El rostro de Adriana Cerezo , que durante todo el día había lucido feliz y sonriente, se llenó de lágrimas de repente. Había tenido tan cerca la gloria que llegó incluso a saborearla. El oro olímpico. Lo estaba rozando con los dedos, casi cogiéndolo, cuando una patada en el pecho la despertó de repente de su sueño. Le quedó como consuelo una plata, la primera medalla de España en estos Juegos, que con el paso del tiempo cobrará valor para la joven taekwondista madrileña.
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