Análisis

Relato (cursi) del procesismo

Si se pudiera condenar por cursilería, a esta tropa no la salva ni un relator nombrado por el plagiario Sánchez

Ilustración de Carbajo, con Artur Mas de Moisés ABC
Sergi Doria

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Si hace poco el debate político lo protagonizaba el «relator», «relatemos» cómo Cataluña se intoxicó de cursilería y mitomanía. El llamado «procés» ya apuntaba maneras al presentarse como una «revolució dels somriures» inspirada en el tema de Lluís Llach «I amb el somriure la revolta».

Artur Mas fue pionero en atizar el fuego independentista con un símil bíblico: «El adversario al cual nos enfrentamos es mucho más poderoso que nosotros; pero David no venció a Goliath porque fue más fuerte, sino porque era muy astuto y muy hábil». Para animar a sus huestes funcionariales recurrió a la bravata belicosa: «¡Sois los generales de un ejército que es la Generalidad y que tiene una gran misión!»

Fotografiado cual Moisés de Tuset Street, el Astuto podía ser Luther King, Gandhi o hasta un jefe indio que «planta cara» al Estado , esa actitud del catalán «fatxenda» que detestaba Josep Pla: «¡Grandes jefes PP-PSOE-Podemos venir reserva catalana decir indígenas que conviene votar!» proclamó como número 4 de Junts pel Sí en septiembre de 2015.

Como las plebiscitarias no salieron fetén, Mas retornó al verbo castrense: «Somos soldados derrotados al servicio de Cataluña, soldados al servicio del presidente Puigdemont». De toda esta facundia, amamantada musical y literariamente en las «canciones de campamento», el excursionismo, los ripios de Martí i Pol y del cursi de Verges no podía esperarse gran cosa.

Embarcados en el viaje a Ítaca -¡pobre Cavafis!-, con rumbo seguro a las rocas , la retórica independentista bascula entre el amarillismo onírico, y la épica de Pitarra. Ejemplo de lo primero, la arenga de la difunta Muriel Casals en aquel Concierto por la Libertad del Camp Nou, 29 de junio de 2013: «¡No estamos aquí para buscar un sueño, nosotros somos el sueño!» Sueño o, más bien pesadilla, el «procés» prosiguió su singladura hacia el desastre jaleado por personajes como la tucumana monja Caram. Enamorada de Mas, reafirmó las similitudes entre el Astuto y Gandhi. La mitomanía procesista se irá ampliando con más personajes: Sara Parks, Hannah Arendt...

Como no existían todavía los CDR, el movimiento nacional seguía vendiendo a la opinión pública su presunto carácter «cívico y pacífico». Para subrayarlo, el evangélico lema de ERC -«el junquerismo es amor»- impreso en camisetas de quince euros.

Iban lanzados. Jordi Turull, «apparatchick» con precario bagaje lírico, echaba mano de Mandela: «Todo parece imposible hasta que se hace». El verano de 2016, Turull vaticinó que en las fiestas de Gràcia del 2017 «habremos proclamado la independencia». «¡El mundo nos mira!», proclamaban. Y llegó el 2017. Y las calendas del 6 y 7 de septiembre con la abolición -vía Ley de Transitoriedad Jurídica- del Estatuto y la Constitución. Y el asedio a la consejería de Economía del 20-S. Y el 1-0, la «huelga de país» del 3-O, el 27-O y el 155…

Desde la trena, los cabecillas siguieron cultivando la épica. Jordi Cuixart plasmó sus pensamientos de Tagore comarcal en imanes que Òmnium vende en un pack de cuatro a nueve euros la pieza. «Nunca podrán encarcelar las ideas»; «La celda es pequeña pero el sueño es inmenso» ; «Salud, ternura y República. ¡Siempre adelante!»; «No quiero salir de la prisión sino con dignidad».

Josep Rull era más prosaico. Acostumbrado a buenos restaurantes, el rancho carcelario le provocaba gases: «Era una comida muy flatulenta. Para entendernos, un cocido de aquellos intensos. El primer día nos dieron unas hamburguesas tan quemadas que se me rompió el tenedor». Junqueras prefería la solemnidad historicista: «Me clavo en el pecho la espada, que ya no me servirá para combatir…»

Con Puigdemont en Waterloo, el vicario Quim Torra abona la crónica más sombría del «procés». Sus frases son, casi siempre, supremacistas. Como aquella que dice… «Vamos en coches particulares y nos lo pagamos todo. No hacemos como los españoles». Y lo dice quien lleva gastados más de 120.000 euros en viajes -inútiles- al extranjero. Convencido, como su napoleónico jefe, de estar «en el lado correcto de la Historia» , animaliza al adversario, amenaza con la vía eslovena y -¡que curioso!- alerta contra el fascismo: es como aquel personaje de Lovecraft que se asusta del monstruo que compone su propia imagen en el espejo. Avezado en el victimismo, identifica la situación catalana con «una crisis humanitaria».

Llegó el juicio. Y Òmnium lanzó la campaña «Yo acuso», manoseando el alegato de Zola en el caso Dreyfus. Se ha comparado a los fugados -cómodamente instalados en de Bélgica y Suiza- con los republicanos que padecieron la frontera francesa en el 39. Para amenizar el agravio, Toni Comín, nieto del carlista Comín, llama facha al Estado y toca al piano «Que tengamos suerte», cómo no, de Lluís Llach. Desconocemos si el proceso al «procés» sentenciará sedición o rebelión. Si se pudiera condenar por cursilería, a esta tropa no la salva ni un relator nombrado por el plagiario Sánchez.

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