Don Juan Carlos, el motor de la Transición que dio paso a la mayor etapa de progreso

Los 39 años de reinado del anterior jefe del Estado han sido la etapa más próspera de España

Pablo Muñoz

La salida de España de Don Juan Carlos , motivada por actitudes particulares poco ejemplares conocidas en los últimos tiempos, no puede velar la historia de un gran reinado de 39 años, en los que se alcanzaron cotas de prosperidad inimaginables en su día. En su etapa en la Jefatura del Estado, que comenzó con un país que salía de una dictadura, dividido y en plena crisis económica, los españoles hemos alcanzado unas cotas de progreso económico, estabilidad y libertad sin precedentes. El « milagro español » no fue una invención, sino la extraordinaria obra de una nación unida y liderada por el hombre al que hoy muchos tratan de destruir, que supo entender a la perfección el papel que tenía reservado en la historia.

La Transición política es, sin duda, la gran obra de Don Juan Carlos. La transformación del régimen autoritario que heredó del general Franco el 20 de noviembre de 1975 en uno democrático en tiempo récord, sin rupturas -«de la ley a la ley», en palabras de Torcuato Fernández Miranda -, demostró no solo a los españoles, sino a todo el mundo, la capacidad, inteligencia, cintura, valentía y audacia de una persona que para la mayoría era un desconocido y que en el resto provocaba recelos por haber recibido el poder de manos del dictador. Contra todo pronóstico -en la época se hacían chanzas de que pasaría a la posteridad como «Juan Carlos, el Breve»-, fue agigantando su figura hasta ser reconocido por todos como el elemento clave de una operación que devolvió a España al lugar que le correspondía. Había nacido el «Juancarlismo».

Los inicios del Reinado fueron complicados. Con una situación económica difícil, un gobierno heredado del franquismo con Carlos Arias Navarro a la cabeza y unas Cortes mayoritariamente leales al dictador, había que actuar rápido, primero para ganarse la confianza de la comunidad internacional, con la que ya se había comprometido a liderar el proceso de transición a la democracia , y también la de los españoles, mayoritariamente a favor del cambio y que querían ver pronto señales de que por fin una nueva era política había comenzado.

En su primer mensaje a las Cortes, con motivo de su coronación el 22 de noviembre de 1975, Don Juan Carlos dejó claras sus intenciones: «Un orden justo, igual para todos, permite reconocer dentro de la unidad del Reino y del Estado las peculiaridades regionales, como expresión de la diiversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España. El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición», dijo. Y añadió: « Una sociedad libre y moderna requiere la aparición de todos en los foros decisión, en los medios de comunicación, en los diversos niveles educativos y en el control de la riqueza nacional. Hacer cada día más cierta y eficaz esa participación debe ser una empresa comunitaria y tarea de gobierno».

El Rey eligió a dos figuras extraordinarias para que le acompañasen: el ya citado Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y una de las mejores cabezas políticas que ha tenido nuestro país, y Adolfo Suárez , aupado por el anterior al último gobierno de Arias Navarro y que con 43 años fue nombrado por Don Juan Carlos presidente del Gobierno en julio de 1976. El objetivo era claro: desmontar las estructuras franquistas y dar paso a un sistema democrático que permitiera al Monarca hacer realidad su anhelo de ser el «Rey de todos los españoles».

El primer hito fue la aprobación por parte de las Cortes franquistas de la Ley de Reforma Política , el 18 de noviembre de 1976. Salió adelante con el voto de 435 de los 531 procuradores, un 81 por ciento del total. Era el instrumento jurídico que necesitaba Don Juan Carlos para hacer la Transición y probablemente la operación más complicada de realizar, ya que suponía, ni más ni menos, el «harakiri» de los herederos del dictador; una voladura controlada del régimen realizada desde dentro del mismo.

El siguiente paso se produjo el 15 de junio de 1977, menos de dos años después de la muerte de Franco. Por primera vez en 41 años los españoles fueron convocados a unas elecciones democráticas para elegir las Cortes que tendrían como principal misión redactar una Constitución que tendría que ser aprobada en referéndum. Fueron momentos de gran tensión, en especial en lo que hacía referencia a la articulación territorial del Estado, caballo de batalla de los nacionalistas. Pero una vez más, el trabajo en la sombra del Rey -también, cómo no, de Adolfo Suárez y de la mayoría de líderes políticos, que dieron una lección de responsabilidad ante la historia-; su habilidad para unir voluntades y forjar acuerdos entre distintos permitió que el 6 de diciembre de 1978 se aprobara por abrumadora mayoría la Carta Magna que ponía fin a las dos Españas y daba paso a la de la reconciliación y las libertades... El 29 de diciembre de 1978, reunidas las Cortes en sesión solemne, Su Majestad el Rey sancionaba la Constitución que le reserva el papel de símbolo de la unidad de España, árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones y representante del Estado en las relaciones internacionales, además de jefe supremo de las Fuerzas Armadas. La monarquía parlamentaria, su objetivo antes incuso de que comenzara su reinado, era un hecho.

En poco más de tres años se había avanzado en la modernización de España más que en décadas, pero el peligro de involución era patente. La crisis económica, el malestar del sector más reaccionario de las Fuerzas Armadas, la radicalización de los nacionalismos y sobre todo el terrorismo ciego de los pistoleros de ETA y del GRAPO llevaban la inquietud a una sociedad esperanzada pero temerosa del futuro. La figura de Don Juan Carlos fue clave para mantener la estabilidad ante los convulsos acontecimientos que se vivían. Especialmente resultó decisiva en el apaciguamiento de sus compañeros de armas, muy críticos con lo que sucedía pero sobre los que tenía un enorme ascendente como jefe supremo, como se tuvo oportunidad de comprobar poco tiempo después.

El 23 de febrero de 1981 , con un gobierno y unas Cortes secuestradas por un grupo de guardias civiles y una Región Militar, la de Valencia, en manos de los militares, el Rey tomó las riendas de la nación y con pulso firme y una inteligencia y valentía fuera de lo común acabó con la intentona. Lo hizo, además, desde el respeto más absoluto a la Constitución, de la mano del poder político legítimamente constituido. Su contundente mensaje a los españoles aquella madrugada tenebrosa, vestido con uniforme de capitán general del Ejército, llevó la tranquilidad al país: «Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el palacio del Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes del Estado Mayor que tomen las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente (...) La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria , no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum».

Prestigio internacional

Pero. para que la Transición fuera completa, España debía volver a ocupar el puesto que le correspondía en la comunidad internacional. Una vez más sus privilegiadas relaciones y su prestigio fueron clave en la incorporación a la Unión Europea en 1986. Franco había muerto hacía solo 11 años y el Rey ya había conseguido que solo fuera un recuerdo.

A esos tres años le siguieron otros 36 que, en términos generales, han sido de prosperidad para España, aunque se hayan visto empeñados en su última etapa por acontecimientos poco ejemplares . Por eso, el día que Don Juan Carlos abandona España en medio de una campaña de descrédito abrumadora, es bueno no perder la memoria.

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