Cibeles, segunda ofrenda divina del Real Madrid

Ante un público entregado, los jugadores blancos realizan la tercera y más esperada estación antes de llegar al Bernabéu

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Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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El fútbol elevado a religión, a elemento configurador de una ciudad, tiene estas cosas. La tradición, lo consuetudinario de ofrecer a la Patrona y a las Autoridades una victoria que no es sólo victoria. Una victoria que si el sábado llenó las calles y las vació durante hora y media, el domingo las ha llenado de blanco. Y no de ese blanco de Primera Comunión de un mayo que se nos va con victoria en París, sino del blanco madridista que también es una entrada en otro Cielo. Por eso Paco venía desde Quismondo, provincia de Toledo, con la elástica de Suker con más lavados de los recomendados y una gorra de las que ya no se ven con su correspondiente rodal de sudor eufórico de otras Ligas y otras Copas de Europa .

Porque el madridismo implica kilómetros, y si «no pudimos ir a París, aquí estamos». Sus razones tenía Paco, con ojillos breves en piel morena y fuera del perímetro, sí, de la Diosa Cereal : en esa zona de la Capital donde el dinero, el Ejército, el poder municipal y hasta la Mitología hacen plaza. Corría por Cibeles un aire que era fuego, y Loretta, de Milán, daba crema solar a sus amigas en spray. Benzema a la espalda, y el sol de Castilla, el de la tarde, brillando a la hora en que dicen que los rayos UVA van perdiendo intensidad.

Los mocitos

Celebrar al Real Madrid no sólo es ir a Cibeles, pese que sea el epicentro de todo lo celebrado y todo lo por celebrar. S on también los pakistaníes con sus latas heladas y una simpatía inopinada en el rostro. Como pidiendo un regate y metidos, los presuntos pakistaníes, en esos rincones humanos donde la Policía no entra por mera cuestión de azar, probabilidad y dejar hacer. Había otra cuestión en la espera, que ya se ha contado que la espera, el sol y la luna, hacen grande al madridismo. Esa cuestión era qué hacer con los niños que poco antes de la pandemia llevaban un correr de pasillo y tenían al padre frito. «Es muy bueno en la casa, pero tanta gente lo pone nervioso». Y la criatura, bautizada como Iván, quería escaparse con una sonrisa y contorsiones varias de las manos paternas. Alaba daba golpecitos al cristal del bus, e Iván patadas a la caja torácica de su padre.

También ojeras. Muchas. Las de Salva y su amigo Raulico, venidos de Granada, el sábado, en una «furgona Peugeot sin aire y llena de porquería». Viendo cómo hablaban del transporte se entiende que aparcaran muy fuera de Madrid, que la 'cafetera' que los había traído no debe ser muy amiga del Medioambiente y de las contaminaciones inexistentes que pide la ciudad.

Se le pidió la hora a un 'madero' que sufría el calor en uniforme, y contestó en andaluz celebrante que él no «es ni Dios, ni Ancelotti , ni el autobusero«. Bien por su talante.

La excursión

Más allá, una trompeta amenizaba con los acordes del himno primigenio. Pero no se le vio para que contase su melomanía merengona a este periódico. Y también foráneos, como Lázaro y Gonzalo, que arribaron de Zaragoza «en tres horas, a treinta euros de gasolina« y ambos con la camiseta de Benzema .

Y con un retraso llegó el Madrid a Cibeles, los recibió Almeida, y dieron una vuelta por el Pasaje de la Luz . Quizá para que la CNN sacara un primer plano del Campeón de Europa y de la urbe. En la espera, en la larga espera, padres mantearon niños, otros no. Hubo apagón digital en Cibeles y mosqueo en el respetable. Llevaban el 14 a la espalda. La gente se fue del corazón a sus asuntos. Cinco horas al sol bien merecen una Champions , y viceversa.

PS: El enfado de los taxistas del sábado mudó a media sonrisa porque, días de visibilidad mediática, hay que protestar por todo. Ciscarse en Mbpapé y pedir el Balón de Oro para Benzema . Y la ronquera triunfante de Marcelo.

Las masas pusieron rumbo a Chamartín. O al lunes que espera. Sonó lo de Queen , que la felicidad extendida no es tampoco una virtud. Apenas unos acordes globales.

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