Ingvar Kamprad, fundador de Ikea y proveedor de la clase de media

Prudente, el empresario se esmeró en cultivar la imagen de un hombre austero, alérgico al relumbrón social que podía proporcionar su estatu

Ingvar Kamprad Elmtaryd Agunnaryd AFP

JOSÉ MARÍA BALLESTER ESQUIVIAS

Ikea es el acrónimo de Ingvar Kamprad Elmtaryd Agunnaryd, es decir, su nombre y apellido, el nombre de la granja en la que creció y el del pueblo en la que está ubicada. Con el paso del tiempo, esas cuatro letras han pasado a significar, para la clase media mundial, la posibilidad de comprar la práctica totalidad de los muebles de una vivienda a un precio asequible y desde un mismo lugar. Eso sí, a condición de ensamblar uno mismo las piezas de los objetos adquiridos. [Muere a los 91 años Ingvar Kamprad, fundador de Ikea ]

El autodidacta Kamprad no perdió el tiempo para sentar las bases de la exitosa filosofía: con cinco años ya vendía cerillas en los alrededores del Elmtaryd, y a los siete supo ver en su primera bicicleta una herramienta de trabajo antes que un regalo para desarrollar su incipiente red comercial. Más adelante, descubrió las ventajas del abaratamiento de costes comprando las cerillas al por mayor y logrando el consiguiente beneficio mediante reventa en pequeñas unidades.

La primera diversificación llegó con la comercialización de productos tan dispares como pescado, semillas, decoraciones navideñas, bolígrafos y lápices. En 1943, a la edad de 17 años, Kamprad, que nunca pensó en estudiar una carrera universitaria, estructuró el negocio antes de centrarlo en los muebles. El primer modelo que propuso a sus clientes fue una réplica de la mesa que había en la cocina de la casa de un tío suyo. En aquellos años, fue también uno de los primeros empresarios que potenció en Europa el sistema de venta por correspondencia.

El resultado de la metódica y paciente puesta en marcha de esta filosofía es una de las marcas más conocidas a nivel mundial, formada a día de hoy por más de cuatrocientas tiendas en una cincuentena de países que dan trabajo a casi 150.000 personas y cuyo último volumen de negocio –según las cifras de agosto de 2017– asciende a 36.300 billones de euros, siendo el beneficio neto de 2.500 millones de euros.

Tamañas estadísticas han hecho de Kamprad uno de los hombres más ricos del planeta. Prudente, Kamprad se esmeró en cultivar la imagen de un hombre austero, alérgico al relumbrón social que podía proporcionar su estatus, que condujo el mismo coche durante tres lustros o capaz de pedir a sus empleados que utilizasen las dos caras de las hojas de papel.

Sin embargo, el pulcro relato precisa de algunos matices. El más conocido –y que Kamprad admitió que era el "mayor error" de su vida– fue s u discreta militancia nazi durante la II Guerra Mundial en una Suecia oficialmente neutral pero en la que afloraban sentimientos filogermánicos en algunos sectores sociales y políticos. En el plano empresarial, fue objeto de críticas por su contratación de presos políticos de la Alemania comunista o por su empecinamiento en la optimización fiscal, plasmado en más de treinta años de residencia en Suiza. En 2013 volvió definitivamente a Suecia.

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