Mundial Rusia 2018

James Rodríguez, donde todo empezó

La estrella colombiana se reencuentra con el Mundial, el torneo donde se hizo un hueco entre la aristocracia del fútbol

James Rodríguez
Alejandro Díaz-Agero

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El Mundial es otra cosa. Y si no que se lo digan a Thomas Müller, un hombre capaz de hacerse pasar por futbolista anodino durante lo que para los aficionados del Bayern de Múnich se antoja una eternidad, y que para él no es más que el inexorable periodo de gestación que requiere una larva de estrella, concretamente cuatro años. Por suerte para James David Rodríguez Rubio (Cúcuta, 1991), Müller es uno de sus compañeros en Babiera y, llegados a este punto, quién sabe si algo parecido a un chamán que para sobre el colombiano ha vertido un conjuro de corte similar al que ejerce influjo sobre él mismo.

Claro que en beneficio de la duda está su primera temporada tras alcanzar su pico en Brasil, la que brindó a Carlo Ancelotti en el Real Madrid, además de un lote de partidos en los que seguramente se dejó llevar por la inercia de su talento y rayó a un nivel que ya ha constatado impropio fuera de torneos veraniegos. La rebelión contra su sino pareció acontecer tras las últimas navidades, cuando Jupp Heynckess reseteó el sistema del Bayern y brindó al colombiano dotes de mando en una plaza diametralmente contrapuesta a su calurosa tierra natal. Él, que de la pelota entiende un rato, aceptó el reto y dejó claro que no había nadie mejor que él para capitanear ese barco. Una vez conseguido, volvió a poner el nervio en modo avión.

Claro que ya sea hielo o fuego, James es un valor seguro en la medida en que sus números garantizan una aportación suprema para un jugador de su corte. Ya en su último año en Concha Espina, con Zidane como almirante y condenado a formar parte del escuadrón «B» de aquella plantilla de ensueño, regó el Bernabéu con 14 goles producidos (8 dianas y 6 asistencias) en 1.181 minutos. O lo que es lo mismo: un tanto generado cada 84 minutos. Poco ha decrecido su productividad en Múnich: hace lo propio cada 90 minutos.

Hay quien apunta que lo que le pasa ahora a James para no ser el James que aspiraba a la más distinguida estirpe futbolística es que aqueja el síndrome post Real Madrid, el mismo que padecieron ilustres de la casa blanca como Özil o Di María. Ocurre que el Bayern, perenne aspirante a la Champions durante la última década, ha tardado un suspiro en dejar claro que hará efectiva la opción de compra sobre el colombiano, ni mucho menos para otorgarle un papel residual en su envejecida plantilla.

Como ya ocurriese con mediapuntas iniciáticos como Modric, Verrati o Pirlo, James ha ido retrasando su posición al ritmo que soplaba velas, hasta el punto de compartir pivote con Thiago en el partido de vuelta de las semifinales de Champions ante el Madrid. Todo con su zurda como eje vertebrador, un guante de seda que le brinda potencial para el Olimpo y que reviste tal notoriedad que recuerda a la nariz de Góngora. Érase un hombre a una zurda pegada, le habría escrito Quevedo de haberle visto jugar.

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