Fuera de sitio

The Inventor, Elizabeth Holmes y el hambre de éxito

«Todo fue una estafa.Un timo multimillonario con el que se le han visto las costuras a Sillicon Valley»

Lola Sampedro

Lola Sampedro

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Recuerdo la primera vez que leí una entrevista de ella. Hará ya seis años, quizá cinco, fue en un gran diario español. Si lo recuerdo es porque Elizabeth Holmes me fascinó . Una chica muy, muy joven, de apenas 20 años, que se iba a comer el mundo cambiando el sistema sanitario. Eso es, hacer diagnósticos por muy poco dinero sin tener que pincharte con una aguja larga.

Después de esa entrevista, durante un tiempo, la seguí. Leí varios panegíricos, en realidad todo ya sonaba entonces a locura, pero yo le creí porque me lo quería creer. Tengo pánico a las agujas. No es un decir, lo paso realmente mal cada vez que me tienen que pinchar con una. Es superior a mí. Solo la posibilidad de su invento ya me abrió el cielo.

Sus promesas radicaban en que esos análisis no harían falta nunca más gracias a una máquina llamada Edison . Con solo una punción en el dedo, ella te podría hacer todo tipo de análisis a un coste bajísimo.

Todo fue una estafa. Un timo multimillonario con el que se le han visto las costuras a Sillicon Valley. Lo cuentan muy bien en el documental de HBO ‘The Inventor’ y en el libro ‘Mala sangre’. En poco tiempo, Holmes consiguió que los hombres más poderosos de EE.UU. invirtieran miles de millones de dólares en Theranos, la empresa que vendía ese sueño. Todo fue mentira siempre, la cuestión es si ella es una estafadora o solo una megalómana.

Kissinger, Biden... los más poderosos estaban entregados a esta chica. Rupert Murdoch invirtió en Theranos más de 160 millones de dólares. Estaban obnubilados por esa joven que dejó Ingeniería Química en Standford al par de años de empezar solo para intentar ser grande y, entiendo, para emular a sus ídolos. Ella imitaba a Steve Jobs y por eso siempre vestía el sempiterno suéter negro de cuello alto. Una declaración de intenciones fallida, sobre todo porque, según contaba, tenía un montón igual solo para no pensar por las mañanas en qué ponerse. Eso, cuando la ves, chirría. Es cierto que vestía así, pero siempre iba muy maquillada y con el pelo alisado. Ninguna mujer a la que le da igual la imagen y prefiere no perder tiempo por la mañana se maquilla así ni menos aún se alisa el pelo. Eso era, sin duda, una señal de su impostura.

Otro indicio era su boca. Con lo lindo que es su rostro, tiene mofletes hinchados como los de una ardilla al alimentarse. En esos vídeos que nos enseñan en el documental de HBO, de ella toda pletórica y amándose a sí misma en su falso esplendor, esos carrillos se le hinchan así y su boca siempre está en tensión, fina y dura, para adentro. En la película sostienen, además, que nunca parpadeaba. Visto el documental, puede ser, aunque eso sea imposible.

Cuando Holmes dejó esa universidad carísima, su familia se entusiasmó. Querían una triunfadora y parece ser que allí triunfar era dejar los estudios.

La historia de ese fraude se ha vendido como destapada por la prensa. Gracias al reportaje de investigación, por un soplo, de The Wall Street Journal. Sin embargo, si ves ‘The Inventor’ y lees ‘Mala sangre’, eso también es, en parte, una mentira. Después de que el WSJ publicara su ‘scoop’, Elisabeth Holmes siguió recibiendo premios, dando conferencias y ofreciendo entrevistas en las que negaba la información.

La verdadera heroína es una mujer, una exempleada que en aquel momento tenía 23 años y ni un duro para pagar abogados (los necesitaba porque Theranos y sus tiburones la amenazaban). Ella, la pringada que tenía mucho que perder y nada que ganar, es la valiente de esta historia, aunque no se le hace justicia.

La frase que planea en ‘The Inventor’ es «fake it until you make it» (finge hasta que lo consigas). Holmes lo intentó hasta más allá del final. Ella no quería ser Steve Jobs, quería ser Edison.

La línea roja la cruzó cuando empezaron a diagnosticar enfermedades infecciosas en supermercados. No eran un laboratorio ni nada que se le parezca, eran solo una idea. Con el grado tan alto de error, podían dar un negativo a alguien enfermo de, por ejemplo, sífilis. Lo sabían y no les importó. Fingieron mientras aún esperaban conseguirlo. El ansia de éxito puede ser así de repugnante.

Fue bonito mientras era mentira. La megalomanía tiene esas cositas. Siempre acaban cayendo, solo es cuestión de tiempo.

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