Una Diada con mal de altura

El relato de silogismos falsarios que conduce a la «cima» de la República domina la memoria de muchos catalanes

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El presidente de la Generaltat, Quim Torra, visita la 36a Semana del Libro en Catalán EFE
Sergi Doria

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Cada año, el merchandising separatista presenta un nuevo modelo de camiseta para la que califican -por enésima vez- Diada histórica. La de hogaño es rosa fosforescente: cuando pase la histérica fecha, servirá para ponérsela en la autopista en caso de avería. Debajo del eslogan «Fem la República catalana» se dibuja una montaña: su cima -«Directes al Cim»- culmina una ascensión, otra vez, «histórica».

El relato independentista parte de un silogismo con premisas falsas: si democracia es votar y en el referéndum se vota, negar el referéndum es negar la democracia. Votar en referéndum no es democrático si la consulta carece de requisitos homologables. En 1947 la España de Franco votaba así -hubo otro en 1966- y en Venezuela ha sido una constante del chavisto.

La primera falsedad de la camiseta rosa-fosforito es poner como punto de partida la consulta con cajas de cartón que Artur Mas montó el 9-N: podía votar todo quisqui, las veces que fuera menester. De aquella romería, los cruzados de la causa ya dedujeron un mandato popular. La segunda parada del hegeliano trayecto hasta la cima son las elecciones autonómicas de 2015 . Mas -burgués irresponsable que tapó la corrupción de su partido con la huida hacia delante del independentismo-, calificó los comicios de «plebiscitarios»: cada voto a PDEcat, ERC y CUP lo era por la independencia; votar a PSC, Cs, PP y Comunes era no a la independencia.

«Como los nacionalistas son duchos en falsear la Historia, en la camiseta de marras se obvia la fecha»

El resultado no dio mayoría independentista. La «astucia» le salió cara. La hegemonía convergente se disolvía en Junts pel Sí con la Esquerra de Junqueras; rehén de unas CUP que lo echaron a la papelera de la Historia.

Como los nacionalistas son duchos en falsear la Historia, en la camiseta de marras se obvia la fecha de la infamia: el golpe del 6 y 7 de septiembre de 2017. Silenciada la oposición, ninguneados los letrados del Parlament, la presidenta Forcadell dio paso a la Ley de Transitoriedad Nacional que suspendía el Estatuto y la Constitución y otorgaba prerrogativas al presidente de la República Catalana para elegir a los jueces: un modelo político digno de Carl Schmitt.

Otro «hito ascensional» es el 1-O, referéndum ilegal del que el separatismo infiere un mandato popular que culminará en la República: urnas de plástico, pucherazos, votos repetidos, funcionarios del Estado transportando urnas y cargas policiales. Los adictos a la mitología han rebautizado calles, avenidas y plazas con esta fecha «heroica» y que, según su relato victimista, arrojó casi mil heridos. Cifra que, de ser cierta, habría copado los servicios asistenciales de Cataluña. El entonces presidente de la ANC, Jordi Sánchez, aseguraba que tales magnitudes no se daban en Europa «desde la II Guerra Mundial». La hipérbole como método de agitación.

El mal de altura aumenta al evocar como efemérides dignas la huelga salvaje del 3-O -sobran comentarios- y el 27-O: Dispuesto a convocar elecciones y tras recibir insultos de sus conmilitones -Rufián y sus 155 monedas al Judas- Puigdemont proclama la República en una desangelada votación; la cuestión es que la bandera española siguió ondeando en el Palau de la Generalitat.

Al día siguiente se fue de tapas a Gerona y luego se dio a la fuga dejando a sus consejeros camino de la cárcel. La cima lleva fecha del 21-D. Tras aplicar el 155, Rajoy convocó elecciones. Aunque para algunos la República ya era una realidad -enhebrada con lacitos amarillos-los partidos separatistas participaron de la legalidad española. La camiseta rosa-fosforito cuesta 15 euros (incluida mochila y abanico).

Las manipulaciones

Una mochila repleta de mistificaciones históricas como la propia Diada de 1714: una guerra de Sucesión europea explicada como guerra de Secesión entre Cataluña y España. Manipulación de la figura de Rafael Casanova, en cuyo monumento debería haber na bandera rojigualda: luchaba en el bando austracista «por la libertad de toda España».

Recordar por enésima vez que Casanova no murió defendiendo Barcelona aferrado al pendón de Santa Eulalia como sugiere la tramposa estatuaria romántica; acabó sus días -2 de mayo de 1743- ejerciendo de abogado en Sant Boi, exonerado por Felipe V del episodio de 1714. Ese relato de silogismos falsarios que conduce a la «cima» de la República domina la memoria de muchos catalanes. La peor de todas estas mentiras es hacerles creer que el Procés es una revuelta «horizontal» contra el perverso «Estado español», cuando se trata de la estrategia «vertical» de unas elites nacionalistas y funcionariales que hacen de la confrontación su modus vivendi. La cima de las mentiras provoca mal de altura y elude tocar de peus a terra. Conviene separar los hechos de la mareante propaganda.

Lo contrario es acabar como el enajenado Cody Jarrett (James Cagney) en la película «Al rojo vivo», mientras todo se inflama a su alrededor: «¡Lo conseguí Mamá! ¡La cima del mundo!».

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