Real Madrid 2 - Barcelona 1

Golpear las puertas del baño

El Barcelona mostró control y buenas ideas, pero al Madrid le hizo falta poco para ganar

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Salvador Sostres

Yo siempre he sido del Barça , y siempre he querido ganar. Pero nunca he sido un rabioso ni me ha costado felicitar a los que me llevaban por delante. El Madrid hizo ayer con el Barça lo que mi querido Lucas Payá, uno de los ‘sommeliers’ más brillantes y desde luego el más atractivo que tuvo ‘El Bulli’, me hizo una noche en ‘Luz de Gas’. Yo llevaba algún largo, y algunos gintónics, hablando con una muchacha en la que absurdamente tenía puestas algunas esperanzas. Lucas, cuya eficacia en estos asuntos era legendaria, me dijo: «no te esfuerces, yo sé de estas cosas y con esta chica no irás a ninguna parte». Y ante mi insistencia, quiso demostrármelo. Se acercó a ella, le susurró algo, se marchó y al cabo de un par de minutos la chica se despidió de mí y no la volví a ver. Pasada media hora apareció Lucas de nuevo y le pregunté: «¿qué le dijiste?». «Nada, que se viniera conmigo al baño». El Barça de ayer fue yo. Mucha inversión, mucho control, muchas ideas futbolísticas interesantes, mucho toque del balón, pero al Madrid le hacía falta muy poco para llevarse a la chica al baño. Muy poco, tan poco, que de un lado era insultante y del otro, ¿de qué serviría enfadarse? Cuando uno es mejor, gana. Cuando sabes competir, dejas de perder el tiempo en empeños innecesarios. ¿Para qué hablar si puedes susurrarlo? Un Barça voluntarioso, cariñoso, y cargado de buenas intenciones, se topó con la realidad en Valdebebas. Donde el fútbol del Madrid no alcanza, llega su camiseta y su poderío, como el día del Liverpool, y la mentalidad empresarial de su presidente. El efecto Laporta, que sin duda ha levantado al Barça del lodo, conoció ayer sus limitaciones. Hacía 16 años que el Barça no afrontaba un clásico con un equipo tan joven, con una media de edad por debajo de los 26 años. Entiendo la apuesta de Koeman , y me gusta, y los chicos dieron la cara, y puede que este grupo cristalice y nos dé muchas satisfacciones. Pero cuando te enfrentas al Madrid, lo que no es solvencia es inocencia, y lo que es inocencia acaba como yo en ‘Luz de Gas’, pagando los gintónics, la resaca, y aún gracias que no me tocó limpiar el baño.

El gol de Benzema , metáfora de lo que la noche fue, y de lo que es el poder cuando para ganar sólo tienes que insinuar la pincelada, fue su clase infinita y el geriátrico andante de Jordi Alba, que le puso la alfombra a Valverde. Los jugadores del Madrid lo celebraron sonriendo, pero sin euforia, como si lo dieran por descontado. El Madrid fue mejor, claro. Pero sobre todo fue superior, superior en fútbol y de una idea de la superioridad, y le bastó con poco más que comparecer para escenificarlo. Además, el Barcelona mostró su inferioridad, futbolística, moral y de recursos, cuando la mejor idea que Koeman tuvo tras el descanso fue recurrir a Griezmann . Lo mío en ‘Luz de Gas’ es cierto que fue humillante, pero sin el agravio de tenerle que pagar las copas a ningún francés farsante. Ayer, como casi siempre, lo falló absolutamente todo. La incipiente promesa que este Barcelona jovencísimo y tierno encarna, tiene en este trilero a su principal lastre. Jugar con él es darle una ventaja al rival que cuando es el Madrid se vuelve insalvable. Pero justo cuando una lluvia abrumadora, casi huracanada, parecía borrar al Barça de Valdebebas, y sumirle sin más en su destino trágico, Mingueza remató el 1 a 2 y el Madrid empezó a fallar lo que nunca falla. Messi, como el señor mayor que ya es, temblaba de frío en la banda y pidió ropa seca para acabar el partido. Era bello lo que el Barça intentaba, como si yo me hubiera ido a golpear la puerta del baño de la discoteca. Tenía algo de heroico, algo de romántico, algo de chicos muy jóvenes luchando contra los elementos y la autoridad de los mayores, pero el Madrid sabe mucho mejor que ningún otro equipo no dejarse impresionar por los ejercicios de superación personal, y al final siempre es su ley la que ordena el mundo.

En el fútbol, como en la vida y como en el cielo, el que manda sólo es uno, y luego estamos los inefables pelotones de golpeadores de puertas.

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