Real Madrid

Agustín Herrerín, el padre de mil jugadores

Muere a los 84 años el que fuera delegado de campo del Bernabéu durante dos décadas

Herrerín posa con la plantilla y el Balón de Oro que Ronaldo ganó en 2013 REUTERS / Vídeo: El madridismo despide a Agustín Herrerín
Tomás González-Martín

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Cuando Agustín miraba de reojo, callaba y sonreía con picardía ante los árbitros o los rivales, es que en el Bernabéu ocurría algo muy relevante que no podía desvelar. Alguien estaba haciendo el ridículo o metiendo la pata hasta el final. Y no lo podía contar. Cuando Herrerín se enfadaba al final de un partido, es porque alguien había preguntado al árbitro si había puesto en el acta el lanzamiento de algún objeto al campo. Más de un colegiado, vestido y con la maleta rodando, regresó a su vestuario y volvió a escribir el acta. Herrerín era un sabio en los entresijos del Bernabéu. El estadio era él. Lo conocía como si lo hubiera construido, cada despacho, cada recoveco.

«¿Has preguntado a Herrerín? ¿No? Pues pregúntale, él lo sabe todo». Era la frase que se escuchaba en el Bernabéu cuando había que conseguir cosas para los árbitros, material para los empleados, ropa para los jugadores, utensilios para los vestuarios o simplemente una llave para abrir una puerta cerrada desde la época de Bernabéu, con quien Agustín debutó en 1962. La llave la tenían él o los hermanos Casabella. Herrerín no fue el delegado del Real Madrid desde 1999 hasta 2017, fue mucho más. Era el espíritu del club. Herrerín no era un profesional de la casa con más de medio siglo de dedicación, no. Era un griot, un hombre que podía relatarte de palabra toda la historia interna de cada jugador, de cada equipo, de cada presidente, de cada directivo y del Real Madrid como ente, desde hace sesenta años, con detalles que nunca pudiste imaginar. La diferencia es que nunca escribiría esa historia Las contaba a quienes le inspiraban confianza con la seguridad de no verlas publicadas. Se lleva a la tumba la leyenda de la casa para no ser jamás contada. Fidelidad por bandera.

Había futbolistas que le entregaban joyas de un millón de pesetas, que era un dineral en los años setenta, para que se las guardara. Con el euro ya en circulación, hubo futbolistas, esencialmente extranjeros, que le fiaron por una temporada dinero y joyeros por valor de dos millones. Era la lealtad en persona. En los años noventa se convirtió en el cicerone de Roberto Carlos, Seedorf, Suker y Mijatovic. Les inculcó la idiosincrasia madridista.

El respeto del adversario

Pero la faceta más importante de Herrerín fue su labor paternal. Su sabiduría de haber lidiado desde 1962 con más de mil futbolistas le permitió ejercer de segundo padre de esos mil muchachos. Agustín fue decisivo en el éxito de bastantes jugadores que después se transformaron en ídolos. Les ayudó a soportar la presión, a saber callarse, a entrenar con disciplina, a esperar la oportunidad y a no hacer declaraciones inoportunas. Raúl lo está pasando mal. Le conoció desde muy joven y mantuvo con él una relación emocionante. Para Seedorf fue un gran apoyo. El mismo sentimiento tienen hoy Ramos, Carvajal y otras muchas figuras. Cristiano ha lamentado el fallecimiento de «un hombre entrañable». Inolvidable la foto de todo el equipo junto a Agustín y los Balones de Oro del portugués dedicados a ese consejero que tenía su despacho en la bocana del vestuario. Esa despacho fue el diván psicológico de cientos de futbolistas. Y cuando el jugador se marchaba, aliviado, Agustín se iba a arreglar un enchufe. Valía para todo.

Muchos le conocieron por lo que ocurrió el 1 de abril de 1998, cuando los ultras rompieron la portería del fondo sur en el partido frente al Borussia Dortmund, en semifinales de la Champions. Agustín se marcho a la ciudad deportiva, que estaba cerrada, saltó la valla, abrió las puertas a lo bestia, paró un camión de la calle, subieron la portería al camión y llegó al estadio para colocarla en el fondo sur mientras los alemanes pedían la eliminación del Real Madrid. El encuentro se disputó. Los blancos vencieron 2-0. Llegaron a la final y ganaron la Copa de Europa 32 años después. Herrerín fue uno de los culpables del regreso al éxito internacional.

Tocado con la varita mágica, Herrerín acudió a todas la finales de la Champions para ganarlas. Era talismán. Querido por los árbitros, era muy respetado por los rivales. El gesto de Puyol, capitán del Barcelona, de darle el pésame en un clásico lo dice todo.

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