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Rajoy rodeado de algunos de sus diputados, en la sesión de investidura de Sánchez - ÁNGEL DE ANTONIO

El ambiente en la investidura: de la historia a la histeria

La tensión fue in crescendo durante la mañana, hasta que Rivera y su discurso presidencial trajeron la calma al hemiciclo

MADRID Actualizado: Guardar
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Rajoy llegó tarde. Apenas unos minutos, pero todo el mundo estaba ya en el hemiciclo cuando el presidente en funciones entró. Con ganas de «guerra», como se vio desde el inicio de su discurso: si la vida te da limones, dice el refrán, haz limonada. Rajoy volvió al papel de jefe de la oposición y lo cierto es que lo bordó, como corroboraban sus sonrientes diputados una vez acabada su filípica al candidato Pedro Sánchez. Con referencias históricas incluidas: desde el Pacto de los Toros de Guisando -que convirtió a Isabel en heredera de la Corona de Castilla en 1468- al Compromiso de Caspe (1412) y los Pactos de la Moncloa.

Sánchez, en opinión popular, iba aflojando de réplica en réplica.

Y la cosa fue a mayores cuando tomó la palabra Pablo Iglesias, que se iba viniendo arriba a medida que avanzaba en la lectura de su discurso. Hasta llegar a salirse del guión -Errejón, a su lado, ponía cara de no entender nada- y lanzarse al cuerpo a cuerpo con su otrora casi socio, el PSOE, en un momento -Felipe González y «la cal viva»- que desagradó incluso al PP y dio lugar a reacciones furibundas en la bancada socialista. Lo peor, señalaban tras escucharle algunos veteranos políticos, no fue lo que dijo sino cómo lo dijo: «Él no es el coco; el coco es lo que dice», resumía un alto cargo del Gobierno en funciones.

Los de Podemos pusieron de nuevo de manifiesto que son los reyes del marketing político y de la imagen: volvieron a hacerse con el poder en las redes sociales con la imagen con el beso -que no estaba preparado, dice Podemos- que se dieron Iglesias y Doménech en el centro del hemiciclo, ante unos estupefactos ministros que les contemplaban desde el primer banco. De Guindos estaba literalmente ojiplático, como más tarde se lo hicieron ver dos diputados de su grupo, que le mostraron las fotos que circulaban por las redes con el gesto cariñoso de los dos jóvenes políticos y la cara de estupefacción del titular de Economía.

Regreso a la calma

Pero la bronca cesó cuando Albert Rivera llegó a la tribuna de oradores. Con él, regresó la calma, las aguas volvieron a sus cauces y el líder de la formación naranja desgranó un discurso presidencialista que marcó un cambio de ritmo en el hemiciclo. Su pareja, desde la tribuna, lo miraba con indisimulada satisfacción.

Mientras, un enjambre de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión seguían con un ojo los debates y con el otro vigilaban el pasillo, por si alguien salía y «reaccionaba» ante lo que se estaba escuchando. A Rajoy se le ocurrió salir -probablemente, al baño-, y fue literalmente perseguido por el enjambre mediático hasta que entró en las dependencias del gobierno, vetadas a la prensa, y de nuevo al salir, hasta la entrada del hemiciclo, donde entró sorteando como pudo la nube de micrófonos y farfullando: «Oye, no, que estamos en pleno debate».

Como Patxi López fue bastante firme respecto al cumplimiento de los tiempos de cada orador -a pesar de la «maratón» de peticiones de palabra «por alusiones» con que el PP trató de embarullar el debate de la mañana-, los horarios se cumplieron y hasta se fue por delante de la previsión, lo que llevó a votar un par de horas antes de lo previsto.

Los líderes políticos aprovecharon la hora escasa de receso para comer algo -en las proximidades o en sus despachos; Rajoy lo hizo en «La Huerta de Tudela», en la calle Prado-, y la tarde se fue deslizando entre las reivindicaciones regionales de catalanes y vascos, y del siempre variado grupo mixto, donde Alberto Garzón derrochó pasión intentando sacarle el máximo partido a su momento de gloria para reivindicar un gobierno de cambio que «solucione los problemas de la gente» y acabe con paradojas sangrantes como «el escándalo de los directivos que cobran 40.000 euros al día».

La votación fue rápida, media hora, y por el procedimiento de llamada nominal a cada diputado, que pronunciaba en voz alta su voto. El viernes se votará de nuevo, antes de las 20.00 h.

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