Calviño y la letra pequeña de un acuerdo a uña de caballo

La ministra es el «caballo de Troya» en la estrategia de Sánchez para contrarrestar las peticiones podemitas ante Bruselas... o quizás haya sido ideada por ella misma conocedora de que su futuro pasa por irse a Europa siguiendo el «modelo De Guindos»

La ministra, ayer, en el Congreso, junto a Rufián (ERC) y Legarda (PNV) EFE
María Jesús Pérez

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Si finalmente es Nadia Calviño uno de los daños colaterales del pacto de gobierno de Pedro Sánchez con Podemos o no casi me atrevería a decir que está en sus propias manos. Tan cierto es que la aún ministra de Economía en funciones se ha convertido estos últimos meses en el auténtico azote del líder del partido morado, Pablo Iglesias, como que este último ha pedido su cabeza sin ningún tipo de miramiento cada vez que ha tenido oportunidad a cambio de sus paupérrimos, pero en definitiva prolíficos, 35 diputados a disposición de la causa Sanchista.

Un tira y afloja entre ambas formaciones que dura ya meses y meses, con citas en las urnas incluidas entre medias –en concreto, quince meses y dos convocatorias electorales–, hasta llegar a sellar un acuerdo forjado a uña de caballo que incluye una serie de medidas de carácter económico y laboral «más cerca del populismo que de la ortodoxia económica», como advierten entre las élites empresariales. La clave, para variar, en la letra pequeña. Esa que tendrá que aprovechar Calviño para salvar la cara ante las autoridades europeas, vigilantes a la máxima potencia ante un pacto –que desembocará en la elaboración de unos próximos presupuestos con claros tintes sociales y progresistas– con superávit de gastos y déficit de ingresos.

Y es que desde que fuera la elegida para gestionar las cuentas del país como ministra de Economía en el primer Gobierno Sánchez tras derrocar al Ejecutivo de Rajoy en moción de censura, es un secreto a voces dentro de las huestes socialistas que su nombramiento estuvo motivado, además de por su capacidad y formación, por la buena imagen que la ex directora general de Presupuestos de la Comisión Europea tenía, y tiene, en Bruselas.

Calviño maneja como pocos un evidente doble discurso: el ortodoxo y mesurado que exhibe en Europa –más cercano al liberalismo propio de los populares–, frente al más político-social y, en algunos puntos, cercano al populismo que debe mostrar en España para alinearse con el resto de miembros del Ejecutivo socialista y con Podemos, mal que le pese. Tanto es así que la búsqueda de este equilibrio de fuerzas le ha obligado a defender una cosa y la contraria, lo que le ha valido más de una regañina europea y las críticas de la opinión pública y política en tierras españolas.

Ahora bien, en su condición de jefa del equipo económico del Ejecutivo socialista, al presidir desde el primer día la comisión delegada de Asuntos Económicos –¡gracias a Dios, porque si llega a liderarlo Sánchez, apaga y vámonos!–, el auténtico organismo que fija y sella la política del Gobierno en estos temas, Nadia Calviño ha marcado la agenda política y el giro económico del país en el último año y medio... Hasta casi ayer mismo, porque en el programa conjunto de Sánchez e Iglesias parece que «se la han colado» como aquel que dice.

En principio, Calviño sí ha podido sortear que haya referencia alguna a la banca pública que buscaba Podemos ni promesas más contundentes para regular el mercado del alquiler o subir el salario mínimo de forma unilateral. Tampoco, desde el punto de vista fiscal –un asunto que no depende directamente de ella, pero que al final le repercute en su terreno y funciones ante Bruselas–, Podemos ha logrado novedad alguna frente a lo que se firmó en octubre de 2018, además de que la ministra de la cuestión, María Jesús Montero, ha evitado que la subida fiscal a las rentas altas sea más amplia, como quería la formación morada. Pero, a la ministra Calviño le han pillado por la calle de enmedio con un asunto que tampoco está bajo su yugo –está más bien, o estaba, bajo el de Magdalena Valerio– pero que le ha costado más de un tirón de orejas aquí y acullá por no alinearse con su partido: con la reforma laboral y la reiteraba intención de derogarla.

Parece que atrás queda el discurso socialista de que, cuando llegaran al poder, derogarían lo que ellos llamaban «los aspectos más lesivos» de la reforma laboral. Una frase del todo ambigua y que no dejaba nada claro cuáles iban a ser esos «aspectos», pero que se convertía en la única esperanza que le quedaba al mercado laboral español –y, sobre todo, a sus empresarios, que al fin y al cabo son los que crean el empleo y hacen las inversiones– de que Sánchez no eliminaría de forma íntegra la reforma de 2012 que hizo recuperar pasito a pasito el empleo destruido con la supercrisis global. Hasta la propia Calviño aseguraba en más de una ocasión que no veía «productivo» derogar la totalidad de la norma. Pero... ¡con Iglesias se ha topado!

Los socialistas frente a lo que decían en su anterior programa: «Derogaremos los aspectos más lesivos de la reforma laboral e iniciaremos el diálogo con los agentes sociales para la elaboración de un nuevo Estatuto de los Trabajadores...», ahora dicen «Derogaremos la reforma laboral. Recuperaremos los derechos laborales arrebatados por la reforma laboral de 2012...». Un cambio que ha enfadado, y mucho, a la propia Calviño.

Nadie como ella para tener la certeza de que si no hay empleo ni inversiones no habrá ingresos para cumplir con las obligaciones de Europa, desde donde sin duda le han reclamado ya un compromiso fiscal que va a ser imposible de pergeñar si España empieza a destruir empleo a «casco porro», «con perdón».

En definitiva, la ministra más querida en el seno de la Unión es el auténtico «caballo de Troya» en la estrategia que ha diseñado Sánchez para contrarrestar las peticiones podemitas ante Bruselas... o, quizás, haya sido ella misma la «ideadora» de dicho plan, conocedora de que su futuro pasa por marcharse a Europa tan pronto como se abra la ventana de oportunidad, siguiendo el modelo De Guindos. «Tic, tac, tic, tac...»

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