Real Madrid

Casemiro, el ejemplo a seguir; Robinho, el ejemplo negativo

Vinicius y Rodrygo conocen ambas historias; la disciplina del mediocentro madridista debe ser su espejo

Rodrygo, en el Santos, donde juega cedido por el Real Madrid

Tomás González-Martín Deportes_abc.es

Casemiro y Robinho son dos claros ejemplos de lo que un jugador debe hacer y no debe hacer. El centrocampista, que realmente se llama Casimiro, triunfó muy joven, cayó en un problema personal a los 19 años y supo salir del pozo para llegar a ser el gran futbolista que es hoy, reconocido mundialmente. Por el contrario, Robinho, que lo tenía todo para ser el número uno, se hundió en la buena vida, en comer, en no centrarse en el fútbol. Ganó dinero y se puso a disfrutarlo. Destrozó una carrera que le pudo llevar a ser el más grande en el Real Madrid .

Casemiro alcanzó el éxito a los 18, pero un año después se lesionó, perdió el puesto, cayó en un secta y su carrera se hundía; hasta que Wagner Ribeiro le llevó al Castilla como última oportunidad. Volvió a centrarse en el fútbol y triunfó

Casemiro es una buena «jurisprudencia» de comportamiento para un futbolista, porque cayó y supo levantarse. Es «el ejemplo positivo » de los peligros que rodean a un jugador.

A los 18 años ya era una figura del Sao Paulo y la Roma ofrecía 20 millones por él. Pero una lesión, un año más tarde, en 2011, le apartó de la titularidad y Casemiro perdió el norte, embaucado por una secta religiosa que le cautivó mentalmente. Él, que nació en las favelas, en una familia muy humilde, mantenía a todos. Su hundimiento era una tragedia familiar.

Su apoderado, Wagner Ribeiro, le hizo reaccionar. «Es tu última gran oportunidad». Llamó al Real Madrid para que entrara en el Castilla. Casemiro volvió a centrarse en lo que sabía hacer con disciplina. Hoy es un futbolista de talla internacional.

Robinho es la advertencia de lo que puede suceder con un futbolista. Pelé le llamó su «heredero» cuando tenía quince años. A los veinte firmó por el Madrid. Y al cabo de dos años se dedicó a vivir, el fútbol dejó de ser su prioridad. Después ha pasado por media docena de clubes y ha tirado su carrera

Robinho es el ejemplo televisado que le ponen los clubes brasileños (y no brasileños) a los jugadores para no ser así. Sus regates, sus bicicletas y su genialidad eran condiciones que le podían convertir en el número uno del mundo. «Es mi heredero», dijo Pelé en 1999, cuando Robinho solo tenía quince años y brillaba en el Santos. No lo fue. No tenía la inteligencia ni la fuerza mental de Edson Orantes. Más quisiera.

El Real Madrid f ichó al delantero e n 2004, con veinte años de edad. Jugó bien inicialmente, pero no era disciplinado. Le gustaba vivir al son del dinero, que por llegaba a raudales. No era regular. Lo hacía bien en un partido y desaparecía en los dos siguientes. En el equipo blanco eso es imposible. Pasadas dos temporadas ya no era titular. Y en 2008 pidió marcharse. Traspasado al City, desde entonces se ha diluido en media docena de equipos.

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