La normalización de la política monetaria se enrarece

La presión de los mercados sobre el euro diluye los planes para acabar a corto plazo con los programas de compra de deuda soberana

Los gobernadores de los bancos centrales de Japón, Kuroda, de Estados Unidos, Yellen, y de la Eurozona, Draghi REUTERS
Maribel Núñez

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Por definición todo lo que es extraordinario tiene un fin, y ese parece ser el escenario que se le avecina a la política monetaria europea. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, no dio muchas pistas el pasado fin de semana en la reunión anual de banqueros centrales que se celebró en la localidad norteamericana de Jackson Hole ya que se limitó a defender los resultados de la política monetaria puesta en marcha por la institución, sin dejar entrever pista alguna de la inevitable subida de tipos de interés que se espera a medio plazo en la Eurozona. Esta ausencia de comentarios contrasta con unas declaraciones que hizo él mismo en julio en Sintra (Portugal) en las que sugirió un cambio de rumbo de la política a la vuelta del verano, que posteriormente fueron desmentidas desde la propia institución al ser calificadas de malentendido. A nadie se le escapa que los mensajes de Mario Daghi son estudiados hasta el milímetro, silencios incluidos, de tal modo que todo apunta a que lo dicho en Sintra no obedece ni mucho menos a la casualidad.

Al margen del momento concreto en que se produzca el inevitable viraje del barco de la política monetaria, lo que está ya claro es que el programa de compra de deuda soberana (QE en sus siglas en inglés) puesta en marcha de manera excepcional hace tres años ya está reduciendo su volumen de compra mensual, de los 80.000 millones de euros iniciales a 60.000 hasta finales de año, aunque siempre con la mirada puesta en la inflación ya que, es precisamente este objetivo del 2% de nivel de subida de precios el que marca la política monetaria de la institución con sede en Fráncfort. En agosto la tasa de inflación de la Eurozona se situó en el 1,5% aunque hay algunos países que tienen tasas superiores, como es el caso de Alemania, con 1,8% de alza de los precios armonizados en tasa interanual en agosto, y de España, con una alza de un 2% en el mismo indicador.

La reunión del BCE del próximo jueves puede dar algunas pistas sobre un giro inevitable que Berlín exige ya con indisimulada insistencia

En todo caso, los expertos creen que la tendencia de fondo de los precios es al alza, fruto del crecimiento económico que está experimentando la economía europea a unas tasas anualizadas del 2,4%, las más altas desde el año 2007. Como siempre sucede, este aumento del crecimiento económico ha traído consigo una reducción de la tasa de paro en Europa, especialmente en los países que tenían niveles más altos, como es el caso de España, lo que ha supuesto un repunte del consumo y, por consiguiente, de la inversión. Todo este escenario hace inevitable el cambio de rumbo de la política monetaria hacia su normalización pero la pregunta del millón es saber cuándo.

Otra de las variables que ha entrado en la partida en los últimos días ha sido la cotización del euro, que ha rozado máximos frente al dólar al cambiarse a 1,20 unidades, umbral en el que parece que ha encontrado un soporte. Los expertos de Deutsche Bank consideran que «cuanto más fuerte esté el euro menos posibilidades hay de que el Banco Central Europeo mueva ficha para endurecer la política monetaria». Además, añaden, «a corto plazo continuará el fortalecimiento de la divisa, sobre todo si el Banco Central Europeo anuncia un endurecimiento de su política monetaria en una de sus próximas reuniones».

El BCE tiene a su favor para ir volviendo poco a poco a la política monetaria «normal» el hecho de que el crecimiento económico está dando síntomas de la fortaleza mencionada pero, además, de manera creciente se basa en su propio ímpetu y no es fruto directo de la política monetaria acomodaticia.

Sin embargo, el propio Draghi ya anunció en julio que «será en otoño cuando discutamos posibles cambios en la política monetaria. Tenemos que pensar sobre la base de la información que vayamos recibiendo ya que hay aún mucha incertidumbre y el Consejo de Gobierno no puede ser forzado a tomar decisiones si no tenemos toda la información disponible».

En agosto la tasa de inflación de la Eurozona se situó en el 1,5% aunque hay algunos países que tienen tasas superiores, como es el caso de Alemania, con 1,8% de alza de los precios armonizados

Y, siendo fiel a su estilo, no descartó incluso que si las perspectivas de la economía europea empeoran o la inflación comienza a bajar pudiera producirse un aumento del montante de compras de deuda pública por parte del BCE. El plan diseñado por la entidad es que el volumen de compra de este tipo de activos sea de 60.000 millones de euros al mes hasta finales de 2017 pero no hay ninguna pista sobre lo que ocurrirá en enero de 2018, y de ahí la enorme expectativa que hay en los mercados sobre este primordial asunto que, no olvidemos, ha sido la mejor medicina para que muchos países europeos, entre ellos España, salieran de la grave crisis económica que empezó en 2008.

