Salvador Sostres

Rosell, Brasil y el odio

Salvador Sostres
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Sandro Rosell siempre se creyó más listo que los demás, y con su detención de ayer la Policía vino a certificarle que tal vez no tanto. El blanqueo de capitales que le imputan se refiere a las comisiones opacas e ilegales que él y el entonces presidente de la federación brasileña de fútbol, Ricardo Texeira, cobraban de la explotación de los derechos televisivos de la selección de aquel país y escondían en Andorra el banco de su amigo Tito Cierco, uno de los dos hermanos al frente de la BPA (Banca Privada d’Andorra) antes de que el gobierno de los Estados Unidos la expropiara y empezara a tirar de un hilo que ha sido letal para el hijo de uno de los más notables fundadores -por cierto- de Convergència.

Explica el carácter frívolo y hortera de Rosell que tuviera a su banquero opaco en la cúpula directiva del Barça: temerario alarde de un fantasma de los de sábana.

Hacía tiempo que la sombra de Brasil amenazaba al expresidente del Barça y se sabía. Se sabía en Brasil, se sabía en Madrid, se sabía en Barcelona y se sabía en el Barcelona. No sólo lo de su selección sino también las turbias maniobras de las que se valió para fichar a Neymar, compinchado con el fallecido expresidente del Santos, por las que la Fiscalía le pide ahora cinco años de cárcel.

Se sabía como también se supo lo de Ronaldinho. Hay una escena parisina que explica muy bien quién es Rosell y a qué se ha dedicado siempre.

Un día del mes de mayo del año 2004 paseábamos con el entonces presidente del Barcelona, Joan Laporta, desde el Hotel Costes hasta el Crillon. Cuando ya habíamos llegado a la calle Rivoli, Rosell, todavía vicepresidente, nos alcanzó para pedirle a mi amigo que recapacitara sobre la oferta del Chelsea por Ronaldinho y que recordara la comisión que ambos compartirían. Laporta le contestó, brusco, que Ronnie no estaba en venta. Era el Barcelona de Rijkaard que todavía no había ganado ni su primera Liga ni su Champions.

Rosell no paró hasta que consiguió que Laporta accediera a reunirse con los directivos del Chelsea en el salón de espejos que hay entrando en el hotel a mano derecha. La operación rondaba los 100 millones de euros y la comisión era de un diez por ciento a repartir entre él y Sandro en el paraíso fiscal que prefirieran. Laporta amablemente declinó y entró sin más al acto institucional que celebraba el centenario de la FIFA, previo el amistoso que al día siguiente jugarían las selecciones de Brasil y Francia. Aunque Rosell ha negado siempre estas gestiones, nunca se ha atrevido a querellarse contra Laporta, que las explicó en su libro «Un sueño para mis hijos», porque quien por parte del Chelsea acudió al encuentro fue Peter Kenyon, director general de los blues hasta 2009 y que si un juez le llamara contaría la verdad.

Rosell vio ayer su arrogancia reducida a la exacta medida de su mediocridad, y como siempre pasa con los que viven obsesionados con destruir a alguien, su odio se lo ha llevado por delante. La noche que nos encontramos en el restaurante Dopo de Barcelona -al día siguiente iba a ser elegido presidente del Barça- vino a mi mesa a gritarme: «no pararé hasta que meta a tu amigo en la cárcel». Justo ayer, su mujer y él ingresaron en el calabozo.

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