ahora, con 65 años, ve sus esfuerzos recompensados esta enigmática mujer, que dejó atrás su carrera profesional en Portugal para afincarse en Valencia y rehacer una vida marcada por semejante lucha.

Maria Edite tenía solo 20 años cuando trabajaba en una sala de fiestas y conoció al icono de la música ligera en español. La atracción se hizo evidente y la vivieron con gran intensidad a lo largo de casi dos semanas en un apartamento de Sant Feliu de Guixols (Gerona), tal cual quedó reflejado en el libro «Un hijo con Julio Iglesias», publicado hace una década y con el que ahora volverá a hacer caja, probablemente.

Ella no pensaba, en principio, dedicarse al mundo del espectáculo, pero sus allegados la convencieron para que se presentase a un concurso de belleza, semilla para abrir nuevas puertas. Ingresó en una compañía portuguesa de ballet sin pretensiones, de esas que animan las veladas de las discotecas de las zonas costeras. ¿Y cómo desembarcó en la Costa Brava? Pues a través de uno de aquellos contratos.

Así se pusieron los cimientos para el encuentro con el entonces esposo de Isabel Preysler, eterno donjuán que hoy se acerca a los 74 años y del que cada cierto tiempo salen a la luz las más variadas aventuras sentimentales fuera del matrimonio.

«No fue un flechazo. Ni yo me enamoré de él, ni él de mí. Pero nos gustamos. Y él me insistió para que ese mismo día terminase durmiendo en su casa, un chalé de una planta situado en un alto de Sant Feliu», rememoraba María Edite en las páginas de su libro antes de proseguir: «Le dije que no, pero siguió insistiendo y accedí a ir a verle al día siguiente, aunque acompañada de una amiga».

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