El bar de Mou

De Guardiola a Rapinoe

Al técnico español le ha sucedido en el Speakers Corner del Progreso la norteamericana, una metedora de goles que se peina como Marcos Llorente

Ignacio Ruiz-Quintano

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Cerrado Hollywood por defunción (feneció de muerte natural), la fama de los cómicos dejó de ser útil para el agit-prop del Progreso, y los medios comienzan a arrojarse como garrapatas sobre la fama de los futbolistas, que, con su imagen de inocencia, gozan de mayor crédito. Aquí la cosa empezó con Pep Guardiola, que aprovechaba sus ruedas de prensa para vendernos el separatismo catalán con la misma cara que nos vendía el instantaneísmo espacio-tiempo del tiquitaca, que no es un método guardiolés, sino «aragonés», de Luis Aragonés, que lo rescató del baúl de los recuerdos de los entrenamientos de Marcel Domingo y lo puso en marcha en el Combinado Autonómico para sacar provecho de un equipo de enanos. La Maña (nada, pero algo, que ver con la Emilia Giménez del Paralelo) sobre la Fuerza, entendiendo como tal aquel equipo nietzscheano de Clemente en el Mundial de los Estados Unidos.

A Guardiola se le acabó la linde española, pero él siguió arando con su lazo catalanista por Alemania y luego por Inglaterra, donde un príncipe moro del Fair-Play mantiene al Gandhi de Sampdor como si fuera un charlatán de colección salido de la cantera del Speakers Corner: somos una nación, nos enchiqueran por votar, España «ens roba», y así un día, un mes, un año, un siglo, la Renaixensa y… la órdiga.

A Guardiola le ha sucedido en el Speakers Corner del Progreso la Rapinoe, una metedora de goles americana que se peina como Marcos Llorente, el medio centro que el Atlético le ha birlado al Madrid, y que vio el cielo de la publicidad mediática abierto cuando se puso a arrancarle pelos al lobo trumpiano. «Si me invitan, no voy a la jodida Casa Blanca», tuiteó Rapinoe, y con ese taquitín se ganó a la izquierda de América, que quiere que el candidato demócrata en las presidenciales del 2020, de ser elegido, la nombre… Secretario de Estado, como Jefferson, como Kissinger, como Baker… En el «As», el periódico que leímos de chavales por Hebrero San Martín, a Rapinoe le dan bastante más cancha que a Bale, gracias a lo cual sabemos que Rapinoe exige, en nombre de la Santa Igualdad, ganar lo mismo que Bale (o que Messi, o que Cristiano), aunque ni Bale (ni Messi ni Cristiano) han contestado con la exigencia de poder declarar las mismas ocurrencias políticas que Rapinoe. Mas como esto, al final, va de vender camisetas, no nos sorprendería que, de no venir Pogba por los doscientos o trescientos millones de libras que el United le pide al Madrid (que los pagaría, sólo por concederle ese capricho a Zidane), viniera Rapinoe. Por la Constitución del 78, que prohíbe la discriminación por motivos de sexo, no iba a quedar. («Soy diputado y me ampara la Constitución», dijo Calvo-Sotelo a los escoltas de Prieto que entraron en su casa para matarlo). La única pega es que, al parecer, un equipo de chavales de quince años arrasó a la selección de fútbol femenino que acaba de ganar la copa del mundo. Por otro lado, ¿es más masculino el fútbol de Benzema que el de Rapinoe? «Masculino» era aquel fútbol de los tiempos de Biurrun, portero del Athletic, que llegaba tarde a una entrevista y se disculpaba con un «perdona, estaba haciendo de cuerpo» al periodista.

El mejor análisis sociológico (la sociología sólo es fraseología) lo ha hecho, como siempre, Valdano, que en la última Copa de América ha descubierto «una afición que estudia en Harvard», ese establo marcusiano que los prograjos consideran la Sixtina del Saber. El fútbol, dice Valdano, ya es «chic» y eso trae consecuencias (sólo hay que mirar los primeros planos del público en el Bernabéu): los jugadores se convierten en modelos sociales que salen en «Vanity Fair». Y un alegato de esos que parece un editorial del Periódico de las Elites y que le valieron a Valdano el maravilloso título de Valdanágoras:

–En la Copa América vimos un público absurdamente blanco para un país que tiene como un tesoro la diversidad racial. Donde antes veíamos a un hincha de pie, ahora hay uno sentado con una copa de champán en la mano que sólo se levanta para festejar un gol o para aplaudir a Bolsonaro.

¿Qué? ¿Lo pillan ustedes? «Sí, pero no». Como todo el mundo. Ésta es la razón por la cual Carvajal, el carrilero de Leganés con barba de labriego, acude a las ruedas de prensa con tres asesores de comunicación, y eso que todavía no ha roto en Rapinoe, dando su opinión sobre los pactos de la partidocracia o, simplemente, avisando que, si lo invitaran, no acudiría «a la jodida Moncloa» porque el eslogan «Haz que pase» daña la autoestima de muchos españoles que, por mucho que hagan, no consiguen que les pase nada (bueno).

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