Rafa Nadal, en un entrenamiento en Melbourne
Rafa Nadal, en un entrenamiento en Melbourne - EFE
Abierto de Australia

Una alegría olvidada

Nadal, satisfecho de cómo llega a Australia, lleva dos años sin pasar de cuartos en un grande, tras una década de triunfos

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En las antípodas, con un desfase horario que deja al personal medio perdido, empieza un grande que va a más, siendo el Abierto de Australia el torneo que más ha hecho por actualizarse impulsado por el fervor deportivo de sus paisanos. Melbourne era antes un Grand Slam incómodo para casi todos y ahora es una cita obligada, establecida la rutina de competir antes cerca de la zona para aclimatarse al horario y al clima asfixiante del verano oceánico.

Llegan fotos de la previa con jugadores empapados por el sudor y abundan las de Rafael Nadal luciendo camiseta sin mangas, trabajando a destajo para afrontar el primer test serio de una temporada importante. Después del intermitente 2016, el balear se ha exprimido para competir y ganar como antes, aceptando que tiene ya 30 años y que el regreso a la gloria no va a ser cuestión de un par de días.

Sí tiene claro, sin embargo, que estará peleando siempre y cuando el cuerpo le corresponda, pues lleva demasiado tiempo negociando el dolor y lejos de los mejores en las citas que otorgan la gloria.

Nadal lleva dos temporadas con un palmarés menos brillante de lo habitual, acostumbrado él a conquistar plazas de primera. En 2014, rebozado en la tierra batida de París, se convirtió en el primer tenista de la historia en ganar al menos un Grand Slam durante diez temporadas consecutivas, una proeza difícilmente repetible. Ni el mejor Roger Federer, líder con 17 grandes, logró semejante racha, tampoco Bjorn Borg o Pete Sampras. Se quedaron en ocho.

Contra sus fantasmas

Sin embargo, el contador se frenó con ese triunfo parisino de junio de 2014, la última portada del mallorquín. En 2015, vivió angustiado y compitió contra sus fantasmas, resuelto el curso con los triunfos en Buenos Aires, Stuttgart y Hamburgo, un balance interesante para la gran mayoría, pero escaso para un ganador nato. Fue una campaña repleta de claroscuros y falló en los grandes, incapaz de superar la barrera de los cuartos. Ahí fue atropellado por Tomas Berdych precisamente en Australia, Novak Djokovic le sometió en Roland Garros como nadie lo había hecho, en Wimbledon patinó de forma notoria en segunda ronda ante un rival menor como Dustin Brown y Fabio Fognini levantó dos sets para tumbarle en la tercera ronda del US Open. Nadal descubrió la angustia y unas náuseas difíciles de gestionar, infeliz en la pista.

El pasado año no mejoró la cosa, más bien todo lo contrario. Tuvo picos, pero su tenis se vio interrumpido por las lesiones, especialmente importante la que sufrió en la muñeca izquierda: se tuvo que retirar de Roland Garros y ni siquiera participó en Wimbledon. Regresó para la gira por el cemento americano, pero llegó lejos de su mejor estado y en Nueva York descubrió a Lucas Pouille, que le frenó en cuarta ronda en un encuentro volcánico. En el único torneo que compitió en condiciones, en Melbourne, se llevó un bofetón que le hizo daño. Fernando Verdasco (se estrena el martes contra Djokovic) le sacó de la pista con sus bombazos en el debut.

Como ocurrió con Federer, que desde 2012 no alza una copa de las gordas, se pregunta al afectado una y otra vez por el tema. ¿Volverá a triunfar en un grande? ¿Ampliará esa lista de 14 que le equipara a Sampras y dejan a tres de Federer? «Soy una persona positiva y, si las lesiones me respetan y puedo trabajar, espero que así sea. Si no creyera y no viera así las cosas, probablemente no estaría aquí, estaría dedicándome a otros asuntos». Carlos Moyá, que le acompaña en Melbourne como nuevo miembro del equipo técnico (también está Toni Nadal, mientras que Francis Roig se ha quedado esta vez en España), le da la razón. «Pienso que Rafa puede volver a ganar Grand Slams y a recuperar el número uno si le respetan las lesiones. No lo pienso; estoy seguro».

Marzo como plazo

El ahora nueve del mundo no quiere que se le juzgue por lo que vaya a hacer en Australia. Con su grupo de trabajo, ha perpetrado un plan, consciente de que se ha pasado más de dos meses y medio sin competir y que retomar el camino cuesta. Lo hizo bien en la exhibición de Abu Dabi (venció), en Brisbane perdió en cuartos ante Raonic y afirma que está satisfecho de cómo llega a la primera gran cita. «Dejemos que juegue tres meses y después ya veremos cómo estoy porque ahora puedo jugar bien en Melbourne, pero al mismo tiempo puedo perder. Tras Miami, probablemente sea un buen momento para analizar qué está pasando y dónde estoy».

De momento, está a las puertas de competir en otro grande, que le presenta un puerto de primera en tercera ronda. Nadal, que se estrena el martes contra Florian Mayer, se mediría en segunda ante Baghdatis o Youzhny y luego tendría un duro examen ante Alexander Zverev, un joven prodigioso de 19 años, alemán, 24 de la ATP y llamado a conquistar lo que se proponga porque se le señala desde hace tiempo como el elegido. Si logra saltar ese listón, el cuadro ya exige por naturaleza. Monfils, Raonic, Djokovic y Murray son los hipotéticos rivales (siempre que se cumplan los rankings) hasta el domingo 29.

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