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Varios manifestantes bloquean con contenedores calles del barrio barcelonés de Gracia - EFE

Vecinos de Gràcia: «Ya nadie los podrá ver igual»

Incluso los habitantes que contemplaban con simpatía a los «okupas» deploran su actitud violenta

Barcelona Actualizado: Guardar
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Casi ni rastro de la batalla campal. Los servicios municipales borran a la perfección las señales que dejan las noches de altercados en Barcelona que, por desgracia, con el paso de los años empiezan a ser rutina. Gràcia parecía un remanso de paz, aunque se intuía una calma tensa. Encontrar las pruebas de la segunda noche consecutiva de disturbios no era fácil: solo algunas vallas policiales arrinconadas en puntos estratégicos del entramado de callejuelas que conforman este barrio dejaban entrever otra noche movida.

En la «zona cero» del conflicto, las secuelas eran más visibles. Cámaras de televisión, restos del cordón policial y pedazos de cristales rotos que habían olvidado los servicios de limpieza. Alguno de los establecimientos dañados todavía esperaba el arreglo, como una sede bancaria que ayer atendía a clientes con el escaparate machacado a pedradas y con parches para evitar que se desmenuzara más, y una puerta temporal de madera.

Enfrente, un quiosco que anteayer quedó también con los cristales destrozados y al que la segunda noche le trajo varios grafitis. «Hacía tiempo que no teníamos problemas», lamentaba su propietario, Àlex Graells, que recordaba que «lo peor es que he perdido dos días de trabajo, porque por seguridad han cortado la calle».

Unos metros más allá, en una esquina, yacía con total tranquilidad el protagonista de la disputa: un local tapiado por todos lados con planchas metálicas marrones que dejan ver, eso sí, incontables golpes y también muchos puntos de soldadura. Los operarios reforzaron especialmente el blindaje para prevenir asaltos. Intentos no faltaron: los antisistema acudieron a la protesta de anteayer incluso con sierras radiales y, de hecho, esa fue una de las razones por las que se desencadenaron las cargas policiales.

Además de una decena de flores enganchadas en las placas metálicas, un cartel recordaba los actos que el centro social «okupado» tenía que albergar esta semana: Tai Chi, clases de castellano, inglés, catalán y euskera, talleres de costura con telares, un cinefórum y conferencias, además de actividades fijas como una tienda de ropa gratis o el espacio de informática y de juegos infantiles.

Muchos transeúntes se paraban a leer el cartel o a fotografiar el lugar. «Yo lo veía desde el balcón y alucinaba: incluso vi cómo empotraban un coche marcha atrás contra un supermercado y cómo entraron a robar. Es horroroso», cuenta una vecina que no quiere dar su nombre. Incluso los que habían participado de las actividades del «banco expropiado» recriminan las actitudes violentas. «No daba ni un problema, el barrio estaba a gusto con este centro y muchos entrábamos, pero ahora ya nadie los podrá ver igual», augura Mireia.

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