Clase entre barrotes para presos peligrosos

ABC visita la «escuela» del módulo de aislamiento de la cárcel de Soto del Real

El módulo 15 de alta seguridad, donde los reclusos se encuentran en aislamiento, del centro penitenciario Madrid Guillermo Navarro

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El módulo 15 de la cárcel de Madrid V (Soto del Real) impone ya desde fuera. Apartado del resto, entre sus muros de hormigón cumplen condena unos cuarenta de los presos más peligrosos de España en régimen de aislamiento , el más duro de todo el sistema penitenciario. En esas celdas, todas individuales, de unos 11 metros cuadrados, están encerrados los reclusos prácticamente todo el día y apenas se les permite salir a un diminuto patio un par de horas, en el mejor de los casos en grupos de dos o tres para evitar enfrentamientos o que intenten acciones concertadas que pongan en peligro la seguridad.

No es, sin duda, el mejor paisaje para poner en marcha políticas de reinserción, pero la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias no renuncia a incluir a estos internos en programas de intervención por si llega el momento en que puedan progresar de grado o, simplemente, salir a la calle tras cumplir condena. Entre esos pocos programas –la dificultad para ampliarlos es máxima por el régimen de vida en el módulo– está la escolarización , hacer deporte una vez a la semana en el polideportivo, o el cine.

Ecuación clara

Cada uno de ellos tiene su propio programa de tratamiento. La ecuación es clara: a mayor colaboración, más posibilidades de participar en alguna actividad, siempre, eso sí, que se cumpla la máxima de que su seguridad, la del resto de los presos y la de los funcionarios del módulo esté garantizada. No hay concesiones en este punto: la regla que jamás se rompe es la de «riesgo cero» . No hay otra alternativa con una «clientela» tan especial.

En aislamiento el contacto físico entre funcionarios y presos es prácticamente inexistente y la movilidad en el módulo la imprescindible. La interacción entre unos y otros es la mínima y por tanto también la posibilidad de mantener una relación más estrecha como las que surgen en el resto de la cárcel. Aun así, también en el módulo 15 hay una zona reservada para la escuela; un tanto especial, eso sí, pero al menos alivia el paisaje.

Aulas con rejas, enfermería, sala de visitas y de atención psicológica de alta seguridad... Guillermo Navarro

La estancia, de no más de 50 metros cuadrados, está en uno de los costados del edificio. Hasta llegar allí hay que superar varias puertas de hierro que al cerrarse hacen un ruido metálico que estremece. A pesar de todo, uno comprende rápidamente que es la zona más «amable» del módulo. El «cole» cuenta con tres estancia s: la primera, estrecha, es la reservada al profesor, en la que hay una pizarra, un mapa de España y una mesa de madera. Por supuesto, hay cámara de seguridad, pero además al maestro se le da un mando que debe accionar en caso necesario.

Frente al profesor, dos aulas de pocos metros y escasas mesas, en todo caso suficientes para acoger al alumnado. Pero hay algo que las hace especial: las dos tienen barrotes, de modo que nunca hay contacto fisico directo entre el maestro y sus pupilos . Sin duda, eso dificulta el seguimiento de las explicaciones, pero a cambio se garantiza la seguridad del primero.

«Para el alumno son horas en las que se evaden en cierta medida de su realidad»

«No suele haber incidentes, y cuando ha habido alguno ha sido por rencillas entre los propios internos», explican los profesores. En realidad, ese es el gran problema para que los reclusos puedan ir a clase: hay que comprobar previamente si hay algún tipo de enemistad entre quienes piden asistir a la escuela, porque de ser así en ningún caso pueden coincidir.

Los exámenes, obviamente, se hacen en clase, y cuando llega la hora los reclusos deben sacar la mano entre los barrotes para dejar los ejercicios sobre la mesa de madera redonda. Luego, antes de que el profesor los recoja, deben separarse a una distancia suficiente para que no lleguen hasta la citada mesa. Sólo entonces el maestro los recoge. Lo mismo sucede con los trabajos que se hayan encargado en clase para hacer en la celda.

Todo está pensado para garantizar la seguridad de los educadores, que a pesar de las dificultades no tienen sensación de miedo. Ese es el punto de partida para que sea eficaz su trabajo. «Para el alumno son horas en las que se evaden en cierta medida de su realidad», explican los maestros. Y en cualquier caso, además, l a educación es una de las armas más poderosas para que algunos de estos presos puedan evolucionar hacia conductas compatibles con una vida en sociedad.

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