José Rosell Villasevil - SENCIALLEMENTE CERVANTES (XVII)

Los Cervantes vuelven a Castilla

En 1566, la familia andariega vuelve a Castilla por los mismos pasos que de ella trajera, ya hacía cerca de 14 años, cuando arriban exhaustos a Córdoba buscando el apoyo del influyente abuelo paterno

José Rosell Villasevil
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En 1566, la familia andariega vuelve a Castilla por los mismos pasos que de ella trajera, ya hacía cerca de 14 años, cuando arriban exhaustos a Córdoba buscando el apoyo del influyente abuelo paterno. En este caso concreto, la receptora es la Villa y Corte de Madrid, una de las ciudades clave en la vida y la obra del Príncipe de los Ingenios. Aquí, salvo «La Galatea», se publicarán todos sus libros y aquí, prácticamente toda la familia, vivirá hasta su bajada respectiva a la tumba.

A Miguel le quedaba en el momento de llegar, toda una vida por delante repleta de aventuras, de riesgos y avatares, como a alguno más de los suyos, ya que la existencia humana no es otra cosa que una carrera de obstáculos, más o menos complicados; pero al fin, el núcleo y la casi totalidad de esta saga tan peculiar de nuestra Historia, supo amoldarse a la Ciudad del inocente Manzanares, como su mejor refugio y último tramo y meta de su andadura.

Algunos biógrafos conjeturan su presencia en la Capital del Imperio, en la primavera del año más arriba indicado. No obstante, documentalmnte, no se les puede fijar tal vecindad hasta el 2 de diciembre de ese citado 1566, fecha en que doña Leonor comparece ante el escribano Diego de Henao, al objeto de otorgar a su esposo, que se halla presente, poder completo para que pueda reclamar de los albaceas correspondientes, lo que legalmente le corresponde a la muerte de doña Elvira de Cortinas, su madre.

Miguel cuenta a la sazón 19 años, y llega a la bulliciosa Ciudad del «Prado y fuentes» (a quien un día cantará del mejor modo), con una razonablemente buena preparación humanista, además del deseo vivo -compañero inseparable- de nuevas experiencias y saberes, y con el alma llena de inspiración poética, perfumada de gracia repentina -ceceando andaluz y levemente tartamudeando- y de profundas miradas de mujer clavadas en el recuerdo, entre rojos claveles y oloroso romero de la voluptuosa Sevilla.

La Villa y Corte no tiene un Guadalquivir que conecte, en directo navegar, con la Nueva España de allende el Atlántico, pero posee un humilde riachuelo de aguas puras, rodeado de frescas alamedas y huertas de abundancia, así como de boscosos encinares y golosos madroños habitados todavía por osos espectaculares. Y en la urbe, sesenta mil almas de todos los linajes, lenguas, colores y mismos afanes, que desde el amanecer alegran las plazas, las calles y los mentideros.

Además, no existe nada más bello en el mundo que la mirada de una encantadora «gata» madrileña.

Atrás queda Triana y la Torre del Oro, la Giralda y el Arenal, así como la sonriente niñez y adolescencia ilustradas en la mejor ciencia de todas: el descubrimiento de la propia vida. Y habría de volver, ¡ya lo creo! Aún le quedaban pendientes importantes asignaturas sevillanas que aprobar. Pero, ¡cuánta aventura madrileña le quedaba también por vivir, Dios mío! ¿En Madrid nada más?

Es el cuarto discurrir de Miguel por ese Camino entrañable del Sur, por la ancestral Vía o Ruta de la Plata, y en esta ocasión, ya hombre hecho y derecho, anotaría cuidadosamente todos los detalles de la travesía, aparentemente anodina de La Mancha, luego de salvar la muralla pétrea de Sierra Morena, la dilatada comarca calatraveña hasta la llegada, tras sus frondosos Montes, a la Ciudad que un día llamará «peñascasa pesadumbre», pasar la árida Sagra, no obstante paraíso cerealista de Castilla, hasta cruzar la puente de Toledo madrileña y traspasar la puerta de su nombre, que a la sazón se hallaba a la altura de la hoy castiza y popular «Fuentecilla».

El 29 de diciembre del mismo 1566, ante el mismo escribano, el matrimonio Cervantes ratifica la venta a Andrés Rendero, vecino de Arganda, de una viña heredada por doña Leonor, sita «en el camino de Morata», por importe de 7500 maravedís. La aventura de Madrid, ha comenzado: ¡Bienvenidos!

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