Portugal - España

Mosaico de emociones en Lisboa

La capital portuguesa pasa de la euforia al fado y finalmente celebra el empate en el duelo ibérico

Lisboa, durante el partido entre Portugal y España F. Chacón

Francisco Chacón

Rivalidad ibérica en su máximo apogeo. Las calles de Lisboa se convirtieron en un hervidero de fans envueltos en la bandera portuguesa… y hasta de ‘freaks’ dispuestos a dejarse notar allá por donde pasaban ataviados con camisetas rojiverdes y destellos de maquillaje en el rostro con los mismos tonos.

Podía verse a cuadrillas enteras cantando el himno del país vecino, mientras la selección comandada por Cristiano Ronaldo hacía su debut en el Mundial .

El ambiente de las grandes ocasiones se adueñó de la tradicional cuna del fado, transmutada en ciudad hedonista desde que albergó en mayo el Festival de Eurovisión.

Sol y pantalones cortos. Ambiente preveraniego, aunque con temperaturas primaverales. Los pasteles de nata se vendían más rápido que los botellines de agua alrededor de la pantalla gigante instalada en la Praça do Comércio .

No cabía ni un alma en el también conocido como Terreiro do Paço, que se venía abajo con cada gol de Ronaldo , ese ídolo supremo que personifica el renacer luso. El penalti pilló a más de uno todavía acomodándose como se podía, que no estaba la cosa para grandes alardes. Y, cuando De Gea falló, las emociones se desataron sin tapujos . La locura acompañó al tercero, al borde del final

Sufrieron nuestros vecinos, pero terminaron por festejar el empate. El mismo entusiasmo de la Eurocopa de Francia parecía reciclarse a golpe de cervezas y helados, a escasos metros del Hotel Pestana CR7, consagrado a mayor gloria del jugador estrella del Real Madrid y feudo de sus devotos con camisetas a él dedicadas. En el mismo espacio que acogió el EuroVillage, una extensa alfombra de césped artificial revivía el jolgorio del estadio ruso de Sochi.

Se las prometían muy felices los portugueses, en vista de que el título conquistado en París les dio alas y les llevó a creer en sí mismos con más fuerza que nunca. Y no quisieron sucumbir a la melancolía del fado, acechante durante el reinado del 2-3 en el marcador.

Decenas de jóvenes con banderas lusas jalonaban las plazas y cuestas de la ‘ciudad blanca’, mientras miraban de reojo a sus rivales, pues también se dejaron notar los españoles de asueto al otro lado de la frontera .

Se trataba del frenesí colorista a lo largo de Olissipo, nombre que le daban los romanos a un enclave donde resplandece en la oscuridad el Castillo de San Jorge.

La decepción acabó transmutada en aceptación . Un carrusel de emociones que se podía palpar a orillas de la desembocadura del río Tajo y su confluencia en el Océano Atlántico.

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