José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XVIII)

Miguel, Madrid, la Imprenta...

La casualidad no es un hecho fortuito y oscuro, es el aviso cósmico de algo que a los humanos nos es muy difícil de entender

José Rosell Villasevil
TOLEDO Actualizado: Guardar
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La casualidad no es un hecho fortuito y oscuro, es el aviso cósmico de algo que a los humanos nos es muy difícil de entender. La imprenta aparece en Madrid, prácticamente, al mismo tiempo que Miguel de Cervantes, como si fuese preparando ya los tórculos para imprimir el libro sublime del «Señor de los Tristes»: «El Ingenioso Hidalgo...» En 1566, se abría en la Villa y Corte una pequeña imprenta, detrás del convento de la Victoria, junto a la puerta del Sol, concretamente en lo que hoy es la popular calle de Espoz y Mina.

Eran dos los socios fundadores: Alfonso Gómez como capitalista, y el francés Pierre Cousin -«impresor en corte»- como técnico.

En cuanto a don Rodrigo, podemos observar a tenor de un documento fechado en enero de 1567, autorizando al procurador Andrés de Ozaneta, «para que le represente en todos los pleitos y causas», que entraba con ánimos belicosos en la corte, seguramente en desacuerdo con los albaceas y testamentarios de su recientemente fenecida suegra.

Ignoramos el domicilio, tanto como si instala su «clínica zurujana» propiamente dicha, o la complementa con tienda de barbero -de vihuela y tertulia-, de «platicante», sacamuelas y sangrador.

Algunos estudiosos sugieren que todo ésto, aún se completara con la toma de huéspedes, a juzgar por los personajes que a se ahieren al nombre de la familia continuadamente, tales como el toledano Alonso Getino de Guzmán y los banqueros italianos Pirro Boqui y Francesco Musaqui. Después aparecerá otro nombre para redondear la curiosa intimidad entre los Cervantes y aquellas buenas gentes.

Getino de Guzmán, que había sido músico y danzante en la compañía de Lope de Rueda, y a quien don Rodrigo pudo conocer ya en Valladolid o en Sevilla, ocupaba a la sazón un puesto de confianza en el Consistorio madrileño, como promotor escénico en posadas y «corrales», así como coordinador de los espectaculares montajes urbanos o eventos públicos oficiales. Todo ello con la ayuda de otra experta persona, residente en Toledo, llamado Diego de la Ostia.

La amistad y protección desinteresada hacia Miguel, fue por parte de Getino tan eficaz como dilatada.

Y Miguel, poeta en ciernes, va a ser colaborador literario del ex danzante, componiéndole los versos que aquel precisara para ilustrar las cartelas que, entre los decorados callejeros, destacaran líricamente la personalidad del agasajado.

¿Se exhibieron los primeros versos conocidos de nuestro ingenio, en el gran montaje festivo que el Ayuntamiento madrileño ordenó preparar en octubre de 1567, para celebrar el nacimiento de la infanta Catalina Micaela, segunda hija de Felipe II y de su tercera esposa Isabel de Valois?

No lo recogen, evidentemente, los cronistas de la época, pero los versos sí son de ese tiempo y al efecto, cuyo manuscrito se halla en el Fondo español de la Biblioteca Nacional de París.

Son un canto, casi amoroso, a esa Reina llena de alegría y juventud que tan solo tenía un año más que él: «Serenísima Reina, en quien se halla,/lo que Dios puede dar al ser humano...»

Un año después, con motivo del fallecimiento de ésta, a quien llamaran Princesa de la Paz, escribía como si de aquella Real chiquilla -al final muy triste- estuviese cautivo, sus primeros versos impresos (¡por Pierre Cousin!), dirigidos al cardenal Espinosa y encargados a su breve-gigante maestro López de Hoyos, únicos versos con autor conocido, dentro de ese opúsculo de 108 pp., titulado «Historia y relación verdadera...» (1568): «Tanto de pronto subiste/en el amor que mostraste,/que ya que al cielo te fuiste,/ en la tierra nos dejaste/las prendas que más quisiste...»

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