Rocío Márquez durante su actuación
Rocío Márquez durante su actuación - ABC
Música

Diálogo de viejos y nuevos sones

El Festival de Música El Greco en Toledo ha cerrado su edición de primavera con el proyecto del violagambista Fahmi Alqhai y la cantaora flamenca Rocío Márquez

TOLEDO Actualizado: Guardar
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El Festival de Música El Greco en Toledo ha cerrado su edición de primavera con el concierto «Diálogos de viejos y nuevos sones», el proyecto del violagambista Fahmi Alqhai y la cantaora flamenca Rocío Márquez que ya fuera estrenado en septiembre de 2016 en la Bienal del Flamenco de Sevilla. Junto a los dos principales intérpretes, también han intervenido formando grupo, Rami Alqhai, con la viola da gamba, y el percusionista flamenco Agustín Diassera.

Pudiera parecer que el concierto responde a los cánones de la «música fusión», pero nada más lejos de esa realidad, pues lo plantean como un diálogo entre una variedad de sones en las violas de gamba y una no menor diversidad de palos del flamenco que se acompañan, se complementan, se unen o se separan.

Sin embargo, como en todo diálogo ocurre, siempre hay quien termina por llevar la voz cantante. En este espectáculo es evidente que la voz cantante, valga la redundancia, la lleva la cantaora, cuyo dominio de los palos, apoyado, además, en unas letras tan significativas como el «Vivo sin vivir en mí» de Santa Teresa, una nana basada en el «Cant dels ocells» de Pau Casals, el sencillo pero maravilloso y peligrosamente pegadizo madrigal de Monteverdi «Sì dolce è’l tormento» o el «Angelitos negros» de Antonio Machín, entre otras, llegan con efectividad al público. Esto no quiere decir que la música instrumental quede en un segundo plano artístico, ni mucho menos. Alqhai también dejó constancia de sus virtudes; pero la fuerza de la palabra y del tradicional cante flamenco, ya sean «seguidillas» (o «seguiriyas»), chaconas, bamberas pastoreñas, guajiras, colombianas, peteneras o  los difíciles melismas del valiente fandango alosnero, hacen que Rocío Márquez tenga un protagonismo evidente, al que suma su afinación, su buena dicción y su buen gusto.

El programa ofrecido es como una espiral en donde los cantes, o mejor los sones, van y vienen de lo viejo a lo nuevo, de la tradición más antigua a lo que pervive, de lo que resuena a sefardí a lo que está a caballo entre lo renacentista y lo barroco, de lo transatlántico a lo mediterráneo, de lo popular a lo culto. De esa variedad ecléctica tan diversa, tan difícil de hilar en lo conceptual pero acertada en lo espectacular, nos da idea el mosaico del que son teselas Pau Casals, Monteverdi, los cantes de Alosno o Antonio Machín, junto a otros más, que nos ofrecen un panorama colorista.

Se hizo corto el concierto, poco más de una hora de duración, que comenzó con una ligera desazón, hasta que la amplificación se ajustó y la voz, las violas da gamba y la percusión se acercaron a la naturalidad con que suenan cuando no hay tecnología de por medio. (Ya vimos a Rocío Márquez, en ese mismo patio de San Pedro Mártir, cantar espléndidamente al natural en su anterior comparecencia en el año Greco). Al finalizar la gente, puesta en pie, aplaudió con ganas a los artistas en señal de su seguro contento por lo que había oído.

El Festival de Música El Greco en Toledo abre ahora un compás de espera hasta el concierto que ofrecerán la Orquesta y Coro del Teatro Real en el próximo mes de septiembre. Los conciertos de primavera han sido «boccato di cardinale». Sin embargo, para asentar esta acción cultural de prestigio en la ciudad, es preciso seguir trabajando, planificando con tiempo, buscando y fidelizando mecenas, publicitando con rigor y abriendo caminos innovadores que integren a más sociedad: toledana, española e internacional. Estoy seguro de que la organización ya está en ello y sabe que el éxito reside en hacer lo difícil e intentar lo imposible.

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