Seve Ballesteros debutó en 1976 en Royal Birkdale, igual que quiso hacer el singular Maurice Flitcroft
Seve Ballesteros debutó en 1976 en Royal Birkdale, igual que quiso hacer el singular Maurice Flitcroft - THE DALY MAIL
GOLF - OPEN BRITÁNICO

La historia del impostor que quería emular a Seve

Maurice Flitcroft se hizo pasar por profesional para jugar el British junto a su ídolo

Southport (Inglaterra) Actualizado: Guardar
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El golf está repleto de historias curiosas. Pero la que se recuerda con más hilaridad en Royal Birkdale cada vez que el Open Británico regresa a estas tierras es la que protagonzó Maurice Flitcroft en 1976. En ese entonces, este personaje de 45 años se ganaba la vida manejando una grúa portuaria y decidió que quería ser una estrella del deporte y codearse con Severiano Ballesteros y Jack Nicklaus.

Sin ningún tipo de pudor, pues no había cogido un palo de golf en su vida, se apuntó a jugar la previa del torneo que se celebraba en el campo vecino de Formby y allí empezó a tener sus primeros desencuentros con el poder establecido. Como le exigían un hándicap mínimo de 1 para disputarla como amateur, decidió inscribirse como profesional...

¡aunque nunca había jugado 18 hoyos antes! Su caso llegó de inmediato a oídos de los rectores del Royal & Ancient (la entidad que regula el British) y montaron en cólera: Maurice había firmado 121 golpes (49 sobre par) y no querían que esa indigna plusmarca quedara establecida como la más alta de la prueba en los anales del centenario campeonato.

Keith McKenzie era el secretario del R&A y le expulsó de inmediato de la competición de por vida. Y eso que Flitcroft tenía excusas para todo: «Al ser el Open pensaba que estaba abierto a todo el mundo», comentó con respecto a la manera en la que se apuntó; «hice tantos golpes porque me dolía un poco la espalda y los "greens" no estaban bien cuidados», fue la justificación de su desastrosa tarjeta. Aunque, con buen criterio, decidió no jugar la segunda vuelta de la previa (habría necesitado trece hoyos en uno para solucionar el desaguisado anterior), su destino ya estaba marcado en rojo para siempre. «Como vuelva a verle por aquí tendrá que vérselas conmigo», le amenazó un encendido McKenzie, que había sido comandante de los gourkhas y no hablaba en vano.

Aunque cualquiera se hubiera achantado ante esa posibilidad, Maurice no cejó en su empeño después de perseverar en un deporte que le enganchó por completo. Comenzó a practicar en campos de rugby y en parques ante el veto institucional que le constreñía: no podía federarse como amateur en ningún club y sin ese hándicap previo no podía hacerse pro. De esa manera optó por una vía más imaginativa: seguir intentando su sueño con nombres figurados. En los años siguientes se convirtió en James Vangene, Gene Pacecki y en el suizo Gerald Hoppy, además de utilizar todo tipo de disfraces, pelucas y mostachos para burlar la vigilancia de McKenzie.

Después de seis años de intentonas, el impostor vio cerradas definitivamente las puertas del Open. «Es una decisión injusta de una entidad autocrática, que me impide realizar mi sueño cuando estoy cada vez más cerca de conseguirlo», se quejó entonces con amargura. Y aunque trató de hacer ruido mediático (retó a su enemigo a un duelo en un campo de golf, sin ningún éxito), estuvo a punto de tirar la toalla. Hasta que en 1988 la vida le dio un vuelco: recibió una invitación desde los Estados Unidos que no se podía creer.

Se celebraba un torneo profesional en Gran Rapids (Michigan) y le conviaban a participar con todos los gastos pagados. Por primera vez se subió a un avión a los 58 años y disfrutó del golf en toda su plenitud. Aunque el reclamo era que los espectadores pudieran conocer al «peor golfista del mundo», para él fue la mejor experiencia de su vida. Ni contó los golpes que hizo ese día, porque pudo disfrutar de la fama y de salir en televisión.

Maurice falleció en 2007 y estos recuerdos los recogieron los escritores Scott Murray y Simon Farnaby en un entrañable libro titulado «El fantasma del Open: Maurice Flitcroft, el peor golfista del mundo». A su manera, al final consiguió el reconocimiento que pretendía.

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