Luis Ojea - Cuaderno de Viaje

El sentidiño

El doctor Albor decidió no solo estar presente. Quiso escribir la historia. Y dejó una huella que siempre convendrá reivindicar

Algunas personas, pretendiéndolo o no, acaban situadas en el centro de la historia. Y de entre todos ellos, sobresalen aquellos que, llegados a ese punto, además, deciden escribir la historia. A Gerardo Fernández Albor le corresponde una página esencial de la historia de Galicia, la construcción de los cimientos de la arquitectura administrativa e institucional de la autonomía, un capítulo sin el que no sería factible entender la Galicia actual.

No fue fácil. Nunca lo es en encrucijadas de esa naturaleza. Pero Albor le echó a la tarea eso que en esta tierra se llama sentidiño. Esa fue una de sus grandes aportaciones. La que explica muchas claves de la obra política del primer presidente electo de la Xunta. Ese sentidiño es el fundamento desde el que Gerardo Fernández Albor desarrolló y llevó a la práctica el galleguismo teórico que siempre exhibió como eje central de su forma de entender la política. Un galleguismo cordial que sirvió de vacuna y muro de contención frente al sectarismo de la minoría soberanista.

Ese sentidiño fue el que, precisamente, le permitió asentar las bases de la autonomía gallega en el principio de lealtad constitucional. Ese fue otro de los aciertos de Fernández Albor. Un mérito no menor en aquel contexto, situando a esta comunidad como referencia de fidelidad a la Carta Magna en aquella España de la Transición frente las peligrosas veleidades separatistas que desde el principio se evidenciaron en las élites rectoras de las otras nacionalidades históricas. Ese sentidiño que Albor puso además al servicio de la concertación. Esa fue otra de sus contribuciones esenciales. La inquebrantable voluntad de consenso, con frutos aun hoy en pie tras más de tres décadas. Un consenso imprescindible en aquella etapa histórica. Y en cualquier otra, también en la actual, aunque algunos, hayan decidido apostar equivocadamente por una política de trincheras. Ese sentidiño que también explica su inequívoco europeísmo. Otra de las vigas maestras que sustentan la obra de Fernández Albor. Otro de esos valores que conviene reivindicar en tiempos como los actuales en los que algunas sociedades naufragan a causa de las insensateces del populismo y el radicalismo.

Un sentidiño que, en definitiva, es eje nuclear de la figura de Gerardo Fernández Albor, al que convendrá reivindicar, esta semana en que Galicia lo perdió y siempre, porque a él le debemos los primeros pasos de esta Galicia autonómica que después el Presidente Fraga, en otra dimensión, supo desarrollar. Cada uno en su tiempo, cada uno precisamente en su dimensión, pero ambos fueron los responsables de las bases sobre las que se levanta la Galicia que hoy disfrutamos.

Hay muchas ideas que pueden ilustrar el legado político de Albor. Tolerancia, compromiso, conciliación, respeto, perdón, serenidad, moderación, calma. Todas ellas han estado presentes en su amplia trayectoria política. Pero hay una que lo impregna y resume todo, sentidiño. Fernández Albor llevó esa forma de entender la vida a la política. Y ello, pretendiéndolo o no, le convirtió en un personaje fundamental de la historia de Galicia. El doctor Albor decidió no solo estar presente. Quiso escribir la historia. Y dejó huella. Una huella sin la que no sería posible entender la Galicia actual. Una huella que siempre convendrá reivindicar. La huella indeleble del sentidiño.

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