Los históricos bares Prado y Lozano echan el cierre tras más de 40 años en Malasaña

La clausura de estos locales deja al barrio madrileño huérfano de barras tradicionales

Dos mujeres pasean por el bar Lozano, cerrado en diciembre FOTOS: MAYA BALANYÀ
Aitor Santos Moya

Esta funcionalidad es sólo para registrados

En una sociedad donde el postureo avanza a pasos agigantados, resulta casi milagroso que ciertas costumbres sobrevivan al «brunch» de batido de verduras, pan brioche y huevos poché; creaciones todas, aderezadas con la moderna etiqueta #instafood, que en castellano significa hacer fotos con el «smartphone» a cualquier plato o vaso que se precie para después pasearlos por cuantas redes sociales sea necesario. Algo así deben de pensar en Malasaña, donde las cañas , al menos las de toda la vida, no pasan por su mejor momento.

En el último mes, el barrio ha sido testigo del cierre de dos de sus bares más tradicionales: el Prado y el Lozano . Definidos con orgullo por sus asiduos como «cutrebares», ambos locales nunca se caracterizaron por cartas de finos trazos y suaves cócteles. En su lugar, ensaladilla, bravas y pinchos de tortilla -detrás del cristal de la barra, como mandan los cánones- botellines y chatos. O minis . Porque el Lozano, (San Joaquín, 14) siempre fue muy de minis. «Hace veinte años el bar se petaba de gente con ganas de salir de fiesta sin gastarse mucho dinero», relata Juan, quien a punto de cumplir los cuarenta, recuerda con nostalgia las peripecias allí dentro vividas.

Su pequeña plancha, nada más cruzar el umbral de la puerta, marcó siempre el compás de trabajo. «Entrabas y en cinco minutos ya tenías una hamburguesa; era increíble ver al dueño, siempre con chaleco, servirlas como churros», prosigue el antiguo parroquiano. Durante sus cuatro décadas de vida, el Lozano mantuvo la esencia de congregar a sus clientes habituales, en clara armonía con la marabunta de jóvenes que entre juerga y juerga se arremolinaba al abrigo de sus jugosas ofertas. Hamburguesas y bocadillos a doscientas pesetas, primero, y a poco más de dos euros, después; y minis de sangría y cerveza por debajo de los cinco euros, que ya son parte del recuerdo dicharachero de Malasaña .

El Prado, por su parte, con su «cristalera de raciones» saludando a los transeúntes de la Corredera Alta de San Pablo, 5, fue el último en bajar la persiana dos semanas atrás. Al igual que su compañero de fatigas, el local, de dos plantas, desprendía el aroma de tiempos pretéritos . Establecimientos de otra época que han tenido que decir adiós para que obtengan, por fin, el reconocimiento que merecen.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación