Análisis

Rendirse a la evidencia

«La doble vara de medir conductas éticas en virtud de la ideología de cada cual se ha asentado en nuestra democracia como un maleficio»

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, en el pleno del Congreso de los Diputados del miércoles EFE
Manuel Marín

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El 1 de junio de 2018, en plena moción de censura contra Mariano Rajoy, Pedro Sánchez no supo intuir cómo sus palabras delatarían su impostura unas semanas después. Sánchez dijo: «Lo que hay en Europa son, por ejemplo, personas, como en Alemania, que han desempeñado responsabilidades ministeriales y se les ha descubierto que han plagiado una tesis, y lo que han hecho ha sido dimitir» . Se cumple un año desde que ABC desvelase que Sánchez plagió su tesis doctoral, que hasta entonces había permanecido deliberadamente opaca, y sobre la cual nunca dio una sola explicación. Se limitó a maniobrar para paliar el escándalo y empleó testimonios sesgados de expertos, programas informáticos de escaneo anti-plagio, e informes oficiales para desmentir lo imposible.

Resulta legítimo abrir el debate sobre si un cargo público con trayectoria universitaria — el caso de Manuel Cruz , Carmen Montón, o el del ayer dimitido Bienvenido Mena , alto cargo del PP en Castilla y León— debería renunciar o no en caso de ser sorprendido en un plagio. Opiniones libres habrá para atribuir más o menos gravedad a esa conducta, o sobre si compensa el desprestigio personal a costa de mantenerse en un escaño, o sobre la formación real de nuestras élites políticas. Incluso, si la conducta es reprobable cuando la comete un político de la derecha, o es irrelevante y justificable cuando afecta a uno de la izquierda . La doble vara de medir conductas éticas en virtud de la ideología de cada cual se ha asentado en nuestra democracia como un maleficio.

Sin embargo, lo que no resulta legítimo es dudar de qué es un plagio y qué no lo es. Las certezas contrastables son tozudas en una sociedad abierta en canal y desconfiada, en la que mantener un engaño de manera permanente es imposible. El escrutinio encarnizado afecta a todos y a menudo se convierte en abusivo porque pudre la dignidad de las personas gratuita e injustamente. No obstante, algo falla en el discurso de Sánchez cuando siempre se negó a explicarse . Nada cuadra en su puzle de excusas. Dejó caer los días, amenazó con demandas y siguió gobernando. A otra cosa.

Pero fue Sánchez quien impuso el mismo control de calidad al que él no quiso someterse. Fue él quien instauró un criterio de ejemplaridad solo válido según para quién, y según en qué circunstancias. Carmen Montón, forzada a dimitir, lo sabe. Fue él quien convirtió la estigmatización ideológica selectiva en una herramienta de abrasión política. Y es él quien, víctima de sus contradicciones, sigue sin explicar por qué. Hace un año nadie fabricó una sombra de sospecha falsaria para desprestigiarle. Simplemente ABC investigó. Ante la evidencia conviene rendirse.

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