Real Madrid

Zinedine Zidane: Las dos caras del hombre tranquilo

La condición apocada del francés contrasta con la sobreexposición de un cargo, el del banquillo del Real Madrid, que por acercarle al único lugar donde aprendió a dejar atrás su timidez maneja como si hubiera nacido para ello. El hilo de su vida empieza y termina con fútbol

NIETO | Vídeo: Zidane: «Voy a contar con todos» (ATLAS)

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Era el cumpleaños de uno de los compañeros en el Canillas de los hijos de Zinedine Zidane cuando el hoy entrenador del Real Madrid propuso ir a celebrarlo a su casa en Conde de Orgaz. Allí regaló una equipación del Madrid a cada crío. La anécdota colorea la personalidad del francés: una timidez palmaria que lo empuja a refugiarse, pero que no está reñida con un don para el trato cercano, tan generoso con los niños como afable con los padres, que recuerdan cómo se mezclaba con todos, rompiendo el molde creado por otros exfutbolistas con retoños en el equipo.

Zinedine Yazid Zidane nació el 23 de junio de 1972 en el bloque siete del humilde barrio de La Castellane, al norte de Marsella. Su llegada al mundo coincidió con el doblete del Olympique de Marsella, Liga y Copa: buen presagio, junto al nombre del barrio que lo alumbró, de los derroteros por los que transcurriría su vida. No podía perderse un solo partido en el Velodrome, el estadio del Olympique, al que acudía siempre de la mano de su padre Smail, de raíces argelinas. A él, y a su madre Malika les profesa un amor y un respeto inmensos. «A ellos les debo todo. Me dieron una educación maravillosa, severa pero justa. Me enseñaron el respeto y la humildad», recuerda Zidane.

Francia recibía a los argelinos y marroquíes como mano de obra barata. La sociedad no les veía dignos de su bandera. Marsella era una ciudad poblada de argelinos donde familias como la de ZZ se sentían a gusto, sin sufrir ese rechazo, más aún entre los 6.000 ocupantes de La Castellane. Ello marcó de manera definitiva la manera de ser y de sentir del pequeño «Zizou», que encontró en una profesionalidad que hizo colindar con lo castrense el reducto de escape del futuro gris que le proponía su cuna. Las fotos que lo retratan fumando durante una concentración con la selección francesa encierran una rebeldía capada por su tremendo retraimiento, solo quebrado cuando el balón echaba a rodar. Paco Pavón, compañero de Zidane durante toda su estancia en la plantilla blanca, lo define como «sencillo y humilde», alguien desprovisto del aura que lo perseguía.

José León fue uno de sus pupilos durante su etapa como entrenador del Real Madrid Castilla. «Es verdad que en el campo cambia bastante», reconoce el hoy jugador del Athletic Eskilstuna, donde juega cedido por el Rayo Vallecano. «Es muy reservado, pero en el vestuario también tiene desparpajo para decirte todo a la cara y comentarte los fallos que hayas podido tener».

Hay una fotografía que definiría a Zidane si apareciese en el diccionario. Fue tomada en 2014, su año como delfín de Ancelotti, durante la final de la Champions ante el Atlético de Madrid. En ella se puede ver al italiano al fondo, con la ceja derecha en ristre y las manos en los bolsillos, perplejo ante la pose de su ayudante. El marsellés, vena hinchada al cuello, da indicaciones a voz en grito al tiempo que se dobla sobre sí mismo, sin consultar nada con su superior. En el campo, no conoce más jerarquía que la que determinaron sus pies.

Ojo por ojo

La naturalidad con la que Zidane se expone fuera de un terreno de juego es simple fachada, el disfraz de quien se amolda a las reglas impuestas fuera de su jardín. Y si ese aura de paz con la que levitaba por el campo permitía intuir que en su figura todo era armonía, bastaba encontrar un rival que le buscase las cosquillas para destapar su rostro más beligerante. El que golpeaba al centrocampista marsellés solía terminar recibiendo una réplica de magnitud similar. Así llegó su primera expulsión como jugador blanco, en las semifinales de la Copa del Rey de 2004, al responder a un codazo del sevillista Pablo Alfaro.

«Tenía días mejores y peores», recuerda Manuel Enrique Mejuto González, árbitro de Primera entre 1995 y 2010 que coincidió en numerosas ocasiones con Zidane. «Lo recuerdo muy respetuoso, súpereducado. No te daba problemas», cuenta el colegiado. «Era un jugador con el que se podía hablar. Además, sabía mucho de fútbol, te podía aportar en tu trabajo», explica el asturiano, que no recuerda un partido en el que no le estrechase la mano al terminar.

