Tour de Francia

Pogacar, el triunfo del ciclismo juvenil

El portento de 21 años, el segundo ganador más joven del Tour, es hijo de la ambición y la tecnología, no de la necesidad

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El pelotón aterriza en París, su Ópera, su museo de Orsay, su Louvre, sus puentes sobre el Sena, la Torre Eiffel que domina el cielo, y el ciclismo se felicita por ese reencuentro. El Tour ha sobrevivido a la pandemia. El Covid-19 que causa desolación y muerte no ha tumbado a la carrera centenaria, a sus ciclistas abnegados que llegan a los Campos Elíseos felices y deseosos de abrazar a la familia. Incluso el hermético Primoz Roglic sonríe de buena gana, da charla a los compañeros de pelotón y hace un aparte con su compatriota y verdugo Tadej Pojacar. Era un Tour enfilado a la coronación de un equipo, Jumbo, y su líder, pero la revolución se lo llevó por delante. Es la entronización del ciclismo juvenil, de los 22 años que hoy cumple Pogacar.

«Solo quería correr el Tour, cómo imaginar ganarlo». Esta reflexión del joven esloveno encierra claves de su vida, de su perfil tan alejado a históricos ganadores del Tour, que convirtieron el ciclismo en un salvoconducto para su necesidad, su origen humilde y obrero. Bahamontes se dedicaba al estraperlo durante la guerra civil española, vendía aceite o patatas. Pasó hambre. Comió gatos. Los padres de Hinault eran agricultores en la Bretaña francesa y el joven Bernard se crió entre campos de cultivo y la libertad que le procuraba la bici. Lo mismo la familia de Miguel Induráin, cuya mayor aspiración era conducir el tractor del padre en Villava, Lance Arsmtrong (que no conoció a su padre y fue maltratado por su padrastro) o incluso Alberto Contador (emigrantes extremeños en una ciudad dormitorio de Madrid). Pogacar es hijo de la pasión por el ciclismo o la aventura. Es un habitante de la tecnología y la ciencia.

La familia de Pogacar no ha vivido restricciones económicas o sociales. Su padre trabaja como diseñador en una multinacional y su madre es profesora de francés . El ganador del Tour habla un inglés fluido y se expresa en italiano. No ha conocido estrecheces o penurias en Komenda, una población de 1.000 habitantes en Eslovenia a mitad de camino entre la bellísima Bled (con su lago y su ermita en el centro y sus montes Julianos en los Alpes) y la capital Ljubliana (con su hermoso río Ljublanica y sus terrazas floridas donde se bebe Spritz al atardecer).

Brillo de Eslovenia

Pogacar no ha conocido la guerra de los Balcanes en la que se escindió Yugoslavia y se proclamó la independencia de Eslovenia en 1991. Él ya creció en un país próspero, repleto de agua, con solo dos millones de habitantes y deportistas de talla mundial (Doncic, Oblak, Roglic, Dragic…).

Su estilo refleja el nuevo ciclismo que encarnan otros coetáneos suyos como el belga Remco Evenepoel (ganador de todo en el curso de la pandemia hasta que se estrelló en aquel puente), el suizo Marc Hirschi (deslumbrante en el Tour con dos victorias de etapa), el belga Wout van Aert (todoterreno insuperable en el esprint, la montaña o la contrarreloj) o el holandés Mathieu van der Poel (descollante en 2019 con victorias a granel de todo tipo). No es el aprendizaje que conoció una generación de veteranos, el grano a grano, la paciencia de las hormigas. Ellos, Pogacar y los demás, lo quieren todo y lo quieren ahora.

A Pogacar y a los otros no les mueve ningún aprieto, carencia o miseria, sino la querencia por ser el mejor. Por ganar. Son hijos de la tecnología y los datos, de la app Strava para los entrenamientos, de los potenciómetros que miden watios/kilo, frecuencia cardiaca, velocidad, calorías o kilometraje, de las plataformas de entrenamiento virtual, de la vida con wifi … Su vida no da para un documental de emociones y llantos. Su novia, Urska Zigart, también es ciclista. Vive en Mónaco, por las evidentes ventajas fiscales. Le gusta leer, las series y cualquier actividad al aire libre.

El ganador del Tour ha contagiado por su pujanza y su estilo atacante . Perdió un medio y medio en los abanicos de la primera semana, pero lo recuperó ante todos, ante el Jumbo imponente de Roglic, a bordo de un espíritu indomable, siempre ofensivo, pleno de potencia y rabia en su cuerpo aerodinámico y fino (65 kilos). Como sucedió el septiembre pasado en la Vuelta a España, conquistó tres etapas en el Tour, y en la progresión ha ampliado la sensación de poder: el maillot amarillo, el blanco de mejor joven y el de puntos rojos de la montaña. Nadie antes lo había logrado en 117 años de historia del Tour.

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