Kamera, la oscura fábrica de venenos del Kremlin y el Mengele ruso

Una «industria de la muerte a pequeña escala», es el brazo invisible con el que la maquinaria estatal rusa siembra el terror y silencia a los disidentes

Kamera perfeccionó la letalidad de los distintos tipos de veneno

Alexia Columba Jerez

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«A nuestros líderes siempre le han interesado los venenos», aseguraba Pavel Sudoplátov, jefe de espionaje de Stalin. Estuvo en la Guerra Civil española y reclutó a Ramón Mercader para asesinar a Trotski. Fue el autor del libro ‘Operaciones Especiales’ , en el que desvelaba lo que pasaba en los pasillos de la Unión Soviética. Él mismo declaró haber sido testigo de las purgas estalinistas, de robar los secretos de la bomba atómica y de hacer parecer como muertes naturales las ejecuciones por envenenamiento del Gobierno. Y aseguraba: «Los laboratorios de toxicología son un componente lógico de los servicios de apoyo técnico de cualquier organismo de seguridad, pero el peligro está en que un arma tan silenciosa y potente pueda ser manipulada en interés del autoritarismo».

Sudoplátov detallaba que detrás del edificio de la Kommandatura del NKVD (la antecesora del KGB) estaba el laboratorio, que en su época era conocido como LAB X. Sus investigaciones estaban aprobadas por el Ministerio de Seguridad del Estado, pero también llevaban a cabo las sentencias de muerte, incinerando inmediatamente el cuerpo sin autopsia previa.

Daniel Torregrosa , químico experto en toxicología y divulgador científico , señala a ABC que «la historia de los venenos es la historia de la Humanidad. Han convivido con nosotros desde la Prehistoria. Ya antes de la Revolución Rusa Rasputín sufrió un intento de asesinato por el príncipe Yusúpov usando cianuro enmascarado en unos pasteles. En la época de Lenin , hacia 1920, se dice que un activista anarquista lo intentó asesinar disparándole con unas balas impregnadas de curare. Eso no era cierto, pero Lenin empezó así a interesarse por el tema de los venenos. Y montó el primer laboratorio de investigación de venenos que dependía de los servicios secretos rusos». A ese laboratorio lo llamaron la Oficina Especial . Sudoplátov incluso apunta que el veneno que Lenin le pidió que le consiguiera a Stalin cuando supo que estaba muriéndose debía proceder de aquel laboratorio.

Torregrosa detalla que en 1921 la dirección de la fábrica de venenos recayó en Nikolái Kazakov. Así se organizó secretamente un lugar para desarrollar venenos con los que derribar a rivales, y también estaba relacionado con su uso masivo como arma química . «Pero su época de esplendor llegaría en 1938 con Grigori Maironovski , por entonces ya se le llamaba Laboratorio 1 o Laboratorio Kamera », afirma Torregrosa. Sudoplátov indica en su libro que era un biólogo prominente que había trabajado sobre el uso de venenos para combatir tumores malignos, pero se convirtió en una figura trágica. Y señala que Maironovski era conocido con el apelativo de ‘Profesor Veneno’ o `el Mengele ruso´ .

Experimentó con prisioneros de guerra y presos del gulag buscando un veneno inodoro e incoloro, que fuera mortal y no dejara rastro. Les inyectaba la sustancia con la excusa de hacerles un chequeo. «Ensayó con gas mostaza, con digitoxinas que provocan un paro cardíaco, con ricina o talio. Llegó a crear una industria de muerte a pequeña escala, usando venenos. También ensayaba donde meter ese veneno, en una bala, en inyecciones percutáneas o rociando una bombilla que al calor difuminara el veneno en la sala», describe. Maironovski fue detenido porque se hizo una purga y él era de origen judío. Salió de la cárcel, y se cree que Nikita Jrushchov ordenó su asesinato.

Si bien una de las primeras menciones del laboratorio llegó en los años 30 con los seis baúles de notas escritas a mano en secreto por Vasili Mitrokhin, documentalista de la KGB. Incluso Gorbachov sintió interés por este laboratorio. Los actos del laboratorio se descubrieron en los 90. Yuri Shvets, un coronel del KGB que escapó a EE.UU., describió una visita al Lab X, al que fue a recoger el vial número 117, y razona que si era el 117 debía haber otras 116 sustancias. Sin embargo, los rusos no fueron los únicos: los británicos y los estadounidenses se encargaban de realizaron experimentos en Porton Down. La CIA intentó asesinar a Fidel Castro con un puro rociado con una toxina botulínica. Pero en el caso ruso se tiene menos información y a dicho laboratorio se le pierde el rastro en los ochenta, aunque dados los casos de envenenamiento de los últimos años que tienen como objetivo a críticos de Putin, esto hace creer a los expertos que Kamera sigue vivo.

Las víctimas de entonces y ahora eran desertores, nacionalistas ucranianos, incluso miembros del Kremlin al que un rival quiere ver muerto. Ejemplos conocidos son el que describe Sudoplátov, el de Raoul Wallenberg , un diplomático sueco que salvó a cientos de judíos del Holocausto, y que murió misteriosamente bajo la custodia soviética; en ese mismo año 1947 el arzobispo de Theodore Romzha de la Iglesia Católica Ucraniana. Un caso conocido en 1978 fue el de la muerte del escritor búlgaro disidente Georgi Markov, quien fue asesinado usando un pequeño balín propulsado desde un paraguas , que Markov sintió como un leve pinchazo.

La ventaja del veneno es que es difícil establecer una autoría, lo que a su vez puede ser explotado por los cerebros de la operación para culpar a otros. Como afirma Boris Volodarsky , un veterano del servicio de inteligencia militar de Rusia y autor de `The KGB's Poison Factory´ las víctimas pueden haber sido incontables. La larga lista incluye a Nadia Krúpskaya, la viuda de Lenin. En 1959, un agente mató al líder nacionalista ucraniano, Stepan Bandera, con una pistola de cianuro escondida en un periódico.

En la era de Putin

Putin reactivó el Instituto de Criminalística del FSB (Antigua KGB ), y una investigación de Bellingcat estableció que el Instituto trabaja con armas químicas, como el agente Novichok. «El mismo que usaron con el disidente bielorruso Alexei Navalni en 2020, y en 2018 con Serguéi Skripal , un doble agente ruso que había espiado para el MI6 y que estaba paseando con su hija al que le rociaron con un aerosol», indica Torregrosa.

En 2004, Yushchenko, el tercer presidente de Ucrania , en plena campaña sufrió una pancreatitis aguda, sobrevivió pero se le deformó la cara. Los expertos determinaron que había sido envenenado con dioxina TCDD. La capacidad de éxito de los venenos usados por el espionaje ruso ha sido cuestionado , como en el caso de la periodista Anna Politkovskaya qu volaba a Osetia del Norte para mediar en las negociaciones con los secuestradores chechenos en la escuela de Beslán. Como no murió por el veneno, dos años después terminaron pegándole dos tiros.

Aunque el ejemplo más conocido, y que mandaba un claro mensaje fue la lenta agonía de tres semanas de Litvinenko en 2006 , un exoficial del FSB. Usaron polonio-210, un compuesto radiactivo que destruyó sus células. Y los últimos casos han sido las muertes sospechosas de oligarcas rusos. Al final, la incógnita de Kamera sigue abierta, y lo mejor es s eguir el consejo del jefe de la diplomacia ucraniana, Dmitro Kuleba: «A cualquiera que negocie con la Federación Rusa que no coma ni beba nada, y evite tocar cualquier superficie».

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