Treinta y siete primaveras contemplan a un perro viejo como Aritz Aduriz , talludo delantero centro de los que cada día quedan menos y que, por más que se le haya querido dar la prejubilación sin pedirla, parece empeñado en sacar del pozo al Athletic Club . El pasado sábado, en el partido de Liga ante el Valladolid, dejó para la posteridad un penalti que fue más un emboque propio del golf que un chut al uso.
No le sirvió a los bilbaínos para guardar los tres puntos en San Mamés. Sí para coger una bocanada de aire con la que da un pasito que lo aleja del descenso, en el que el Villarreal queda como equipo que cierra la terna en la que nadie quiere verse envuelto. Suplente en los días en que el Eduardo Berizzo trataba de asentarse en el banquillo rojiblanco, clara como parecía la transición hacia un Athletic de un tiempo nuevo que tendría en su veterano ariete un revulsivo de postín, el paso de las semanas ha terminado por devolver a Aduriz a su sitio. Con acciones como este penalti, se empeña en pasar advertido cada fin de semana.
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