El triunfo del huérfano de La Bombonera

Autor de tres de los cuatro goles del conjunto xeneize en semifinales, Benedetto se refugió en Boca Juniors tras fallecer su madre viendo uno de sus partidos

Benedetto celebra uno de sus goles apuntando al cielo EFE

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Cuando su carrera amenazaba con despegar definitivamente, Darío Benedetto conoció la cara más amarga del deporte. En octubre de 2017, el hoy delantero de Boca Juniors se había hecho un hueco en la volátil delantera de Argentina, con la que jugó como titular los dos partidos decisivos para sacar el billete al Mundial de Rusia, ante Perú (0-0) y Ecuador (1-3). El 19 de noviembre, en un encuentro liguero ante Racing disputado en La Bombonera, Benedetto se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Nueve meses de recuperación y la oportunidad perdida de vestir la albiceleste en una Copa del Mundo que no supusieron más que un rasguño sobre una cicatriz granítica.

Quince años antes, Benedetto comenzaba a tomar el pulso al fútbol en la delantera de Independiente. Fue en Berazategui, el lugar que le vio nacer, donde con doce años disputó la final que marcaría el devenir de sus días. Su madre, que como acostumbraba había ido a animarlo, falleció tras sufrir una parada cardiorrespiratoria en mitad del partido. El golpe alejó a Darío de la pelota, como si chutarla le llevara de vuelta al dolor. Freud retrató al ser humano como un animal de instintos, donde el amor no es más que un anticipo del sufrimiento. Benedetto se rebeló contra Freud y contra todos: se tatuó el escudo de Boca en el vientre y diluyó sus penas en la irracionalidad de La Doce, el sector más radical de la afición xeneize.

La dejadez que Benedetto mostraba en los estudios enturbiaba su futuro. Su tiempo libre, más allá de Boca, lo pasaba pegado a los timbales. Los tocaba en un grupo de cumbia que había formado uno de sus tres hermanos, con el que llegó a salir varias veces en televisión. Su padre, un laborioso capataz de obra, lo puso a trabajar a su sombra.

Habían pasado cuatro años desde el fallecimiento de su madre cuando se encontró con una prueba en el Arsenal de Sarandí. Quizá por el empeño que ella siempre había mostrado en que se centrase en el fútbol, o puede que simplemente por el hartazgo de levantarse día tras día antes de que lo hiciese el sol para ir a cargar cemento y ladrillos, Benedetto probó suerte. Pese a que estaba escuálido -ya en la cantera del Arsenal no fueron pocos los días que iba a entrenar sin haber comido nada después de una jornada de trabajo en la obra-, la potencia de sus tiros y un ímpetu para cabecear centros que rozaba la imprudencia convencieron a los técnicos.

Conforme fue viendo próxima la posibilidad de debutar con el primer equipo, su padre se convenció de que merecía la pena alentarlo. Su cuerpo ganó kilos de músculo que reforzaron su perfil, un delantero poderoso, de juego de espaldas e intimidación en el área. Debutó en Primera en 2008. Salió cedido a Defensa y Justicia y Gimnasia Jujuy y, en 2013, se fue a México, primero al Tijuana y 18 meses más tarde al América, que pagó 8 millones por él.

En 2016, llegó Boca. El club porteño ofrecía cuatro millones; América pedía cinco. El millón de la discordia salió del bolsillo de Benedetto, que encontraba el camino de vuelta al lugar donde había aprendido a olvidar.

Tres goles en dos ratos

El pasado 25 de octubre, Boca jugaba la ida de las semifinales de la Copa Libertadores ante Palmeiras. A Benedetto le bastó jugar los últimos trece minutos para anotar dos goles. En la vuelta, una semana después, con 62 minutos jugados y Palmeiras amenazante tras ponerse 2-1, Benedetto entró al campo. Ocho minutos después, mató la eliminatoria con un derechazo.

Erigido ya como ídolo de la hinchada xeneize, comparado incluso con el mito Palermo, su titularidad en la ida de la final de la Libertadores, el Superclásico de este sábado en el que espera River Plate, seguramente sea lo de menos. Había sido en México, lejos del latir de La Bombonera, donde impelido por el único amor que le ayudó a sostener su vida en pie decidió marcar su piel con el escudo y el lema que dan sentido a todo: «Esto es Boca».

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