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Bomberos y gendarmes sujetan banderas de los países con víctimas en la tragedia - afp
AVión estrellado en los alpes

De epicentro del rescate a capital de la desolación

Miradas vacías, rostros de días sin dormir, angustia... Las familias llegaron ayer a la zona del desastre

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A veces los lugares se quedan pequeños para acoger tanto dolor. Sucedió ayer en Seynes-les-Alpes y en Le Vernet, a donde por la tarde llegaron 180 familiares de las víctimas españolas y alemanas del A320. Dos puntos hasta ahora marcados a fuego por ser el epicentro del rescate de los cuerpos y de los restos del aparato y que por unas horas pasó a ser la capital de la tristeza infinita, de la desolación total. [Así estamos contando en directo la última hora sobre el accidente aéreo en Francia]

También a veces el tiempo parece que acompaña a cada acontecimiento. Si el día se levantó con un sol espléndido, que realzaba aún más la belleza del paraje alpino, cuando llegaron estos familiares se vistió como ellos de luto, encapotándose el cielo y bajando la luz del día como si también se solidarizara con esa gente abatida.

Las 80 personas llegadas desde España se habían dividido en dos grupos: las que prefirieron hacer el viaje la noche anterior en autobús hasta Marsella y las que aceptaron el ofrecimiento de Germanwings de viajar en avión. Pero de este último se cayeron algunas que «a pie de pista se derrumbaron porque no tenían fuerzas para subir al aparato», según relató a ABC una de las psicólogas que las atendió.

El trato recibido en todo momento fue sencillamente inigualable: en cariño, en comprensión, en facilidades... Su primera aproximación al lugar de la catástrofe fue en Digne-les-Bains, en cuyo Palacio de Congresos, acondicionado al efecto, tuvieron una primera reunión en la que se les explicó los actos de la jornada. Allí mismo comieron, siempre atendidos por psicólogos y médicos, y a primera hora de la tarde salieron rumbo a Le Vernet, donde se iba a celebrar una ceremonia de recuerdo a las víctimas. La impresionante caravana de siete autobuses, custodiada por un importante dispositivo de seguridad, recorrió las sinuosas carreteras de la comarca hasta que, a las cuatro y cuarto, llegó a una explanada de la población. Allí les esperaban las autoridades.

Había rostros desencajados, miradas vacías, caras de llevar mucho tiempo sin poder dormir... Y había solidaridad, mucha solidaridad de los vecinos de la zona que se han volcado con ellos. En el lugar de la ceremonia un gendarme sostenía la bandera de cada país de las víctimas. Además, se repartieron flores a los familiares y se descubrió un monolito de recuerdo... Y todo ello mientras los helicópteros sobrevolaban la zona en sus idas y venidas al punto del desastre.

«Necesitaban venir»

«Algunos necesitaban venir, querían ver dónde había muerto su ser querido -explicaba a ABC la psicóloga del Ayuntamiento de Barcelona-. Cada uno vive el luto a su manera y hay que respetarlo. Nosotros estamos aquí para apoyarles, para escucharles... No curamos, no les quitamos el dolor, ojalá pudiéramos».

Algunos, los menos, han venido para quedarse; otros tenían previsto volver ayer mismo a sus hogares y hay quienes han preferido no viajar: «Hay tantos duelos distintos como personas», aseguran los expertos.

La siguiente etapa del viaje del dolor llevó a la comitiva a Seyne-les-Alpes, símbolo de la tragedia. En su Casa de la Juventud les esperaba una especie de capilla ardiente, donde poder pasar el trance en la intimidad. Fuera del alcance de los periodistas. Y la verdad es que nadie se quejó por ello.

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