Mundial Rusia 2018

Cristiano Ronaldo, la leyenda que despegó en avión

Actual campeón de Europa con el Madrid y con Portugal, el luso es más que una amenaza para cualquiera

Cristiano Ronaldo en un entrenamiento con Portugal
Alejandro Díaz-Agero

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Hace 15 años, quien se refería a Cristiano como «Ronaldo» corría el riesgo de la imprecisión: Ronaldo había uno, no se le veían los abdominales y era brasileño. Por eso los periódicos de entonces, para relatar su fichaje por el Manchester United, se referían a él como «el otro Ronaldo». En 2018, Ronaldo tiene tableta.

Uno de los mantras más repetidos en torno a la figura de Cristiano Ronaldo (Funchal, 1985) es el de que es un jugador «hecho a sí mismo». Se intuye que aquí se alude a su afán por construir el canon del cuerpo para jugar al fútbol, obsesión que tendió a la hipérbole desde que los responsables de la escuela del Sporting de Lisboa desvelaran que tuvieron que poner candados al gimnasio para evitar que aquel espigado joven de Madeira asaltara las mancuernas en mitad de la noche. Desde el primer minuto de su andadura en el fútbol, cuando con 12 años aguantó las mofas en el vestuario del Sporting por su peculiar acento de Madeira, hasta las risas del vestuario del Manchester United por su cirugía facial y dental, Cristiano mantuvo el mentón alzado, firme ante el convecimiento de que el camino del trabajo era el que encauzaría su talento hacia la cima. Tan enfocado a ello estaba que fue sonado el episodio de 2004, cuando Figo y Rui Costa, referentes de la Portugal que terminaría perdiendo su Eurocopa ante Grecia, instaron al emergente Ronaldo a que levantase el pie del acelerador en los entrenamientos.

De las lágrimas de aquel enjuto Ronaldo en el Estadio da Luz a las vertidas desde el banquillo en el Stade de France, Ronaldo constató un presagio de poco riesgo: la historia del chico que Ferguson fichó en un avión –«Después de que jugáramos la semana pasada (en un amistoso ante el Sporting), los chicos no han parado de hablar en el vestuario de él. Y en el avión de regreso, me presionaron para hacerle venir. Es uno de los jugadores jóvenes más excitantes que visto nunca», dijo el entrenador escocés tras contratarlo– sólo podía acabar pringada de champán. No así Ronaldo, abstemio convencido por el alcoholismo que en 2005 mató a su padre. Su hermano flirteó con la drogadicción y Cristiano, erigido ya como el máximo responsable de su familia, se empleó personal y económicamente a fondo para apartarlo de ella.

Zidane en encargó de guiar su cambio de molde, del delantero de banda al coto restringido del área. También de aplacar sus negativas a dosificar su participación en pos de una optimización de sus minutos. Todo ello ha conformado un Ronaldo más pragmático, cada día menos tendente a la frivolización sobre el campo, la cual, durante su juventud, le costó más de un toque de atención de ilustres como Van Nistelrooy o Roy Keane. Vestido de calle, por contra y como si los hubiera tenido que absorber para olvidarlos de corto, el personaje Cristiano Ronaldo se ha hinchado hasta el paroxismo. Para la historia quedarán aquellas declaraciones de 2011: «Yo pienso que por ser rico, guapo, rico y un gran jugador, las personas tienen envidia de mí». También su desaire con el club en el que levantó cuatro de sus cinco Champions cuando aún se festejaba el triunfo de la última. Así, la marca CR7 se expande ya como reclamo en hoteles, gimnasios, calzoncillos o incluso un aeropuerto. Es el legado de un hombre que se pensó a la altura del club con más solera de siempre. Claro que, si así se le considera, es en buena parte por un tipo que marcó más goles que partidos vistió la casaca blanca (450 en 438), un mito irrepetible que igual que se concedía potestad para gastar bromas a Ferguson con la mayoría de edad pelada puede hoy mirar a los ojos a Di Stefano, quien nunca ganó un Mundial.

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