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Rosa Peral, la «femme fatale» de la Guardia Urbana

La agente, condenada junto a su amante por matar a su pareja, se sirvió de la seducción y la manipulación para no renunciar a nada

Rosa Peral, en el juicio celebrado recientemente en la Audiencia de Barcelona EFE | Vídeo: EP

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Su abogada, Olga Ardediu, trató de convencer al tribunal del jurado de que Rosa Peral tal vez no era «una santa», pero tampoco una «viuda negra», y mucho menos una «asesina». Sugería la letrada que a la agente de la Guardia Urbana, más que el crimen, lo que se le echaba en cara eran «sus pecados» . Esto es, sus infidelidades y relaciones paralelas. Ardediu criticaba que el fiscal se ensañara más con su defendida que con el amante de Rosa, Albert López, el otro acusado. Finalmente, tras un veredicto de culpabilidad, ambos fueron condenados a 25 y 20 años de cárcel por matar a Pedro Rodríguez y calcinar su cadáver en el maletero de su propio coche. Si la pena de Rosa fue mayor, fue por el agravante de parentesco. Eran pareja.

Cierto es que durante el juicio, en la Audiencia de Barcelona, el escrutinio de las relaciones sentimentales que Rosa había solapado en los últimos años fue una constante. Pero el foco del fiscal Félix Martín sobre determinados aspectos de su intimidad no eran gratuitos. No tenían el objetivo de juzgar su moralidad sino mostrar una personalidad intrínsecamente relacionada con el crimen que acabaría cometiendo. Rosa Peral es una mujer joven y atractiva, con unas dotes para la manipulación y la seducción –no solo sexual, sino también narrativa– de las que se valía para «salirse siempre con la suya», según señala el periodista Toni Muñoz, autor del libro «Solo tú me tendrás», el más completo sobre el caso del crimen de la Guardia Urbana. Las armas de seducción que Rosa desplegaba eran particularmente eficaces en un cuerpo como la Guardia Urbana, donde la presencia masculina es predominante.

Triángulo amoroso

Le gustaba siempre salirse con la suya. No concebía que los planes no acabasen como se proponía y era especialmente egoísta, según la describieron en el juicio los forenses. Buscaba una relación a tres bandas, que acabó en tragedia . Vivía junto a sus dos hijas, menores, en su chalé de Cubelles. Pedro Rodríguez, su pareja, hacía unos meses que se había mudado también a aquella casa, en la que la madrugada del 2 de mayo de 2017 sería asesinado. Aquella estabilidad familiar era para Rosa imprescindible, pero insuficiente. Yen ese contexto había retomado una apasionada relación sentimental con Albert López, también guardia urbano, y con quien durante años había patrullado las calles de la capital catalana. Rosa, esa mujer egoísta y con pocas dotes para encajar la frustración, lograba así un equilibrio entre lo familiar y lo pasional , que, sin embargo, no era nuevo para ella. Cuando Rosa empezó su relación con Pedro hacía bien poco que se había separado de Rubén, su exmarido, también policía, y padre de sus hijas. La última Navidad había sido paradigmática de la personalidad de Rosa. En Nochebuena Rubén todavía se sentaba en la mesa familiar. Sin embargo, en Fin de Año en su lugar ya estaba ocupado por Pedro. Solo una semana después, el nuevo novio ocupaba la silla que había dejado su exmarido. Como un simple cambio de cromos, Rosa intentó con Pedro lo mismo que con Rubén: mantener al menos una vía de escape para oxigenarse de la rutina familiar. Pero se encontró que Pedro no era tan condescendiente con sus amoríos como su exmarido.

Rosa Peral, en el pantano de Fox, en una sesión del juicio celebrada en el exterior I. Baucells

No se sabe exactamente cómo sucedió, pero el juicio dejó entrever que Pedro podría haberse enterado de que Rosa se estaba viendo con Albert. Por eso, tal y como recoge la sentencia, en un momento dado consideraron que Pedro era un estorbo para la relación que había retomado. Cuando lo mataron, intentaron incriminar a Rubén, acercando el teléfono móvil de la víctima a la casa de su exmarido. El objetivo era hacer creer a los Mossos que Pedro había ido a casa de Rubén a arreglar cuentas pendientes, y que este lo había matado. Por suerte para Rubén, cuando el teléfono de Pedro –que ya había sido asesinado– perdió la señal junto a su casa, él estaba en el gimnasio. Tenía coartada y pocas explicaciones necesitó para convencer a los Mossos de que nada tenía que ver con aquel crimen. Rosa y Albert habían planificado juntos el asesinato, pero cuando los cazaron se decantaron por el «sálvese quien pueda» y se acusaron mutuamente del crimen esgrimiento supuestas razones que el otro tendría para acabar con la vida de Pedro.

Rosa no dejó de dar rienda suelta a sus dotes para la manipulación ni si quiera tras ser detenida después del crimen. Llegó a la cárcel barcelonesa de Wad-Ras como un torbellino que se llevó por delante el clima de convivencia de la prisión. Se lo contaría tiempo después a los Mossos la directora del centro penitenciario. Rosa acabaría siendo trasladada a la prisión de Brians. Y en la cárcel confesó también a una interna que había envenenado a Pedro antes del asesinato. Lo confirmó luego esta misma interna en el juicio. Al menos a una reclusa confesó, además, que tenía intención de acabar con la vida de su exmarido Rubén.

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