Marcos Alfeirán, en el puerto coruñés de Oza
Marcos Alfeirán, en el puerto coruñés de Oza - MUÑIZ
Marcos, un marinero de Malpica

«Mi padre y mi hermano murieron en un naufragio. Yo sufrí otro, pero amo el mar»

La historia de Galicia está ligada al mar, ese que da pero también roba. Marcos Alfeirán —marinero— se sienta con ABC para contar su vida. Un relato de superación a bordo de las tres embarcaciones que lo marcaron

Santiago Actualizado: Guardar
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La historia de Marcos es de esas que atan un nudo en la garganta, aunque su protagonista se enfrente a ella igual que lo hace con el mar, siempre de cara. «Lo aprendí con cinco años. Nunca des la espalda al mar, me dijeron. Y eso hago». Este joven malpicano se sienta con ABC después de una noche en vela faenando en un caladero a unas dos horas del puerto de Oza. No es un buen día, reconoce al referirse al naufragio de un pesquero amigo con el que se cruzó apenas dos horas antes. Se trata del «Siempre Urbegi», que se hundió el pasado viernes en aguas de Malpica con diez tripulantes a bordo. Todos fueron rescatados con vida.

Sentado frente a un colacao caliente, un zumo de naranja y un surtido de bollería, Marcos repone fuerzas y se prepara para narrar una paradójica historia de amor, la suya con el mar. «No puedo alejarme de él, muchas veces me encuentro mejor en el barco que en tierra», confiesa con la mirada limpia. La rotundidad de las palabras de este joven contrasta con lo que le ha tocado vivir. Un duro relato que empieza a desgranar remarcando una fecha, la de la noche del 4 de octubre de 1991.

Parte I, «Os Tonechos»

Esa fatídica madrugada «Os Tonechos» naufragó a causa de un golpe de mar y sus nueve marineros perdieron la vida. Entre ellos, el padre de Marcos, y su hermano Antonio, de 41 y 21 años. Sus cuerpos nunca fueron localizados, solo apareció una extremidad de su hermano mayor. En aquel momento Marcos tenía nueve años y dos hermanos con un pie en la universidad. «Fue un antes y un después para la familia y también para Malpica. En casa, acabó con mis abuelos y con mi tío. Mi madre se quedó en shock. Fueron todos a menos», narra con templanza. Las fotografías y las crónicas de la época dan cuenta de un sufrimiento callado y negro que nadie en el pueblo ha logrado borrar de su memoria.

Pocos años después del accidente que giró su vida y recién cumplidos los dieciséis, Marcos se sentó con su madre para comunicarle que iba a dejar los estudios y hacerse marinero. La férrea oposición de la cabeza de familia —viuda con 38 años— lo llevó a buscarse el pan en Inglaterra, donde trabajó de mozo de almacén y también poniendo redes de seguridad en rascacielos. Aportó dinero, al igual que todos los de la casa, para costear los estudios de veterinaria de uno de los hermanos. Porque la tragedia de «Os Tonechos» obligó a los Alfeirán a madurar a marchas forzadas y, a la postre, los convirtió en una piña. Todos se sacrificaron por la carrera de su hermano. Después, apoyaron los estudios de empresariales de la chica de la familia y, cuando ambos habían finalizado sus carreras y se encontraron en posición, ayudaron a Marcos a comprarse su primer barco y a convertirse en patrón. Entre todos también lograron que la madre dejase atrás el luto y volviese a vestir de color. «Años difíciles», resume Marcos echando la vista atrás.

Parte II, el «Nuevo Luz»

La segunda parte de este relato de vida arranca con un veinteañero al frente de una pequeña embarcación dedicada a la pesca de la sardina y el jurel. Era el 29 de mayo de 2011, «viernes», apunta. «Estábamos en el puerto exterior de La Coruña, el tiempo era bueno y largamos el aparejo. Hicimos las mismas maniobras que seguimos repitiendo a día de hoy, pero un golpe de mar se metió en el barco con cantidad de pescado y de agua. Escoró, campaneó y pasaron dos segundos hasta que me vi debajo del agua», rememora. En ese momento, el malpicano estaba en el peor lugar del barco, el puente. «Me agarré, dejé entrar el agua y todo se apagó». Había otras cuatro personas con él esa noche en la embarcación siniestrada. Dos de ellos acabarían falleciendo a causa de la hipotermia. La hora y media desde que el «Nuevo Luz» se hundió hasta que los marineros fueron rescatados se queda para Marcos. Son imágenes que se repiten cada mañana al despertar, pero de las que prefiere no entrar en detalle. «Nos quedamos agarrados a los flotadores, con medio cuerpo en el agua. Cuando saltó la balsa salvavidas y subimos a ella yo ya estaba bastante mal. Había tragado mucha agua y casi no tenía oxígeno en sangre», explica. Media hora antes la tripulación había visto morir a la primera víctima del naufragio, de frío. «Eso lo tengo presente todos los días».

Cuando a Marcos se le pregunta qué pasó por su cabeza durante el tiempo que se vio a la deriva, lo tiene claro. «Mi madre y mis hermanos. Que nos tocara a nosotros otra vez. Me pregunté por qué». Con la muerte mirándote, este treinteañero desvela que todo depende del instinto de supervivencia de cada uno. «Lo más fatídico fue la primera media hora... escuché de todo... vi de todo. Si llegan a pasar diez minutos más probablemente hoy no estaría aquí sentado y cada día lo pienso», afirma sin perder la serenidad y haciéndose cargo de que «eso es lo peor de mi profesión». Pero tres semanas después, Marcos estaba de nuevo a bordo. De nuevo, volviendo a empezar.

Parte III. «O Sazón»

«Soy un chaval muy echado para delante. Nací en el mar y en él quiero estar hasta que me retire», sostiene. Así que, al poco tiempo de su naufragio y con la ayuda de un socio, se convirtió en patrón del «O Sazón», la embarcación en la que ahora se ganan la vida él y nueve marineros más. Cuatro son peruanos y seis de Malpica, un equipo en el que la confianza es plena. «Yo amo el mar, me enamoré con cinco años y aquí sigo», asegura. Curtido junto a los viejos marinos de su pueblo natal, Marcos echa mano, como al comienzo de su relato, de uno de los aprendizajes que más le han ayudado a seguir a flote. «El mar siempre tiene veinte años, no lo olvides», asume antes de despedirse a pie de puerto, con una sonrisa franca que no esconde lo vivido.

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