Chicote y la conjura de los medios

El linchamiento mediático a mi compañero, qué palabro, obedece a todo menos a la crítica honesta

Periodistas a las puertas de la biblioteca de la Camilo José Cela ABC
Agustín Pery

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Hace unos meses volví a la Universidad. No la pisaba desde el inicio de mi quinto curso de carrera. Me alejé tanto de ella que ni siquiera fui capaz de graduarme. Ya ven, ni soy licenciado ni mucho menos doctor en el oficio con el que me gano la vida desde que tenía 23 años. No estoy orgulloso y hay días, últimamente menos, que fabulo con la idea de ponerme a ello de nuevo, más que nada por darle el gusto a un padre que a fecha de hoy sigue sin entender que abandonara la carrera con la excusa de que las horas de redacción y mi, nuestro, empecinamiento en casarnos me hicieran desistir.

A lo que iba. Volví a pisar un aula de la Complutense para dar una charla a un puñado de futuros compañeros. No recuerdo si fue uno o una de ellos pero sí la pregunta. «¿ Existe la objetividad en la prensa ?». Vaya mi reconocimiento a él o ella por inquirirme en voz alta lo que llevo preguntándome desde hace tiempo.

No sé si por eso o porque ese día desayuné lengua, apenas tardé un segundo en verbalizar la respuesta que hoy tecleo. No soy objetivo pero sí me tengo por un periodista subjetivamente honesto, eso es lo que creo que como mínimo nos pueden exigir los lectores.

A estas alturas del viaje no pretendo ser el guardián de la ortodoxia periodística ni ejemplo de la mejor de las éticas. Me conformo con saber que jamás publicaré ni consciente ni intencionadamente una mentira y tampoco retorceré la verdad para adecuarla a mis filias o fobias. Las tengo mucho más allá del fútbol . Unas y otras se acentúan cuando toca bogar por los meandros de la política.

No, no soy objetivo, pero, ay, procuro ser fieramente honesto. Nada de esto último he visto estos días entre varios de mis presuntos compañeros. El que sí lo es, compañero digo, Javier Chicote Lerena lleva dos semanas capeando la furia tuitera de quienes juzgan su trabajo en función de su cojera ideológica. Los hay iracundos, ingeniosos y hasta iluminados. Bajo las alas del pajarito cabemos todos. Donde no deberían tener refugio ni púlpito es en las redacciones. El linchamiento mediático a mi compañero, qué palabro, obedece a todo menos a la crítica honesta. Los hechos empíricos pueden alzaprimarse o minusvalorarse pero jamás retorcerse hasta el punto de que la mentira acabe travestida de aparente verdad. Y esta no es otra que la tesis con la que se doctoró el hoy presidente del Gobierno es un fraude a la Universidad y a todos y cada uno de los estudiantes de este país. Una estafa perpetrada contra aquellos que al tiempo que yo escribo estas líneas andan gastando el sueño y el dinero que no les sobra en lograr lo mismo que Pedro Sánchez pero sin atajos, componendas ni tribunales de amiguetes.

Sí, la tesis del doctor Sánchez es el vademécum del plagio. Los tenemos de textos ajenos, propios y también perpetrados en compañía de otros. La intención de ocultarlos a ojos menos avezados que los de Javier Chicote rozaría el chusco esperpento si no fuera porque no tiene ni puñetera gracia. El delito académico -que no se apuren los palmeros presidenciales, la cosa no acabará en tribunales- es tan obsceno que aún resulta más indignante y vergonzante ver cómo los guardianes de la moral se han lanzado en tromba a desprestigiar al autor de la información y al periódico que la aloja.

El delito del periodista y de ABC es que el sujeto de la información es el presidente bonito. Que columnistas de larga trayectoria y envidiable escritura se hermanen con presentadores de lengua de fusta para desacreditar los hechos es de lo más ruin que he visto nunca.

Sería un bobo ingenuo si les dijera que no me lo esperaba, pero ha sido tal el grado de hermanamiento de los cofrades del periodismo progre que dan ganas de bautizarlos como la conjura de los necios (les ahorro la cita). A lo peor lo suyo no es necedad sino simple sectarismo. De ambos van sobrados.

La verdad publicada la están pudiendo leer estos días en ABC. Detrás hay meses de tenaz trabajo de Chicote desde que le pedimos que intentara hacerse con la dichosa tesis. Tuvo que pedir cita en la Camilo José Cela. Ya ven, hasta en eso miente el iracundo presidente. Una vez concedida, sentarse aquel 21 de junio en una mesa vacía bajo la atenta mirada de la funcionaria encargada de custodiar el legajo como si fuera un incunable del medievo.

Será por parquedad riojana o porque acabó desfondado, el muy mamón no me dijo que tenía la tesis entera hasta que un mes después tuvo las primeras pruebas (queridos voceros, irrefutables) del trile del presidente. Lo hizo a la vieja usanza, sin artilugio antiplagio de por medio. A las bravas. Pero como Chicote sí es doctor y además tiene contactos, semanas antes de que todo se precipitara, logró hacerse, vaya, con el mismo programa que luego otros menos duchos pero mucho más sectarios se afanaran en entintar de ridícula coartada presidencial sus crónicas de parte. No tuvieron ni piedad con el compañero de ABC ni respeto a la inteligencia de los lectores ni de los oyentes. Nada más destapar el tesisgate sabíamos que el Gobierno bonito iba a ser defendido por sus groupies mediáticos hasta rozar el fanatismo. Nada que decir. Hace ya muchas líneas les ha quedado claro que ni en mí ni en ellos hay objetividad. Lo que no me esperaba es que para ello, para salvaguardar a uno de los suyos, acabaran traspasando todas las líneas rojas. En el culmen de la ridiculez, celebran como una victoria en las urnas, nótese el grueso sarcasmo, que el porcentaje de lo plagiado sea del 1, del 10, del 13% o, al cierre de esta columna, del 21%.

Apunten el nuevo legado del sanchismo para las generaciones venideras: estudiantes patrios, plagien pero nunca en un porcentaje tan alto como para que puedan pillarles. Ese es el mensaje hediondo que atufa mucho de lo de estos días han escrito y voceado desde otras orillas mediáticas. ¿Esa es la universidad que queremos? Pues ya está, Pedro Sánchez doctor cum laude en picaresca académica.

Dejen que termine confesándoles algo. Aquí, ya saben, somos monárquicos y liberales. Allí, ya ven, mucho más que republicanos y socialistas. Tienen una misión; cambiar España. Nosotros nos conformamos con contar lo que pasa de la manera más subjetivamente honesta posible. Juzguen ustedes. Dictaminen lo que dictaminen, los plagios seguirán estando ahí. Para escarnio del presidente y sus juglares.

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