La cuestión es que de aquí a finales de año el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo solo tiene tres reuniones previstas para analizar su política, de modo que las monedas ya están lanzadas al aire y el calendario, al menos de reuniones, claro.

Desde el lado de los expertos tampoco hay ni mucho menos consenso respecto a los siguientes pasos que dará la institución presidida por el banquero italiano. Carsten Brzeski, economista jefe de ING, cree que «no me parece que el BCE tenga mucha prisa en reducir de manera progresiva su política excepcional de apoyo a la economía».

Para Kristian Tödtmann, de Deka, «las dudas están sobre la capacidad de relanzamiento de la economía europea y de una recuperación paulatina de los precios por sí misma, sin el apoyo del BCE, por lo que tendrá que normalizar su política monetaria de forma muy prudente».

Al margen de la compra de bonos por parte del BCE, otro de los instrumentos que ha ayudado sobremanera a la recuperación de la economía es el bajo precio del dinero, con el principal tipo de interés en el 0% y la tasa de depósito en el -0,40%. En este punto hay más consenso del mercado en el sentido de que pasará aún bastante tiempo antes de que asistamos a una subida del precio oficial del dinero en Europa. Una pista de que esto pueda ser así es que el resto de bancos centrales del mundo decidieron subir los tipos de interés solo seis meses después de finalizar el programa de compra de activos.

Los expertos destacan al incertidumbre sobre la capacidad de relanzamiento de la economía europea y de una recuperación paulatina de los precios por sí misma, sin el apoyo del BCE

Desde Alemania, uno de los países que ha defendido con más fuerza la ortodoxia monetaria y se ha mostrado en contra de la política monetaria acomodaticia del BCE. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, considerado uno de los «halcones» de la política monetaria, aseguró hace unos días que «el BCE debe acabar con el programa de compra de deuda pública ya que la inflación tiene una clara tendencia al alza».

En la misma línea, el presidente del Instituto Ifo, uno de los más prestigiosos del país en materia económica, Clemens Fuest, exigía hace unos días al BCE que hiciera pública «su estrategia para poner fin a la ultra expansiva política monetaria, de manera que los mercados financieros puedan adaptarse a ella. La estrategia debería incluir el cese de la compra de bonos a partir de enero de 2018 debido a que la recuperación económica mantiene el pulso y la inflación continúa su camino hacia la normalización. Sin un programa claro sobre el fin de los estímulos la presión sobre el BCE para que mantenga la marea de liquidez no hará más que crecer. El sistema puesto en marcha por Mario Draghi hace que el BCE se convierta cada vez más en acreedor de los países de la Eurozona, amenazando así la independencia de la política monetaria».

La FED, precursora

Mientras en Europa se deshoja la margarita al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la incógnita se resolvió hace ya tiempo con las tres subidas del precio del dinero que ha realizado la Reserva Federal (FED en sus siglas en inglés) desde finales de 2015, hasta dejar el principal tipo de interés en el actual 1,25%. Y ahí no queda la cosa, ya que la propia FED ha proyectado siete subidas de tipos de aquí a finales de 2019 hasta situar los tipos entre el 2,75% y el 3% a finales de 2019. Y, como siempre, esta subida del precio oficial del dinero ha venido acompañada de una reducción paulatina del balance de la Reserva Federal, que a finales de 2015 se elevaba al equivalente al 23% del Producto Interior Bruto (PIB) de Estados Unidos.

En este sentido Charles St-Arnaud, estratega de inversión senior de Lombard Odier IM, considera que «según lo aprendido en la crisis de 2004-2006, la Reserva Fedeal debería estar preocupada porque si no endurece pronto la política monetaria podría estar poniendo las semillas de la inestabilidad financiera a medio plazo».

La fotaleza del euro, la piedra en el zapato

Una de las consecuencias más inmeditas que tendría el comienzo del «tapering», el final de la laxa política monetaria que desarrolla el Banco Central Europeo desde 2015, sería la revalorización del euro, que no le vendría nada bien a Europa al encarecer sus exportaciones. Esta misma semana, y pese a que el «tapering» aún no tiene fecha, la divisa europea se ha apreciado hasta las 1,20 unidades frente al dólar, su máximo desde el año 2015. Desde enero el euro se ha apreciado un 13% respecto al dólar, lo que podría enfriar la inflación al reducir los costes de las exportaciones, y podrían también ralentizar el crecimiento económico al encarecer las exportaciones, lo que perjudicaría sobremanera a Alemania, uno de los gigantes de la exportación europeos. A nadie se le escapa que este calentamiento del euro está siendo analizado al minuto en el cuartel general del Banco Central Europeo cuando, precisamente, está barajando la posibilidad del «tapering», que tendría como consecuencia inmediata la apreciación de la moneda europea respecto al resto de divisas, un objetivo no deseado.

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