Fue en el campo del Trival Valderas, uno de los clubes más modestos de Segunda B, donde otro de sus apretones de manos llamó la atención del técnico que el 1 de febrero de 2015 se enfrentaba al galo, entonces preparador del Castilla. «Me habían hablado de su timidez, pero me sorprendió lo floja que daba la mano cuando nos saludamos antes del partido», comenta Marcos Jiménez, que lo recuerda como «un tío frío». Apunta que, al término del choque, Zidane no quiso comparecer ante la prensa (no es obligatorio en esta categoría). También que antes del encuentro solicitó una sala privada para preparar la cita junto a su cuerpo técnico. No pudo disponer de ella: sólo había dos vestuarios y un cuarto para el árbitro.

Zinedine fue el tercero de cinco hermanos, cuatro chicos y una chica. Ésta última fue el detonante que impulsó uno de los momentos más peliculeros de su carrera: el cabezazo que propinó a Materazzi en la final del Mundial de 2006. Quizá por lo que aquel borrón tuvo de didáctico, León destaca hoy lo cerebral del Zidane entrenador: «No se vuelve loco ante la adversidad. Se nota que ha sido futbolista. Aunque es reservado, sabe qué te tiene que decir en cada momento». Pavón coincide: «Nunca busca ser protagonista».

Pan con chocolate y un balón

La devoción que Zidane siente por el fútbol encuentra en su ídolo de la infancia, Enzo Francescoli, una muestra palpable de hasta qué punto la pelota rige su vida: su primer hijo fue bautizado como Enzo en honor al de Montevideo. Imitando los movimientos del fino centrocampista en el Velodrome, aprendió a jugar al fútbol en la plaza de 150 metros de largo por quince de ancho que había frente a su casa. Cada tarde, al llegar de la escuela, «Yaz», como le llamaban en casa, agarraba un trozo de pan con chocolate y el balón y se bajaba a practicar.

En un artículo publicado en ABC el 26 de noviembre de 2003 con motivo de un partido de Champions ante el Marsella, Enrique Ortego describe el aterrizaje de Zidane en su cuna: «“Me siento persona, es emocionante... Parece que me quieren”, bisbisea casi para sus adentros. No sabe qué hacer. Enciende el móvil. Tira de la maleta. Se siente observado. Dibuja en sus labios leves sonrisas. Los hombres de seguridad del club se pegan a él. No hay marcaje para nadie más».

En 1989 conoció a uno de los pilares de su vida, su esposa Véronique Fernández. Lo hizo en la discoteca de un hotel de París. Bailarina de padres almerienses emigrados a Francia, sus orígenes poco dados al lujo hacen «click» con los de «Yaz». De Burdeos a Turín, pasando por Madrid lo siguió Verónique. Como contó una de sus primas, «nada más verla supo que tenía delante al amor de su vida». Parece que acertó: 30 años después, tienen cuatro hijos: Enzo, Luca, Theo y Elyaz. Los cuatro se han criado en las categorías inferiores del Madrid, mas ninguno fue inscrito con el apellido del padre. Él lo quiso así.

Un periodista del diario «L’Equipe» que mantiene una relación cercana con Zidane destaca un valor por encima del resto: «Es tan sincero que no sabe mentir». «Tampoco sabe esconder una emoción», añade, y recuerda la euforia de Zidane, ya como entrenador, tras conquistar la Undécima, la tercera Copa de Europa en su palmarés, la primera como entrenador. «No cabía en sí de emoción, pero lo primero que hizo fue felicitar a sus jugadores», explica el reportero.

Otro ámbito en el que «Zizou» se desenvuelve en pantuflas son las ruedas de prensa. Desde que llegó al banquillo madridista en enero de 2016, sus comparecencias ante los medios, siempre peligrosas para la cabeza visible de una bomba de relojería como la nave blanca, son un mar en calma. «Él siempre dice: “Yo tengo 30 años de fútbol a mis espaldas, sé cómo funciona esto”, añade el plumilla.

Figo no me la pasa

Corría el año 2005 cuando Zidane subió al despacho de Florentino Pérez para decirle que Figo no le pasaba la pelota. El presidente llamó al portugués y le pidió que le invitase a cenar. En el siguiente partido, Figo envió el primer balón que tocó a los pies de Zidane. «Ya ve que le hago caso, presi», le dijo el extremo a Florentino antes de añadir que el francés «no quiere ir a cenar».

Su esbelta figura y su cuidado a la hora de elegir vestimenta le han servido para lograr contratos publicitarios con empresas del mundo de la moda, como Mango. «Yaz» terminó asumiendo la dimensión del personaje Zidane.

Su última camiseta como futbolista del Madrid la intercambió con Riquelme, «jugón» contemporáneo que combinaba, como el galo, los lujos balompédicos con un carácter cortado. Tuvo que ser Raúl quien el 7 de mayo de 2006 lo empujase al círculo central para que recibiese todo el cariño del Bernabéu en su despedida. Él no se atrevía a ir mucho más allá del banquillo. Esa tarde lloró hasta la reportera de Real Madrid Televisión que lo entrevistó antes de abandonar el estadio que hoy lo abraza como su tótem indestructible.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación