Fútbol

Lo que Rubiales no supo negar

Ventajas del sueldo, conflicto de interés, ayuda en las comisiones, compadreo... los puntos admitidos que siguen dejando mal al presidente de la RFEF

«No puedo garantizar que no me metan un saco de cocaína en el maletero» 

José Miguélez

José Miguélez

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Luis Rubiales dedicó mucho tiempo, dos horas y media largas, a intentar lavar su imagen, presentar como legal, y hasta ejemplar, su acuerdo con Arabia por la Supercopa, disfrazar de normalidad sus relaciones con Piqué y defenderse por los audios que lo han puesto esta semana contra la pared. Dio las explicaciones que pudo, expuso datos y animó a que le preguntasen sin poner límites ni condiciones. También jugó a un infantil 'y tú más' con la Liga, a la que metió en todas las comparaciones, y se victimizó, quizás con argumentos, pero sin ser valiente, alimentando que fueran los demás los que pusieran nombre a sus enemigos. Resultó convincente en algunos asuntos, pero finalmente no salió airoso. No de todas las cuestiones. Sus particularidades salariales, su apoyo hacia Piqué para cobrar las comisiones, el compadreo mutuo y las contradicciones con sus propias versiones anteriores no se lo permitieron. Puntos que no negó, simplemente les quitó importancia.

Muchas veces se lo preguntaron, y de varias maneras, y finalmente tuvo que admitirlo. No como comisión, sino como parte de su sueldo variable, pero Rubiales sí gana más dinero si son el Barcelona y el Madrid los que entran en la Supercopa (cantidad insignificante, dijo, muy inferior a la tajada que habría sacado por otras propuestas de patrocinio rechazadas). Luego sí le beneficia que sean esos los equipos clasificados y no otros.

Negó Rubiales que exista conflicto de intereses que le afecten tanto a él, presidente de la RFEF, como a Piqué, jugador de un equipo afectado, en su negociación mutua, hasta con un rotundo 'y punto', pero no supo explicar por qué con la literalidad del código ético en la mano. Su excusa más recurrente fue que otros (la Liga) también negocian con Piqué como comisionista.

Reconoció que ayudó al jugador para que le resultara más fácil cobrar la comisión pactada con la otra parte. «Y bien a gusto», dijo que lo hace cuando se lo piden. Y hasta reveló que se lo solicitan a menudo (como lo de interceder con el seleccionador para que sean convocados con España: «otra cosa es que lo acepte»). Admitió que incluyó en el contrato que la RFEF puede romperlo unilateralmente si el intermediario no recibe su dinero. «Pero no es una obligación, es solo una opción para la RFEF que hasta le puede beneficiar», lo justificó en una huida rara.

No solo admitió, por tanto, que le ayudó en el tema de la comisión. También que, para salvaguardar la confidencialidad del acuerdo, negó a los periodistas con una argucia semántica que conociera tal recompensa del jugador: «La pregunta era si sabía si había cobrado la comisión, no si sabía si estaba pactada».

Algunas cuestiones, en suma, de las que no pudo desmarcarse y que mantienen, sobre todo desde el punto de vista ético («ética cada uno tiene una», dijo), el mal olor de la negociación y el compadreo.

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