Golf

Los hoyuelos de las bolas de golf y las lesiones de los golfistas

José Manuel López Nicolás

La competición de golf en los JJOO se disputa en el Kasumigaseki Country Club, con sede en Saitama. Aunque este campo ha sido ha sido cuatro veces sede del Open de Japón, jamás ha albergado grandes torneos internacionales por lo que el rendimiento de los grandes jugadores en Tokio 2020 será una incógnita. Pero lo que no será una sorpresa es el vuelo de las curiosas bolas de golf. Gracias a la ciencia y la tecnología lo conocemos al dedillo.

Las bolas de golf han evolucionado mucho a lo largo de la historia. De las plumas de oca con las que se fabricaban inicialmente las famosas featheries se pasó a la gutapercha, el látex rígido natural producido a partir de la savia de árboles del género Palaquium. Posteriormente se usó la balata y otros polímeros. En la actualidad se componen de una capa superficial de poliuretano y tres capas internas de diferentes materiales que se adaptan a los diferentes hierros y maderas con los que se golpea la bola. Tienen un peso máximo de 45,93 gramos y un tamaño mínimo de 42,67 mm de diámetro, pero la característica más singular es su superficie donde aparecen una serie de hoyuelos, normalmente circulares. ¿Cuál es la razón?

Un investigador de la Universidad de Saint Andrews, donde se encuentra uno de los campos míticos de golf, descubrió que las bolas desgastadas llenas de irregularidades volaban más lejos que las pelotas nuevas, entonces totalmente lisas. Para comprobarlo hizo pequeños hoyuelos en las superficie de las pelotas lisas y salió al campo a jugar. Efectivamente, volaban más. Gracias a una de las ramas de la física más importantes en el deporte, la dinámica de fluidos, conocemos ahora el porqué de dicho comportamiento.

La resistencia aerodinámica del aire a la bola depende, entre otra cosas, del tipo de flujo de aire (laminar o turbulento) que se origina a su alrededor. En el caso de que la pelota fuese lisa el flujo sería de tipo laminar, fluyendo suavemente el aire alrededor de ella y generándose una diferencia de presiones entre la parte posterior de la bola (menor presión) y la parte frontal (mayor presión). Para compensar la diferencia de presiones se origina una fuerza de arrastre de adelante hacia atrás que se opone al desplazamiento de la bola…y la frena. Sin embargo, al agujerear la bola el flujo laminar se convierte en flujo turbulento (más irregular) y la fuerza de arrastre disminuye…por lo tanto la resistencia del aire es mucho menor. Actualmente se está estudiando cómo influye la forma de hoyuelo, habiéndose demostrado que, cuando los agujeritos tienen forma hexagonal, la bola alcanza mayor distancia tras el golpeo.

Como podrán imaginar el que la bola llegue más o menos lejos no solo depende del número de hoyuelos, también de la fuerza con la que el golfista la golpee. Pues bien, la gran potencia de los swings actuales está provocando entre los jugadores muchas lesiones de espalda (concretamente entre el 55% y el 35 % del total de las lesiones en golfistas ocurren en esta zona).

Una de las lesiones más frecuentes del golf moderno lleva por nombre «discopatía traumática repetitiva», una patología que no existía hace décadas cuando los swings de los golfistas eran menos potentes. Sin embargo, estudios biomecánicos muestran que las continuas torsiones y giros a los que los jugadores actuales someten a sus columnas vertebrales (un jugador puede llegar a hacer en un solo día más de 300 swings de gran potencia) causan lesiones traumáticas menores en la columna vertebral. Al descender el palo de golf tras llegar su punto más elevado se ejerce una mayor fuerza de compresión en el disco espinal y las articulaciones facetarias. La suma de todos estas estas microlesiones evoluciona, en muchas ocasiones, a patologías más severas como es el caso de la discopatía traumática repetitiva, una enfermedad que puede ser el motor de la degeneración lumbar temprana en los golfistas de la era moderna… y si no que se lo pregunten a Tiger Woods.

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