Una imagen del reciente Consejo de Política Fiscal y Financiera
Una imagen del reciente Consejo de Política Fiscal y Financiera - JOSÉ RAMÓN LADRA
OPINIÓN

Todos eran culpables (del déficit)

El economista Carmelo Tajadura asegura que ha faltado disciplina económica en todas las administraciones para cumplir con los objetivos de déficit y considera complicado llegar al 3% en 2016 o en 2017

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando el actual Gobierno en funciones llegó al poder, a finales de 2011, se encontró un déficit muy superior al objetivo. Dos tercios de la desviación venían de las comunidades autónomas pero no dudó en atribuir la responsabilidad al Ejecutivo central del PSOE. Ahora en 2015, aparte de las comunidades, incluso la Seguridad Social (gestionada por el Gobierno) muestra una fuerte desviación y constituye en realidad el principal desafío para el déficit a medio y largo plazo. Pero el ministro pretende atribuir la responsabilidad y el ajuste a las comunidades autónomas.

Resulta evidente que el Gobierno central tiene la responsabilidad de vigilancia y control del déficit global y responde del mismo ante Bruselas. Por lo que, claramente, es corresponsable de lo que ocurre en todas las administraciones.

Aparte de que, a pesar de conocer la realidad, decidió bajar impuestos de manera electoralista. Además, el reparto del objetivo de déficit entre los diferentes niveles de las administraciones públicas lo determina el Gobierno y es conocido el dicho de que «quien parte y bien reparte…». Parece bastante evidente que algunos objetivos fijados eran inalcanzables y que la distribución del déficit no fue equitativo con las comunidades autónomas, asignándoles menos porcentaje que su peso en el gasto global. Por último, es reconocido por todos que el sistema de financiación de las comunidades es malo y algunas están claramente infrafinanciadas.

Por todo ello, tienen cierta justificación las comunidades cuando intentan evadir responsabilidades y que no se les obligue a efectuar un ajuste desproporcionado o imposible. Pero esto no quiere decir que no necesiten corregir, porque resulta evidente que existe descontrol autonómico, si bien en algunas autonomías más que en otras. Como decía la pasada semana la agencia de rating Standard & Poors, la falta de compromiso y la incapacidad de los equipos económicos para ajustar las cuentas explican al menos una parte del importe de algunos déficits autonómicos.

Hay comunidades que tienen reclamaciones casi surrealistas. Por ejemplo, desde alguna se pide que la sanidad, la educación o las políticas sociales no computen como déficit, lo que resulta absurdo, porque eso constituye casi todo el gasto autonómico y, además, que el gasto sea «social» no implica que no haya que financiarlo. O el catalán Junqueras que se queja de que el tipo de interés del FLA (0,89%) es superior al del BCE. Este conseller (lego en economía, lo que resulta sorprendente tras su muy prestigioso antecesor Mas Colell) no parece saber que el BCE no presta a los gobiernos ni que, si el tipo se adecuase al plazo y riesgo, sería mucho mayor. De hecho, los bonos de Cataluña tienen rating de bono basura y son los únicos que no quiere ni el BCE.

La conclusión es que resulta absolutamente impresentable que en 2015 tengamos el segundo déficit público más alto de Europa, que hayamos aumentado un punto el déficit estructural (el independiente del ciclo económico), y que aún mostremos déficit primario. Nos falta disciplina económica y me temo que no llegaremos al 3% en 2016 ni en 2017. La política monetaria del BCE de tipos de interés tan reducidos nos viene bien para otras cosas pero hace que nos cueste poco vivir por encima de nuestras posibilidades y disminuye los incentivos para hacer los ajustes necesarios.

La pelea por repartirse el déficit como si fuera un tesoro al que nadie quiere renunciar es una contradicción en sí misma. El déficit, si no obedece a inversiones que generen riqueza sino que financia gasto corriente (como es el caso), es malo y supone trasladar a generaciones futuras en forma de deuda el pago del bienestar del que disfruta la actual. Si no imperase el populismo y electoralismo, lo lógico sería pelearse por asumir el menor déficit, no el mayor. Parece suponerse que la deuda no se pagará nunca y los mercados la financiarán eternamente. Lo que podría tener cierta lógica cuando su nivel era reducido. Pero, habiendo rebasado el umbral del 100% del PIB, es jugar con fuego. Algún día las tornas cambiarán y los tipos de interés serán más elevados. Entonces, las comunidades con más deuda tendrán una carga de intereses insoportable, igual que la Administración Central. Pero será otro el que tenga que ocuparse del problema…

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