Luis Ojea - LA SEMANA

La casa de Tócame Roque

En En Marea no hay más que una vulgar lucha por el poder. Todos quieren el patrimonio que pueda quedarle a la marca

Se le atribuye a Ramón de la Cruz haber sido el primero en inmortalizar negro sobre blanco la leyenda de una corrala, dicen que fea e insalubre, situada en el cruce de la calle Barquillo con la de Belén en el Madrid del Siglo XVIII. Escenario de todo tipo de marimorenas, la casa debió albergar un zipizape continuo, cuenta la tradición que aquella leonera llegó a la fama por la disputa de dos hermanos, Juan y Roque, que gastaban sus días y la paciencia de los demás discutiendo por el reparto de una herencia. Aquella vivienda fue derribada hace mucho, pero todavía hoy, siglo y medio después de su desalojo, la conocida como casa de Tócame Roque permanece en el acervo nacional como ejemplo del desorden, el alboroto y las riñas.

De eso saben mucho los rupturistas gallegos que cada semana estrenan una nueva función. Desde la inagotable factoría que nos ha regalado éxitos del calibre de «Merlo, el diputado que infló su currículum» o «Quinteiro, la parlamentaria que según un atestado policial hizo ostentación de su cargo en una disputa con la policía en un control nocturno por vandalismo» llega ahora a las pantallas «Hermida, el político que no asume ni renuncia al acta». Un relato fascinante de cómo alguien pretende ser y no ser al mismo tiempo. Y hay quien dice que ya tienen preparado el guion del siguiente taquillazo. Sí, En Marea cada semana se parece más a la casa de Tócame Roque.

Como entonces, la clave está en el reparto de la herencia. Esto no es más que una vulgar lucha por el poder. Una guerra latente que ha estallado ahora como podría haber explotado en cualquier otro momento. El problema esencial es que Juan y Roque, Villares y Santos y todos los muñidores que rodean a ambos, quieren quedarse con la casa, con el patrimonio político que pueda quedarle a una marca que entre todos han conducido a un estado de delirio permanente.

Cartas al descubierto

Los distintos clanes han mostrado sus cartas. La apuesta está cerrada. Y esta vez es a todo o nada.

Al descanso del partido, Villares va ganando. Tarde, sí, muy tarde, a rastras, pero ha acabado haciendo lo que había que hacer, lo que tendrían que haber hecho desde el principio. Porque todos saben, porque lo saben, lo que hay en el caso de Paula Quinteiro. Ahora bien, como le gustaba recordar en sus narraciones deportivas a Gaspar Rosety, «hasta el rabo todo es toro». Tener razón no siempre conduce a la victoria. Y menos en una organización política que vive en el dislate continuo.

Santos se anotó un tanto al pacificar Podemos. Si de verdad ha atado definitivamente el apoyo del sector crítico de su partido, no conviene olvidar que los pactos en ese mundo duran lo que duran, podrá ahora salir al ataque en la segunda parte. Con esa blindada mayoría en el grupo parlamentario, podría desligarse del resultado de la consulta sobre Quinteiro y con ello escenificar el divorcio de la confluencia, que, en realidad, es lo que llevaba buscando desde hacía mucho tiempo. Lo que pretende es destruir En Marea para forzar una renegociación de los términos de la alianza y evitar así un Compromís a la gallega.

Rueda el balón. Carmen Santos o Luis Villares. Uno de los dos saldrá arruinado del envite. O ambos. En realidad, lo más probable, siempre lo ha sido, es que todo el invento acabe saltando por los aires. Es lo que suele sucederles a los partidos que acaban convertidos en la casa de Tócame Roque.

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