Amador Palacios

María Luisa Mora, excelsa

«Su poesía refleja, fielmente, su realidad, su dolor, su esperanza, el transcurrir consuetudinario en que su vida está ceñida»

Amador Palacios
TOLEDO Actualizado: Guardar
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Sostengo con firmeza que por María Luisa Mora he sentido en todo momento una debilidad especial. Y esta debilidad mía se proyecta en una conjunción de altas apreciaciones. En primer lugar, hallo sumo placer en la oportunidad de cultivar su amistad, de gozar de la dulzura de su trato, de calibrar positivamente su continua sensatez. Claro que soy gran admirador de su producción poética, pero también estimo mucho el admirable estatuto de su actividad literaria, centrada en esa labor ideal que recorre, desde el conocimiento que exhala su obra hasta la fluida comunicación de un cúmulo de afinidades que María Luisa Mora intercambia con calidez.

Trabajadora incansable, mantiene una relación tanto efectiva como cordial con sus editores; su poesía ha sido reconocida con los numerosos premios otorgados a su labor creadora; todos sus poemas, desde 1986 a 2013, están compilados en la edición de un sustancioso volumen; tiene una calle dedicada en su pueblo, Yepes, cosa que a todos los poetas, aunque se declaren renuentes frente a tal distinción, les gustaría obtener; es académica toledana; se rodea de su amorosa familia, afable y comprensiva, conformada como un agradable y melifluo favor que le compensa por la desgracia de la pérdida de una hija; es muy activa en las redes sociales, mas no a lo tonto, sino compartiendo con tino, sabia y afectuosamente, las electas estéticas con sus muchos seguidores y amigos; sus relaciones epistolares, y de ello me enorgullezco de dar cuenta, son cariñosas, justas y cabales.

El conjunto, en suma, de su acaecer social, literario y humano, es envidiablemente ético. Y, por favor, no se me replique que, bueno, uno puede ser un desastre, incluso ser mala persona y ser genial poeta; cosa con la que estoy en desacuerdo, pues creo que ese poeta «cabrón» estará más pendiente de sus cabronadas que de escribir grandes poemas.

Claves machadianas

Tengo el honor de confirmar que he frecuentado todo el territorio poético de María Luisa Mora. Lo he recorrido como una grandiosa heredad, atravesando en ocasiones repetidas veces sus mejores espacios, asombrado por la mirífica contemplación que me brindan. Así son los poemas: elegantes habitáculos, gráciles jardines, aromáticos prados, determinantes límites. He reseñado varios de sus libros poéticos, algunos de ellos a través de artículos publicados en este Artes&Letras; para la publicación alcarreña El Alambique escribí un ensayo destacando unas claves machadianas sobresaliendo de su poética. Y siempre que he tenido ocasión, al establecer alguna digresión panorámica que venía al caso, la he mencionado con fervor. No voy a autocitarme, repetir esos abundantes excursos críticos ofrendados a la inmensa autenticidad de su poesía. Sólo quiero resumir, para esta ocasión, el beneficioso semblante de su transcurso creativo expresado puntualmente en el conjunto de sus libros.

Cada libro de María Luisa, y lo diré remedando a Walt Whitman, más que un libro es el entero reflejo de ella como mujer; pues como aseveró también aquél, con cierta ironía, los poetas carecen de biografía, siendo su obra su biografía. En el caso de María Luisa Mora, esta noción tiene un carácter muy acusado. Su poesía refleja, fielmente, su realidad, su dolor, su esperanza, el transcurrir consuetudinario en que su vida está ceñida. Y al reflejar la realidad esa poesía se expresa como un relato diáfano, la transparente voz que revela su mundo. La poesía es habla; aunque conjuga también la música, la poesía no es música porque es habla, un habla especial si se quiere, pero habla, utilizando los idénticos elementos de la conversación habitual. Pero, ¡ojo!, la poesía de María Luisa Mora no es sólo simple espejo de la realidad que envuelve a la autora. Es activa en sí misma, ya que el espacio real del poema no es la realidad a la que ineludiblemente se refiere, sino la materia del propio poema. Y la complexión de este diálogo que la poesía de María Luisa mantiene con el lector se dota de una admirable cadencia, virtud de excelso canto.

Toda la firme, contundente, sinuosa en sus resonancias, narratividad poética de María Luisa Mora ha sucedido hasta ahora en una horma conversacional, la de la silva, sin rima, en buenos trechos (estrofas) larga y acompasadamente respiratorios, cumpliendo la vicisitud del trascurrir de su existencia. Pero ahora, y yo fervientemente lo deseaba, ha publicado un último libro sólo de sonetos, Soneto de invierno. El acierto es patente. En este conjunto perfectamente formal (la lengua es forma, Saussure dixit, y por lo tanto la poesía), Mora vuelca los avatares de su mundo en ese perfecto y cerrado molde en que su pena y su esperanza, sus ilusiones y desencantos se decantan, convirtiendo en un tono sublime y alígero el tema de su creación poética, igualando el discurso de esta autora toledana al de las grandes voces europeas en la hondura y sinceridad mostradas por la selecta nómina de las poetas de la Historia.

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